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10 ago 2013

Derecho a decidir (24): se mendigan los privilegios; se exigen los derechos

¿Deben los Diputados reproducir en el Parlamento la calidad de los ciudadanos que les votaron? Dudo que nadie se quejara si su nivel cultural superara al del votante,  ni si fueran más educados e inteligentes, o menos insidiosos y amigos de la bronca; ni si supieran discutir - al distinto que pelearse - exponiendo sus razones de modo alternado sobre el asunto que se debate, ni si eliminaran las ridiculezas patrioteras  estomagantes, que parecen un espectáculo de “salsa rosa”.
Recuerdo el debate del Sr. Ibarretxe, solitario adalid de su proyecto. El nivel patriotero de los nacionalistas hispánicos le desbordó y  convirtió su nacionalismo vasco en moderado La mayoría de los diputados, salvo honrosas excepciones, se dedicaron a desacreditar a su oponente; a hacer interpretaciones de la realidad histórica absolutamente sesgadas; a manipular a los muertos - “su muerte no fue en vano” - con desvergüenza que afrentaba su memoria y el derecho a descansar en paz sin ser objeto de intereses partidistas. Todo menos argumentos se oyó - ¿el parlamento no es para argumentar? Muchos diputados usando palabras de oído, revelaban su  incultura.
El Sr. Rajoy, entonces en la oposición, dijo del Presidente del Gobierno que había estado “arcangélico”. No quedó claro si era una alabanza por superar la inocencia y candidez del ángel, pero sonaba a un reproche ininteligible. La educación judeo-cristiana del Sr. Rajoy le obligaba a conocer la cohorte angelical con sus tronos, dominaciones, potestades, querubines y serafines, presididos por arcángeles.
S. Miguel, paradigma de arcángeles, hizo lo opuesto al Presidente del Gobierno: echó a las huestes de Luzbel rebelado contra el poder de Dios y lo mandó al infierno. Mutatis mutandis, y hay mucho que mudar, el Presidente del Gobierno no es S. Miguel, ni echó de ningún sitio al Sr. Ibarretxe, que además no es Luzbel. Al contrario, le invitó a cambiar de actitud y replantear otra opción más lógica, a fijarse en lo iguales que somos en lugar de destacar aparentes “diferencias”. De ser, fue querubínico.
El Sr. Ibarretxe, de regreso a su Parlamento vasco dijo: “pese a que el Gobierno le hubiera lanzado un guante para una futura negociación había demostrado que no lo quería”. “Lanzar el guante” a una persona es “retarle”, como debía saber cualquier experto en privilegios medievales, pues reivindican los fueros. El Presidente del Gobierno hiciera lo contrario; le “tendió un puente”; le propueso una nueva oportunidad al que, empecinado, se puso en situación insostenible. El Sr. Ibarretxe rechazó la salida airosa y se “encastilló”.
La lógica es la eterna ausencia del Parlamento. El Sr. Ibarretxe dijo, enfadado: “Hay que decirle al Estado, alto y claro, que tiene que dialogar, negociar y respetar la voluntad mayoritaria del Parlamento vasco”, cuando le dijo “alto y claro, que lo que él proponía no era un diálogo, sino un dictado; que no tenía ánimo negociador, sino impositivo; que él tiene que de respetar la voluntad mayoritaria del Parlamento español y no al revés”.
Se lo explicara el Sr. Anguita, siendo alcalde de Córdoba, al Obispo, enfadado éste `porque no hacía lo que el Obispo quería. El. Sr. Anguita le recordó que él no estaba bajo el “ámbito episcopal de decisión”, y por eso no tenía qué obedecerle; pero que él, el Obispo, era ciudadano de Córdoba y sí estaba, en cambio, bajo “el ámbito municipal de decisión”
No sabemos qué planteamiento tiene previsto el Sr. Más; cada día cambia de postura y recula más respecto de lo prometido. Pero debería tener claro dos cosas:
Una: ante un Parlamento pseudo-democrático, como el actual, se pueden pedir privilegios, aunque no se obtendrán. Su espíritu es el de una constitución llena de privilegios, nacidos de un dictador y genocida que inventó un reino y un rey que juró que, a cambio de ello, seguiría atropellando nuestra libertad con el anterior parlamento.

Dos: todos le agradeceríamos que exigiera la apertura de un nuevo período constitucional para redactar una Constitución democrática; una Constitución  donde hubiera igualdad de derechos poniendo así fin a todo “privilegio histórico” o “diferencia”, sea ésta personal, familiar, municipal o autonómico. Podría encontrarse detrás de esta propuesta a todo el país

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