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13 ago 2013

Química: (9) La Santísima Trinidad

El dominio del fuego produjo cambios trascendentales en el desarrollo humano. Temido como un castigo de dioses iracundos, el ingenio humano, siempre irreverente, consiguió su control y ello le abrió mil posibilidades: mantener a raya a las fieras, abrigarse de unas temperaturas inclementes, porque lo logró en la glaciación previa al actual período post-glacial; y mejoró la nutrición, al hacer más digeribles las proteínas mediante el craqueo térmicos. Claro que también permitió quemar las ciudades y las cosechas del otro, que en usar mal los frutos de la inteligencia no hemos mejorado casi nada.
Sadí Carnot, joven ingeniero francés, es para todos la referencia de la conversión de energía mecánica en térmica. En realidad sólo lo fue de su medida, algo que es el segundo paso del conocimiento, que el primero es la reflexión. Porque fue miles de siglos antes cuando los indígenas de todo el mundo, con unanimidad que sorprende ante la actual hipertrofia de la diferencia, hicieron lo mismo por doquier.
Frotando un palo contra otro produjeron el fuego. La energía mecánica, mediante el roce producía un aumento de temperatura y se convertía en energía química a partir del mismo movimiento con que se preparaba el chocolate. La varilla giraba entre las manos y el pié sujetaba la madera sobre la que giraba junto a briznas secas que se inflamaban.
Un instrumento más sofisticado consistía en enrollar una varilla a la cuerda de un arco y normal a ella. El movimiento horizontal del arco hacía girar la varilla con mucha mayor velocidad y más eficiencia, que en el procedimiento del chocolate se nos calentaban mucho las manos, y se alcanzaba rápidamente la temperatura de inflamación.
El ingenio humano, la misma capacidad frente a la misma necesidad, encontró la misma solución; o variaciones sobre el mismo tema, como si se tratara de una obra musical.
Así nació una de las más simples, más elementales y más geniales reacciones químicas: C + O2  à CO2 hoy tan denostada por todo el mundo a la que se le reprocha que calienta el planeta y es hace madre de todas las desgracias futuras. Que se calienta el mundo es cierto; que sea malo, está por demostrar. Escéptico, pienso si no será otro truco para distraer la atención de las desgracias presentes que, por ello, nadie evita.
La misma reacción a “medio hacer” también resultó esencial: C + ½ O2  à CO. Mucho antes de saber qué hacíamos, con ese gas reductor iniciamos la edad de los metales.
De nuevo el ingenio, ahora de africanos y asiáticos, que por aquella época parece que los europeos estábamos todavía en el neolítico, o cociendo cerámica, obtuvo los metales en hornos elementales. Bastaba soplar con una caña produciendo esa atmósfera reductora sobre unos minerales de hierro. Había nacido el “bajísimo horno”, ancestro de los grandes hornos altos que fueron la joya de la revolución industrial. Ignorantes de las leyes del equilibrio de Boudouard de conversión de CO/ CO2, se manejaba con destreza tanto desconocimiento; y allí estábamos – estaban - obteniendo hierro fundido.
Algunos hacen del CO2 nuestro gran enemigo. Pero yo, herético e iconoclasta, me resisto a creer en esta nueva “religión verdadera” que pretende – con la osadía del que ignora – congelar el momento actual de la tierra porque “si evoluciona, lo hará a peor”. Recordando a nuestros antepasados en Altamira haciendo grafitis sin salir para no morirse de frío; o a los primitivos actuales, ejemplos de “respeto a la Naturaleza”; ¿no lo son de ignorante impotencia? Sigo oyendo al agorero: “el petróleo, la energía, el mundo, ... se acaba”. Pero desde entonces el único que se acaba soy yo mismo.
Claro que cualquier recurso, natural o no, debe emplearse inteligentemente. Pero, por Dios, que nadie blasfeme en mi presencia de la Santísima Trinidad de la Química
C + ½ O2  à CO                        CO + ½ O2  à CO2                                C + O2  à CO2                         
Ni me pregunte quién es el Padre, quién el Hijo y quién el Espíritu Santo. Sólo soy un químico que no entiende de teologías, ni de metafísicas. Soy vulgarmente experimental.

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