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24 ago 2013

La policía está al servicio del ciudadano: (3) Así no nace la libertad

Con la policía dispuesta a atropellar los derechos de los ciudadanos, no nace la libertad.
La libertad es un valor individual, personal e intransferible. No desciende de los “pueblos” - ¿qué son los pueblos? - a los ciudadanos, sino al revés: son los ciudadanos libres los que engendran pueblos libres, como demostró la Revolución Francesa (RF).
 El primer artículo de la “Declaración Universal de los Derechos del Hombre (mujer y varón) y del Ciudadano (incluida la ciudadana)” (DUDHC) declara:
DUDHC, art. 1.- Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros
Esta declaración no es, en el fondo, nada diferente de lo que Protágoras dijera hace 25 siglos:
El hombre es la medida de todas las cosas
Este es el más antiguo canto a la libertad que conozco. Por desgracia, aun hoy es necesario dar argumentos para justificarlo. Ésta debería ser la primera enseñanza que recibiéramos de nuestros padres y si no lo saben, de nuestros maestros. Pero debería ser innecesario porque debería estar  flotando en el ambiente social en el que vivimos; entrar por ósmosis a través de la piel o, mejor aún, con el aire de libertad que respiráramos en una sociedad de hombres (mujeres y varones) libres.
 Este espíritu de libertad se engendró y distribuyó por toda Europa hace unos dos o tres siglos. Pese a ser una verdad natural aún no ha encontrado pleno y absoluto alojamiento en el espíritu del ser humano (mujer y varón). Creemos que “las puertas de la mentira no prevalecerán contra la verdad”. Es verdad, pero el espacio de la racionalidad reflexiva suele ocuparlo, con rara facilidad, el sentimiento de lo irracional, en el que se aloja la pereza del que renuncia a pensar
                 Otro atropello a la libertad y a la democracia es el sistema monárquico. Él se funda en establecer derechos hereditarios. Se trata de una desigualdad que discrimina a todos los ciudadanos miembros de esa sociedad. Esa desigualdad sólo se puede sostener por la violencia, expresa o implícita, pero siempre violencia. Que ésta sea aceptada por la vía de la tradición secular, ocurre en muchos países,  no reduce ni la violencia, ni el atropello a la libertad de todos los ciudadanos. La ley impide pactar la renuncia a determinados derechos; uno de ellos, sin duda, es la libertad y el otro, la igualdad de los seres humanos. 
El origen de los estados monárquicos antidemocráticos surgió, en algunos casos, hace siglos  en una “carta otorgada”; es el caso del Reino Unido en el origen de cuya carta se declara “la superioridad del rey, ¡y de sus herederos!”, sobre los demás seres humanos: algo inadmisible para un ser racional.
Si fue aceptada fue porque esas eran épocas donde la violencia atropellaba la igualdad de derechos entre los hombres (mujeres o varones). Hoy como ayer, aunque entonces se aceptara,  es un fraude. Nadie es superior a nadie. Nadie puede “otorgar derechos” a sus iguales. Sólo puede pactar con ellos en condiciones de igualdad con todos y cada uno de ellos; es decir, por la vía democrática, cuyo doble fundamento es: 1º : un hombre (mujer o varón) un voto y 2º: todos somos iguales ante la ley
Algunos reivindican el “respeto a la tradición”. Es la forma “políticamente correcta” de justificar “el derecho a seguir abusando”. Todos los sistemas no democráticos son intrínsecamente ilegales.  Pero algunos se mantienen disimulando su falta de democracia. Quienes así argumentan deben recordar que aun más universal y tradicional, en todo el globo y por muchos más siglos, fue el derecho a la esclavitud. Hoy, gracias al progreso racional, es ilegal. Es sólo ejemplo porque hay miles que demuestra que la “tradición”, si es irracional, en lugar de respeto, como piden quienes se benefician de ese atropello a todos los demás, exigen una gran diligencia para acabar con ella rápidamente y con el daño producido.
La “tradición” sólo es respetable si tiene fundamento racional. Quizá fue válida cuando nació, ¡pero sólo lo seguirá siéndolo si sigue siendo racional con el paso del tiempo! Las tradiciones se conservan si son racionales, pero ninguna tradición se debe conservar por ser antigua y “tradicional”. ¿Qué mérito hay en haber atropellado los derechos ajenos durante siglos bajo el imperio de la fuerza?. Cuando el progreso humano aprecia la irracionalidad, p. ej., la inmundicia moral de la discriminación por sexo, nacimiento o condición social, la esclavitud y la monarquía, etc.,  su razón de ser irracional, ¡no su antigüedad irracional!, obliga a ilegalizarla. 
Esta realidad es aun más evidente en el caso de España. La monarquía actual es el engendro de un dictador: carece de tradición y, sobre todo, de racionalidad. Es el fruto podrido de un atropello militar al que siguió un genocidio de un millón de personas por sus  ideas civiles y religiosas que culminó en 36 años de dictadura y en 37 - ¡ya 37! – de post-dictadura pre-democrática. Es decir, ¡llevamos ya 73 años privados de aquella libertad democrática lograda pacíficamente el 14.04.1931 cuando el ultimo rey, ya sin apoyos de ningún dictador – el último fue el General Primo de Rivera – huyó como un conejo a la Italia fascista, dejando atrás a su mujer y a sus hijos, ¡que no se puede caer más bajo! 
La irracionalidad de esta monarquía se consagró con el juramento del Príncipe de España[1], designado por el dictador como su heredero en la Jefatura del Estado y al que él, un dictador, le dio el título de rey. ¡Increíble! El lo convierte en Juan Carlos I de Franco. Agradecido y servil, jura que nos seguiría aplicando sus leyes inicuas, manu militari. Ese juramento, que nunca revocó, hace aun más insoportable esta situación. Estamos ante un puro fraude jurídico. De él se siguen beneficiando sobre todo “los que se siguen considerando dueños del país”. Los mismos que apoyaron la dictadura de Franco. Los mismos que apoyaron su atropello a la república democrática. Pero también algunos, muy  astutos, que disfrazados de los demócratas que no son, se han subido a tan lucrativo carro.
No porque sea difícil desmontarlo disminuye en nada la falta de ética de su origen ¡pero sobre todo de su contenido antidemocrático!. Pero como decía aquella canción fascista reivindicatoria de la españolidad de Gibraltar: “torres más altas han caído / rendidas al valor español”.

[1] Este título de “Príncipes de España” también se lo inventó el dictador y, ¡faltaría más!, lo aceptaron agradecidos  los interesados, el título era bicéfalo, con zalameroso agradecimiento.

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