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22 ago 2013

Derecho a decidir: (27) Parlamentos (pseudo)democráticos

Para un ser racional todo lo que desconoce es una materia atractiva sobre la que conversar, sobre la que reflexionar, sobre la que investigar para conocerla mejor. No hay límites. Perdón, no hay más límite que el de la capacidad y la voluntad de trabajo de cada uno aplicada a esa tarea.
Ésa es, desde que el hombre apareció sobre la tierra, es decir, desde que fue capaz de razonar por vez primera, la tarea apasionante de nuestra existencia. Se trata de algo que, en mi opinión, no se traslada con suficiente intensidad a los ciudadanos a los que estamos instruyendo para ser buenas personas, buenos ciudadanos y buenos profesionales, todo lo cual lleva implícito una “bondad” perversa: la de ser obedientes, cuando lo que hay que ser es racionales.
No se destacan, apenas se les cuenta como una anécdota, las consecuencias de la abdicación de razonar. Es, nada menos, que la pérdida de la libertad. Ésta sólo existe cuando se reconoce la suprema dignidad de la persona racional por encima de ningún otro valor.
Vivimos en sociedades, somos ciudadanos, palabra que viene de “civis”, ciudad en latín, como políticos, viene de “polis”, también ciudad, en griego. Se contrapone así a la persona que vivía en el campo, aislado, privado de la capacidad de vivir en una comunidad intelectualmente floreciente como la que se genera en las ciudades, por la menor densidad de población. Por ello es en las regiones montañosas, donde la comunicación es más difícil, donde el hombre más que social es huraño y llega a la agresividad “cuando baja al llano”.
No por casualidad floreció la civilización en las llanuras fluviales, la China de los grandes ríos, igual que la India y el SE asiático, pero también en Mesopotamia, una llanura fértil en el medio de dos ríos. En Grecia lo montañoso quedó compensado con la facilidad de la comunicación marítima, que no hay valle más llano. No floreció por acaso Atenas, la que tenía la hegemonía del diálogo y la democracia, aunque fuera imperfecta, pues era sólo para unos pocos: los libres, porque en aquellas épocas, en una clara desviación del “derecho a la propiedad privada” se había extendido éste al de los seres humanos, cual si animales fueran.
Tampoco se enseña que el primer acuerdo de convivencia, desbordando el ánimo primitivo de los clanes y los pueblos, tenía como objetivo la mejora de las condiciones de todos. Ni se enseña que pronto ese objetivo fue robado por unos pocos que convirtieron el objetivo en la mejora de las condiciones, pero sólo para ellos, los poseedores del poder. No fue ni más ni menos que la puesta en práctica del precepto, tras “La rebelión en la Granja”: “todos los animales son iguales pero algunos son más iguales que otros”.
Fue fácil el “obsceni connubi” del poder civil/militar y el religioso. Su poder coactivo era la amenaza de la condenación en la vida eterna además del atropello que también se practicaba en esta vida. El desarrollo de distintas formas de comunidades, y de atropellos al ser humano, es un prodigio de variedad; demuestra que, al menos, somos gente imaginativa.
Para secuestrar la libertad se creó un mundo superior y sagrado que no se podía tocar y del que no se puede hablar, inefable. Así se podía matar al sacrilegio si rompía el tabú que secuestraban unos pocos dándose el derecho a decir cuál es la Verdad
No se enseña que en Europa, a la que consideramos la Atenas actual, esas doctrinas siguen con pleno vigor. Que hasta hace pocos años el sacrilegio era motivo de asesinato, bien que “legal”, por parte de los Estados cristianos. Eso todavía ocurre en otras países dominados por religiones igualmente primitivas, sectas todas del intolerante monoteísmo del judaísmo al que imitan. Lo sigue siendo la defensa de la Patria, el Pueblo, la Nación o como se quiera llamar a la comunidad que utilizamos para justificar el atropello a la igualdad de derechos “del hombre (mujer o varón) y el ciudadano proclamados hace casi dos siglos y medio..
Quizá más grave sea que haya partidos políticos que son inefables. Se reúnen en sus parlamentos, creados para parlamentar sobre todo lo divino y lo humano. Allí, esos “inefables” se reprochan “V. es antinacionalista”, como si fuera irracional defender la libertad individual que pretenden secuestrar “los patriotas nacionalistas”. El totalitarismo, nacionalista o religioso es un tabú sagrado e inefable,           porque si se toca se convierte en polvo, y si se habla de él se ve su irracionalidad.
Ideas de Dios, Patria, Rey, Pueblo, Unidad, son artificios tradicionales, trampas para privar de libertad al ser humano, para reducirlo al grupo, al gang, al barrio, a la aldea, a la nación. Lo único decente es el Estado al servicio del ciudadano único pacto legítimo, sin “sagradas identidades” históricas, de raza, religión, creadoras de “diferencias” convertidas sutilmente en “superioridades”.
Los parlamentos no democráticos declaran sagradas e intocables sus “esencias patriótica” y despreciables las ajenas. Para un Parlamento democrático, desde 1789, sólo es sagrado el individuo y su libertad; e inmundo el más mínimo privilegio que lo atropelle.

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