Con la policía dispuesta a atropellar los derechos de los ciudadanos, no nace la
libertad.
La libertad es un valor
individual, personal e intransferible. No desciende de los “pueblos” - ¿qué son
los pueblos? - a los ciudadanos, sino al revés: son los ciudadanos libres los
que engendran pueblos libres, como demostró la Revolución Francesa (RF).
El primer artículo de la
“Declaración Universal de los Derechos del Hombre (mujer y varón) y del Ciudadano
(incluida la ciudadana)” (DUDHC) declara:
DUDHC, art. 1.- Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos
y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente
los unos con los otros
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Esta
declaración no es, en el fondo, nada diferente de lo que Protágoras dijera hace
25 siglos:
El hombre es la medida de
todas las cosas
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Este es el
más antiguo canto a la libertad que conozco. Por desgracia, aun hoy es
necesario dar argumentos para justificarlo. Ésta debería ser la primera
enseñanza que recibiéramos de nuestros padres y si no lo saben, de nuestros
maestros. Pero debería ser innecesario porque debería estar flotando en el ambiente social en el que
vivimos; entrar por ósmosis a través de la piel o, mejor aún, con el aire de
libertad que respiráramos en una sociedad de hombres (mujeres y varones)
libres.
Este
espíritu de libertad se engendró y distribuyó por toda Europa hace unos dos o tres
siglos. Pese a ser una verdad natural aún no ha encontrado pleno y absoluto alojamiento
en el espíritu del ser humano (mujer y varón). Creemos que “las puertas de la
mentira no prevalecerán contra la verdad”. Es verdad, pero el espacio de la
racionalidad reflexiva suele ocuparlo, con rara facilidad, el sentimiento de lo
irracional, en el que se aloja la pereza del que renuncia a pensar
Otro atropello a la libertad y a la democracia es el
sistema monárquico. Él se funda en establecer derechos hereditarios. Se trata
de una desigualdad que discrimina a todos los ciudadanos miembros de esa
sociedad. Esa desigualdad sólo se puede sostener por la violencia, expresa o implícita,
pero siempre violencia. Que ésta sea aceptada por la vía de la tradición
secular, ocurre en muchos países, no reduce
ni la violencia, ni el atropello a la libertad de todos los ciudadanos. La ley
impide pactar la renuncia a determinados derechos; uno de ellos, sin duda, es
la libertad y el otro, la igualdad de los seres humanos.
El origen
de los estados monárquicos antidemocráticos surgió, en algunos casos, hace
siglos en una “carta otorgada”; es el
caso del Reino Unido en el origen de cuya carta se declara “la superioridad del
rey, ¡y de sus herederos!”, sobre los demás seres humanos: algo inadmisible
para un ser racional.
Si fue
aceptada fue porque esas eran épocas donde la violencia atropellaba la igualdad
de derechos entre los hombres (mujeres o varones). Hoy como ayer, aunque
entonces se aceptara, es un fraude. Nadie
es superior a nadie. Nadie puede “otorgar derechos” a sus iguales. Sólo puede
pactar con ellos en condiciones de igualdad con todos y cada uno de ellos; es
decir, por la vía democrática, cuyo doble fundamento es: 1º : un hombre (mujer
o varón) un voto y 2º: todos somos iguales ante la ley
Algunos
reivindican el “respeto a la tradición”. Es la forma “políticamente correcta”
de justificar “el derecho a seguir abusando”. Todos los sistemas no
democráticos son intrínsecamente ilegales. Pero algunos se mantienen disimulando su falta
de democracia. Quienes así argumentan deben recordar que aun más universal y
tradicional, en todo el globo y por muchos más siglos, fue el derecho a la
esclavitud. Hoy, gracias al progreso racional, es ilegal. Es sólo ejemplo
porque hay miles que demuestra que la “tradición”, si es irracional, en lugar
de respeto, como piden quienes se benefician de ese atropello a todos los demás,
exigen una gran diligencia para acabar con ella rápidamente y con el daño producido.
La
“tradición” sólo es respetable si tiene fundamento racional. Quizá fue válida cuando
nació, ¡pero sólo lo seguirá siéndolo si sigue siendo racional con el paso del
tiempo! Las tradiciones se conservan si son racionales, pero ninguna tradición
se debe conservar por ser antigua y “tradicional”. ¿Qué mérito hay en haber
atropellado los derechos ajenos durante siglos bajo el imperio de la fuerza?. Cuando
el progreso humano aprecia la irracionalidad, p. ej., la inmundicia moral de la
discriminación por sexo, nacimiento o condición social, la esclavitud y la
monarquía, etc., su razón de ser
irracional, ¡no su antigüedad irracional!, obliga a ilegalizarla.
Esta
realidad es aun más evidente en el caso de España. La monarquía actual es el
engendro de un dictador: carece de tradición y, sobre todo, de racionalidad. Es
el fruto podrido de un atropello militar al que siguió un genocidio de un
millón de personas por sus ideas civiles
y religiosas que culminó en 36 años de dictadura y en 37 - ¡ya 37! – de
post-dictadura pre-democrática. Es decir, ¡llevamos ya 73 años privados de aquella
libertad democrática lograda pacíficamente el 14.04.1931 cuando el ultimo rey,
ya sin apoyos de ningún dictador – el último fue el General Primo de Rivera –
huyó como un conejo a la Italia fascista, dejando atrás a su mujer y a sus
hijos, ¡que no se puede caer más bajo!
La
irracionalidad de esta monarquía se consagró con el juramento del Príncipe de
España[1], designado por el dictador
como su heredero en la Jefatura del Estado y al que él, un dictador, le dio el
título de rey. ¡Increíble! El lo convierte en Juan Carlos I de Franco.
Agradecido y servil, jura que nos seguiría aplicando sus leyes inicuas, manu
militari. Ese juramento, que nunca revocó, hace aun más insoportable esta
situación. Estamos ante un puro fraude jurídico. De él se siguen beneficiando
sobre todo “los que se siguen considerando dueños del país”. Los mismos que
apoyaron la dictadura de Franco. Los mismos que apoyaron su atropello a la
república democrática. Pero también algunos, muy astutos, que disfrazados de los demócratas que
no son, se han subido a tan lucrativo carro.
No porque
sea difícil desmontarlo disminuye en nada la falta de ética de su origen ¡pero
sobre todo de su contenido antidemocrático!. Pero como decía aquella canción
fascista reivindicatoria de la españolidad de Gibraltar: “torres más altas han
caído / rendidas al valor español”.
[1]
Este título de “Príncipes de España” también se lo inventó el dictador y,
¡faltaría más!, lo aceptaron agradecidos los interesados, el título era bicéfalo, con
zalameroso agradecimiento.
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