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24 ago 2013

Franco, Picardo y Gibraltar

                En los años 60 se solía decir: “nada se parece más a un tonto de derechas que un tonto de izquierdas”. Parafraseando el dicho podríamos decir: “nada se parece más a un tonto nacionalista español como un tonto nacionalista gibraltareño”, después de lo cual estamos obligados a explicar el por qué de esta afirmación.
                Para ello recordemos un “chiste” de los muchos con los que los españoles liberábamos nuestra frustración ante la falta de libertad que vivíamos en el régimen dictatorial que ha sido heredado por el actual hijo putativo de Franco, Juan Carlos I de Franco, que juró que seguiría atropellando nuestra libertad aplicándonos las mimas leyes que su predecesor en la dictadura,  para consumar su obra: que en España no hubiera democracia.
                Eran los años 60. La Guardia Civil de fronteras detectó a un ciudadano español que todas las mañanas entraba en Gibraltar con una maleta vacía. La maleta era de madera como las que llevaban los emigrados españoles que se iban a Europa porque en España, además de libertad, faltaban oportunidades para poder vivir. Por la tarde el ciudadano volvía con la maleta arrastrándola con cierto esfuerzo, porque pesaba unos 20 kg.
                Los funcionarios de la Guardia Civil, que se habían sorprendido por la entrada con la maleta vacía, le preguntaron si tenía algo que declarar en la aduana. El ciudadano español declaró que no. Abrieron la maleta y se sorprendieron más al ver el contenido de la maleta llena. La vaciaron, miraron por entre las piedras, pero no encontraron nada sospechoso. Dejaron que el ciudadano volviera meter todas las piedras en la maleta y siguiera su camino.
                Esta operación se repitió al día siguiente; al siguiente del siguiente y al siguiente del siguiente del siguiente y así durante todo un mes. Todos los funcionarios del cuerpo de Policía se substituyeron en la investigación de las piedras que llenaban la maleta de retorno, pero ninguno pudo encontrar ningún elemento que pudiera constituir un delito de contrabando.
                Así pasó un mes. Al final, el oficial Jefe del puesto de la Guardia Civil no pudo aguantar más. Tras la última infructuosa inspección de la maleta, una vez metidas de nuevo todas las piedras en ella, le llamó a su oficina, le invitó a sentase y le hizo la siguiente propuesta: “Sr. mío, no sé qué cuerno pasa Vd. de contrabando. Me comprometo a dejarle seguir pasándolo sin volver a hacerle abrir la maleta con una condición: que me diga qué trae de contrabando”. El ciudadano le miró y le contestó indignado: “Sr. Oficial, yo soy un patriota que jamás haría contrabando en contra de mi patria; lo que hago es llevarme en cada visita 20 kg de piedras del peñón. Si todos los españoles hicieran lo mismo que yo, a estas altura el peñón no existiría.”
                Parce ser que el Sr. Picardo está aplicando este método, pero al revés: está haciendo que el peñón exista con las piedras que trae de España. Éstas, junto al dinero que procede ilegalmente de España - puro fraude fiscal - más el legal de los visitantes que compran en el peñón, consolidan su existencia. Ello es posible gracias a la colaboración voluntaria de los empresarios “patriotas” que hacen lo contrario que nuestro amigo “el patriota de la maleta”. En lugar de hacer desaparecer el peñón lo están consolidando con su fraude a la Hacienda - que es un delito - y con sus compras en el peñón - que no es un delito -  pero que contribuyen a que en el peñón florezca un comercio que es parte de su riqueza.
Nada hay de malo en lo que hace Picardo. Todo parece legal gracias a la colaboración de las autoridades, empresarios y ciudadanos españoles.

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