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21 ago 2013

La policía está al servicio del ciudadano: (2) Un delito internacional "legalizado"

El nacionalismo es un atentado contra la libertad del hombre (mujer o varón).
Un ejemplo de cómo el atropello a loa libertad se puede convertir en algo “normal” lo tenemos en la educación nacionalista y teocrática que divide a lo seres humanos en dos grupos asimétricos: uno, nosotros, que somos los que tenemos la razón y, además, ¡l extraterrestre  único y verdadero - da igual en cual se crea - está con nosotros dándonos perpetuamente la razón por muchas salvajadas que cometamos.
Un ejemplo de cómo se puede conseguir esto en un pequeño grupo lo demostró la película “Die Welle” (la ola), de modo magistral. Pero esa es la misma manipulación a la que se nos pretende someter a todos, todos los días y, como en la película, un numero reducido se convierte en violentamente intransigente y un número inmenso en pacíficas víctimas de esta “minoría violenta inasequible al desaliento”.
El ejemplo más característico lo tenemos en el atropello al derecho internacional cometido en Palestina con el beneplácito de todos los países cristianos desarrollados. El fideicomiso que tenía Gran Bretaña le obligaba a devolver la tierra a los palestinos. Allí, durante siglos, habían convivido en paz los judíos bajo diversos dominios musulmanes, al igual que en todos los demás países musulmanes, libres de todas  las represiones de que fueron objeto, más o menos sistemáticamente, en los países de los cristianos.
Ahí comenzó el genocidio diario “legalizado”. Impidiendo toda solución; imposible mientras a una de las partes se le legitime en su atropello aceptando el derecho procedente de increíbles mandatos “eternos” de un increíble extraterrestre que, además es común entre víctimas y verdugos, aunque los mandatos que reciben del mismo “extraterrestre” - el de Abraham - sean opuestos según el “oráculo que lo traduce”.
El reciente reconocimiento de Palestina como un Estado observador en la ONU al que - como siempre - se opusieron los USA, sigue enquistando el problema que no tiene otra solución que la de Sudáfrica: aprender a convivir con los iguales, ¡todos los seres humanos!, iguales en derechos.
Otro ejemplo más reciente de irracionalidad es el que, entre atónitos e indignados, nos ofreció Yugoeslavia, apoyado por algunos nacionalistas españoles. Los demagogos excitaron la “diferencia” – o sea, “la superioridad” - racial y religiosa de una parte de una comunidad heterogénea.  Quienes hasta eran parientes pasaron  a ser enemigos. De nada importó que fueran de la misma raza - ¿no eran todos de la única que existe, la humana? - y creyentes en el mismo extraterrestre, al que adoraban con distintos ritos. Como siempre, las mujeres llevaron la peor parte de ese nacionalismo, fascista, religioso y machista que convierte en “superiores” - y por tanto con más derechos sobre los demás - a los “diferentes”; ¿en qué, nos preguntamos, si no es en su menguada capacidad intelectual?
Bastó para ello reiterar una y otra vez frases típicamente nacionalistas, trufadas de racismo  – óptimas porque además se trufaban con sentimientos religiosos igualmente irracionales – tales como: “no nos quieren”, “nos odian”, “abusan de nosotros“, “no somos libres”, “quieren resucitar el odio”, “nuestra es la verdad”, “nos atropellaron desde hace tantos o cuantos siglos”,  etc.
Todas estas frases son la transferencia a los demás de nuestros propios malos deseos; los del lobo respecto de la oveja de la fábula de Samaniego. El lobo la acusó de ensuciarle el agua del rio en que bebía. La oveja, sorprendida, en vez de huir confió en la razón y arguyó “no puedo mancharla; bebo aguas abajo”; el lobo zanjó la discusión diciendo: “además por eso”; y se la comió.
La buena vecindad empezó a descomponerse;  empezó con apaleamiento de varones, siguió con violación de mujeres, para enseñarles lo que es un buen macho y “no como los suyos”, acabó en asesinatos de mujeres, varones, niños y ancianos, hasta llegar al genocidio generalizado.
Hoy en Palestina se sigue esa política - no sirvas a quien sirvió, no pidas a quien pidió y no esperes más que persecución de quien fue perseguido” - en la que se niega - con argumentos extraterrestres teocráticos y racistas la posibilidad de que seres humanos que habían convivido durante siglos puedan seguir haciéndolo en paz. Da igual la disculpa que se ponga, quien no es democrático se justificará siempre como el lobo de la fábula “La oveja y el lobo”; y si la oveja deja de serlo se rasgará las filacterias declarándose víctima de la maldad ajena.
La única solución racional es la que ha ocurrido en Sudáfrica: la convivencia entre hombres (varones o mujeres) pacíficos dejando aparte las diferencias anecdóticas (ser blanco o negro, musulmán o judío, etc.).

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