¿Deben los
Diputados reproducir en el Parlamento la calidad de los ciudadanos que les
votaron? Dudo que nadie se quejara si su nivel cultural superara al del
votante, ni si fueran más educados e
inteligentes, o menos insidiosos y amigos de la bronca; ni si supieran discutir
- al distinto que pelearse - exponiendo sus razones de modo alternado sobre el
asunto que se debate, ni si eliminaran las ridiculezas patrioteras estomagantes, que parecen un espectáculo de
“salsa rosa”.
Recuerdo el debate del
Sr. Ibarretxe, solitario adalid de su proyecto. El nivel patriotero de los nacionalistas
hispánicos le desbordó y convirtió su
nacionalismo vasco en moderado La mayoría de los diputados, salvo honrosas
excepciones, se dedicaron a desacreditar a su oponente; a hacer
interpretaciones de la realidad histórica absolutamente sesgadas; a manipular a
los muertos - “su muerte no fue en vano” - con desvergüenza que afrentaba su memoria
y el derecho a descansar en paz sin ser objeto de intereses partidistas. Todo
menos argumentos se oyó - ¿el parlamento no es para argumentar? Muchos
diputados usando palabras de oído, revelaban su incultura.
El Sr. Rajoy,
entonces en la oposición, dijo del Presidente del Gobierno que había estado
“arcangélico”. No quedó claro si era una alabanza por superar la inocencia y
candidez del ángel, pero sonaba a un reproche ininteligible. La educación
judeo-cristiana del Sr. Rajoy le obligaba a conocer la cohorte angelical con
sus tronos, dominaciones, potestades, querubines y serafines, presididos por
arcángeles.
S. Miguel,
paradigma de arcángeles, hizo lo opuesto al Presidente del Gobierno: echó a las
huestes de Luzbel rebelado contra el poder de Dios y lo mandó al infierno.
Mutatis mutandis, y hay mucho que mudar, el Presidente del Gobierno no es S.
Miguel, ni echó de ningún sitio al Sr. Ibarretxe, que además no es Luzbel. Al
contrario, le invitó a cambiar de actitud y replantear otra opción más lógica,
a fijarse en lo iguales que somos en lugar de destacar aparentes “diferencias”.
De ser, fue querubínico.
El Sr. Ibarretxe,
de regreso a su Parlamento vasco dijo: “pese a que el Gobierno le hubiera
lanzado un guante para una futura negociación había demostrado que no lo
quería”. “Lanzar el guante” a una persona es “retarle”, como debía saber
cualquier experto en privilegios medievales, pues reivindican los fueros. El
Presidente del Gobierno hiciera lo contrario; le “tendió un puente”; le propueso
una nueva oportunidad al que, empecinado, se puso en situación insostenible. El
Sr. Ibarretxe rechazó la salida airosa y se “encastilló”.
La lógica es la
eterna ausencia del Parlamento. El Sr. Ibarretxe dijo, enfadado: “Hay que
decirle al Estado, alto y claro, que tiene que dialogar, negociar y respetar la
voluntad mayoritaria del Parlamento vasco”, cuando le dijo “alto y claro, que
lo que él proponía no era un diálogo, sino un dictado; que no tenía ánimo
negociador, sino impositivo; que él tiene que de respetar la voluntad
mayoritaria del Parlamento español y no al revés”.
Se lo explicara el
Sr. Anguita, siendo alcalde de Córdoba, al Obispo, enfadado éste `porque no
hacía lo que el Obispo quería. El. Sr. Anguita le recordó que él no estaba bajo
el “ámbito episcopal de decisión”, y por eso no tenía qué obedecerle; pero que
él, el Obispo, era ciudadano de Córdoba y sí estaba, en cambio, bajo “el ámbito
municipal de decisión”
No sabemos qué
planteamiento tiene previsto el Sr. Más; cada día cambia de postura y recula más respecto de lo
prometido. Pero debería tener claro dos cosas:
Una: ante un Parlamento pseudo-democrático,
como el actual, se pueden pedir privilegios, aunque no se obtendrán. Su
espíritu es el de una constitución llena de privilegios, nacidos de un dictador
y genocida que inventó un reino y un rey que juró que, a cambio de ello,
seguiría atropellando nuestra libertad con el anterior parlamento.
Dos: todos le agradeceríamos que exigiera la apertura de un nuevo período constitucional para redactar una Constitución democrática; una Constitución donde hubiera igualdad de derechos poniendo así fin a todo “privilegio histórico” o “diferencia”, sea ésta personal, familiar, municipal o autonómico. Podría encontrarse detrás de esta propuesta a todo el país
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