…y no ven, oídos para oír y no oyen
(Ez.,.12,2). Esta cita bíblica tiene una versión más rupestre en Campoamor: “…
todo es según el color del cristal con que se mira”. Prefiero a Holbach que nos
abre los ojos contra la falacia de la existencia de la libertad. Todo es como
establece la naturaleza. Forma parte de ella la adaptación al medio; lo que
llamamos educación lo es, algo inolvidable en el centenario de Darwin. Y los
problemas de convivencia surgen de esta oposición a la naturaleza, que no otra
cosa es vivir faltos de educación.
La visión que tenemos del mundo la
condiciona nuestra naturaleza de modo determinante. Ni el ciego ve, ni el sordo
oye, ni quien tiene el olfato atrofiado huele, etc.
La
naturaleza somos nosotros. El medio que la condiciona, son las “circunstancias”
orteguianas; las nuestras también condiciona a los demás. Decía Costa que la
solución del mundo - él se refería a España en particular, la que, al parecer,
premia con su voto la corrupción política – es “escuela y despensa”. De ambas –
vid. informe PISA sobre rendimiento educativo y la posición de nuestro nivel
salarial en Europa- estamos escasos.
Al
empezar a trabajar en galvanización por inmersión en caliente descubrí que
vivía rodeado por materiales galvanizados: soportes de las señales de tráfico,
bi-ondas de carreteras, “quitamiedos”, báculos de iluminación, torres de
transmisión eléctrica, infinidad de estructuras al aire libre. Lo descubrí en
los electrodomésticos, lavadoras, lavavajillas, tostadoras, etc., cada vez que
las desmontaba en un intento, siempre vano, de arreglarlos.
Mis
ojos que no venían nada, porque nadie me había llamado la atención sobre ello,
ahora veían por necesidad natural. Aquella falta de atención me había privado
de ver una parte de la realidad circundante – ¿cuantas más ignoro? - no tan
pequeña como la de la química de la que vivimos rodeados por todas partes.
¿Hemos dejado que nuestros hijos la vean o viven ignorando su existencia como
ciegos de la vista o ciegos de la cultura?.
Frente
al despreciativo “eso es química” que identifica al ignorante, es importante
saber ver la inmensa dependencia que de ella tiene este Estado de Bienestar que
se empeñan en querer arrebatarnos los liberales, aliados con los ecologeros,
¡que Dios confunda!.
Sin
aceite, no por extraído de la aceituna menos producto químico que si lo
hubiéramos sintetizado, no podríamos crackear las proteínas para hacer más
eficiente nuestra digestión. El vinagre, ese vino agrio que no sirve para
beber, pura disolución de ácido acético, nos frustraría el aderezo de una
ensalada; pero también el delicioso sabor de unos boquerones en vinagre.
El
alcohol limpia y desinfecta nuestras heridas, adicionado o no de aquella vieja
tintura de iodo oxidante de nuestra infancia, hoy substituido por ”mercromina”,
un producto químico más amable, “no pica”, pero con igual utilidad.
También el perborato, un precedente de las
más sofisticadas cremas de dientes actuales contribuía a nuestra higiene y
bienestar bucal; y las pastillas de clorato (potásico), además de para hacer
pólvora casera, nos resolvían las afonías y nos aginaba la voz.
No hemos aun salido de la cocina y todavía
queda una infinidad de química haciendo feliz nuestra vida: detergentes para
limpiar, bicarbonato para levantar los buñuelos o los bizcochos, carbón activo
para eliminar los olores, sepiolita para absorber el pis del gato, azúcar para
eliminar el amargo del café, con cafeína, por supuesto que es lo que lo hace
agradable, como el alcohol a la cerveza, digan lo que digan los partidarios del
0,0.
Seamos buenos padres. Démosle, es gratis, la
oportunidad de abrir sus ojos y disfrutar de la vida que nos rodea. Una vida
artificialmente natural, no existe otra más que la natural de la que nacimos y
la que, naturalmente, hemos hecho arte, es decir, con técnica
Cristo, al ciego al que
necios creyentes en extraterrestres atribuían su desgracia por un pecado de sus
antepasados, viejo truco para esclavizar la hombre libre que aun funciona, se
los frotó diciendo, “éfeta”, que en arameo significa “abríos”.
Repitámoslo en nuestros hijos, carentes de
pecado por serlo, y abramos no sólo sus ojos de ver, sino sus ojos de la razón
para librarlos así de fantasmagorías alienantes en contra del desarrollo
científico, que es la quintaesencia del desarrollo natural. Vivimos y moriremos
en la naturaleza que, como la química, no es ni buena ni mala. Es.
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