El dominio del fuego produjo cambios trascendentales en el desarrollo
humano. Temido como un castigo de dioses iracundos, el ingenio humano, siempre
irreverente, consiguió su control y ello le abrió mil posibilidades: mantener a
raya a las fieras, abrigarse de unas temperaturas inclementes, porque lo logró
en la glaciación previa al actual período post-glacial; y mejoró la nutrición,
al hacer más digeribles las proteínas mediante el craqueo térmicos. Claro que
también permitió quemar las ciudades y las cosechas del otro, que en usar mal
los frutos de la inteligencia no hemos mejorado casi nada.
Sadí Carnot, joven ingeniero francés, es para todos la referencia de la
conversión de energía mecánica en térmica. En realidad sólo lo fue de su
medida, algo que es el segundo paso del conocimiento, que
el primero es la reflexión. Porque fue miles de siglos antes cuando los
indígenas de todo el mundo, con unanimidad que sorprende ante la actual
hipertrofia de la diferencia, hicieron lo mismo por doquier.
Frotando un palo contra otro produjeron el fuego. La energía mecánica,
mediante el roce producía un aumento de temperatura y se convertía en energía
química a partir del mismo movimiento con que se preparaba el chocolate. La
varilla giraba entre las manos y el pié sujetaba la madera sobre la que giraba
junto a briznas secas que se inflamaban.
Un instrumento más sofisticado consistía en enrollar una varilla a la
cuerda de un arco y normal a ella. El movimiento horizontal del arco hacía
girar la varilla con mucha mayor velocidad y más eficiencia, que en el
procedimiento del chocolate se nos calentaban mucho las manos, y se alcanzaba
rápidamente la temperatura de inflamación.
El ingenio humano, la misma capacidad frente a la misma necesidad,
encontró la misma solución; o variaciones sobre el mismo tema, como si se
tratara de una obra musical.
Así nació una de las más simples, más elementales y más geniales
reacciones químicas: C + O2 à CO2 hoy tan denostada por todo
el mundo a la que se le reprocha que calienta el planeta y es hace madre de
todas las desgracias futuras. Que se calienta el mundo es cierto; que sea malo,
está por demostrar. Escéptico, pienso si no será otro truco para distraer la
atención de las desgracias presentes que, por ello, nadie evita.
La misma reacción a “medio hacer” también resultó esencial: C + ½ O2 à CO. Mucho antes de saber qué hacíamos, con
ese gas reductor iniciamos la edad de los metales.
De nuevo el ingenio, ahora de africanos y asiáticos, que por aquella
época parece que los europeos estábamos todavía en el neolítico, o cociendo
cerámica, obtuvo los metales en hornos elementales. Bastaba soplar con una caña
produciendo esa atmósfera reductora sobre unos minerales de hierro. Había
nacido el “bajísimo horno”, ancestro de los grandes hornos altos que fueron la
joya de la revolución industrial. Ignorantes de las leyes del equilibrio de
Boudouard de conversión de CO/ CO2, se manejaba con destreza tanto
desconocimiento; y allí estábamos – estaban - obteniendo hierro fundido.
Algunos hacen del CO2 nuestro gran enemigo. Pero yo, herético
e iconoclasta, me resisto a creer en esta nueva “religión verdadera” que
pretende – con la osadía del que ignora – congelar el momento actual de la
tierra porque “si evoluciona, lo hará a peor”. Recordando a nuestros
antepasados en Altamira haciendo grafitis sin salir para no morirse de frío; o
a los primitivos actuales, ejemplos de “respeto a la Naturaleza”; ¿no lo son de
ignorante impotencia? Sigo oyendo al agorero: “el petróleo, la energía, el
mundo, ... se acaba”. Pero desde entonces el único que se acaba soy yo mismo.
Claro que cualquier recurso, natural o no, debe emplearse
inteligentemente. Pero, por Dios, que nadie blasfeme en mi presencia de la
Santísima Trinidad de la Química
C + ½ O2 à CO
CO + ½ O2 à CO2 C + O2 à CO2
Ni me pregunte quién es el Padre, quién el Hijo y quién el Espíritu
Santo. Sólo soy un químico que no entiende de teologías, ni de metafísicas. Soy
vulgarmente experimental.
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