En la
ciudadanía hay un cierto sentimiento de ilusión, algo consustancial con el
deseo de seguir viviendo, respecto a loas declaraciones del Jefe del Estado de
la Ciudad del Vaticano que, pese a toda su historia, sigue generando una
expectación casi “urbi et orbe” en relación con sus comportamientos y
declaraciones.
Algunos
compañeros ven en su cambio de actitud formal y sus declaraciones que no
parecen habituales - contradecir a su predecesor Pio IX sin duda lo ha sido -
un índice de un cambio más profundo en un a actitud que lleva siglos yendo al
remolque de la realidad enrocada en el “sostenella y no enmendalla” que define
ese combinado de torpeza intelectual y prepotencia insensata tan característica
de quien carece de razón.
Pero estas
declaraciones hay que entenderlas dentro de su propio contexto para valorarlas.
Si en evangelio leemos que “No todo el que dice “Señor, Señor” entrará en el
reino de los cielos” (Mat. 7, 23), hemos de confesar que hasta ahora sólo ha
dicho “señor, señor” por lo cual, aunque ha logrado entrar en el reino de
muchos esperanzados la razón de la entrada es más su esperanza que algo firme,
porque como dice el mismo evangelio un poco antes “Por sus obras les
conoceréis” (Mt. 7, 20) y las obras están por venir aunque, de momento, parece
que ya ha metido en la cárcel a un presunto corrupto.
De todos
modos, hay algunas declaraciones que son mucho más significativas que las obras
que estén por venir. Me refiero a las declaraciones en relación con la actitud
de discriminación de la mujer dentro de la iglesia que, secularmente, ha sido
una de las marcas características de la iglesia católica.
“Sobre la
ordenación de las mujeres la Iglesia ha hablado y ha dicho no. Lo dijo Juan
Pablo II con una formulación definitiva. Esa puerta esta cerrada”, ha dicho
Francisco I, con lo cual entronca en la mayor ranciedad papal de la segunda
mitad del S. XX y todo lo que va del S. XXI. Así que todas las mujeres que
habían creído que esas tímidas declaraciones eran augurio de un “aggiornamento”
que preconizó Juan XXIII y que todavía está por venir, puede dar por perdidas
sus esperanzas.
Toda la
apertura que pueden esperar en su reconocimiento como seres humanos iguales en
derechos a los varones, es ninguna. Ha quedado claro que, para la Iglesia
Católica, las mujeres no son iguales ni
lo serán nunca: “esa puerta está cerrada”. Lo curioso es que quien la cierra es
Juan Pablo II, lo cual pone de manifiesto que no parece que hay ningún
fundamento de más fuste, alguna revelación del Espíritu Santo, p ej.
Francisco I
hizo una declaración curiosa: “una iglesia sin mujeres es como el Colegio
Apostólico sin María", Eso sin embargo no le impide empeñarse en mantener
“un Colegio Cardenalicio sin mujeres” algo que, además, sería compatible con su
empecinamiento en no ordenar a las mujeres porque se puede ser Cardenal sin
estar ordenado. La siguiente
declaración: "el papel de la mujer en la iglesia no es sólo la maternidad,
ser madre de familia. Es más fuerte, es el icono de la Virgen, la que ayuda a
crecer a la Iglesia", vuelve a colocar a la mujer en el papel de “imagen
adorable”, pero no de persona real.
La
misoginia que tiene la iglesia es de tal calibre que incluso la lleva a colocar
a la mujer, la mitad de la humanidad, por detrás de los derechos de los varones
gay, como se deduce de su declaración aparentemente progresista. “¿Quién soy yo
para condenar a un gay”.
La
respuesta es bien sencilla, el mismo que condena a la mujer a ser una persona
de segunda clase inferior en derechos a cualquier varón, sea gay o no. Esta
distinta actitud es probable que se deba
a que hacerlo en serio exigiría hacer alguna que otra purga entre la jerarquía
eclesiástica donde existen no pocos varones gay. ¡Pero, aunque gay, son
varones!
Lo siento.
Mientras siga empeñado en mantener esas irracionalidades no creo que lo podamos
admitir en ALTERNATIVA REPUBLICANA. La gran ventaja es que jamás lo pedirá, lo
que nos evita la desagradable necesidad de tener que decirle que no.
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