Hemos comentado en (VI) que la apología de la virginidad
tenía como objetivo que la “cosa”, la mujer, no estuviera “usada”. Asimismo, la
conversión de la infidelidad en delito pretendía que la “cosa”, la mujer, no le
colocara al marido como hijo y “heredero” suyo el hijo de otro varón, como hace
el cuco colocando huevos en nidos ajenos para que se los empollen. La tercera
maniobra de apropiación del cuerpo - pero también del alma - de la mujer es convertirla
en una “alumbradora de hijos”.
“La mujer como parra fecunda”. Ésa es la metáfora con la que
la iglesia católica alaba a la mujer: una persona cuyo fin es el de tener
hijos. Esa obligación, según dicen ellos, daba gusto al “extraterrestre” que se
dedicaba a “bendecir a las familias” dándoles hijos a troche y moche ¡aunque
ellos no los quisieran!, sin duda una forma extraña de andar bendiciendo a la
gente.
A este esquema loco, la iglesia - víctima de su obsesión sexual
de orientación machista - le añadió el inventó
del “débito conyugal”; de la mujer, claro. Con ese invento la mujer que no pagaba , ¿su deuda?, era acusada de ser
responsable de los “pecados del marido” que,
el pobrecito, se “veía obligado” a acostarse con otras mujeres - si su mujer no
cumplía con su “débito” a satisfacción de su “acreedor”; el marido,
naturalmente. Se trata, es evidente, de un débito que carece del más mínimo
equilibrio, p. ej. el del “débito de la seducción” por parte del marido, que es
lo que necesita cualquier esposa para desear tener una relación sexual con él
en vez de tener sólo “débitos”.
Esta misma “cosificación” de la mujer se manifestó en otro
atropello - igualmente totalitario pero este terrenal - bajo el nazismo. A la
víctima le da igual que el atropello tenga origen terrestre o extraterrestre,
ella no ve la diferencia; es victima en ambos casos. La apología era la misma
pero ahora en lugar de agradar al “ser superior”, el extraterrestre se promovía
“la raza superior”. A la fecunda mujer germánica se la invitaba a tener hijos.
Eso mismo pasó en Italia y en España. Franco daba premios a las mujeres que
llegaban a tener 20 hijos. Una subespecie del premio era no sólo por los muchos
partos, sino que premiaba la supervivencia de los hijos.
El colmo nazi les llevó a crear un sistema de selección de
varones y mujeres a los que se les convencía de su obligación patriótica de
tener hijos perfectos. Para ello, previa “selección” se les reunía en ¿campos
del amor?, y se les invitaba a tener relaciones sexuales buscando el embarazo. Esos
hijos pasaban a ser una propiedad del Estado que los destinaba a futuros
¿mandos nacionales? Nunca llegó a saberse. Es el atropello inverso al de la
iglesia que prohíbe las relaciones
sexuales que no pretendan el embarazo, lo único que “perdonar” el acto sexual.
Todavía estoy impresionado por aquella película mexicana
donde el marido, cuando va a acostarse con su esposa por primera vez reza disculpándose:
“no es por vicio ni por fornicio, sino por dar hijos a tu servicio” ¿Cómo se ha
conseguido llegar a semejante alienación?
Es contemporáneo el espectáculo internacional de esa mujer
embarazada de un hijo inviable por descerebrado a la que las leyes
interpretadas de modo irracional bajo la presión de la iglesia - que calla como
si ella no fuera la mano que ha lanzado la piedra, porque para eso está el
poder civil haciendo el trabajo sucio - obligan a que corra el riesgo de morir para
que ese feto, que nunca será persona, porque está descerebrado, nazca por vía
vaginal.
En el colmo del “respeto a la ley” que atropella a la mujer a
la que debería proteger ha creado la “salida legal” de la cesárea, porque eso
es un parto y no un aborto. Semejante irracionalidad puede llevar al Ministro
de Justicia que sufrimos a permitir la cesárea pero prohibir el aborto. No
entiendo que gente que parece razonable - nunca mejor dicho, “parece” - es
capaz de crear irracionalidades increíbles sólo por negarse a reconocer la
irracionalidad de su sinrazón.
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