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4 may 2013

¿Educar o adoctrinar?

Lo más importante para un país es tener buenos ciudadanos, es decir, ciudadanos decentes, que es la palabra que, en lenguaje llano, es la que se utiliza para lo que de modo más altisonante se dice de un ciudadano, que es ético, honorable o de elevada moralidad. Y es que el pueblo, en su sencillez, hace suyo el consejo de Gracián, “más valen quintaesencias que fárragos”. Todos saben que deben adquirir una formación que les permita desempeñar un oficio o una profesión con la que poder subvenir a sus necesidades. También saben que, al menos en los países occidentales, el Estado debe ofrecerles, ¡no gratuitamente, pues lo ha pagado antes con sus impuestos!, una oportunidad de adquirir unos niveles mínimos de formación que en los Estados modernos es obligatorio recibir hasta los 16 años, más o menos. A tal efecto, en todos los países hay diversos planes de estudio que tienen en común disciplinas como la gramática y la literatura, la historia y la filosofía y el conocimiento de diversos idiomas. Por desgracia el griego ha desaparecido y el latín está en extinción. La instrucción en ciencias de la naturaleza incluye biología, geología, física y química y el lenguaje común a todas ellas: las matemáticas. También se incluye una formación artística, más plástica que musical. En economía, la formación está dispersa en varias disciplinas y otro tanto ocurre con la formación en la convivencia, un elemento, sin embargo, esencial en la formación humana. En España, con tal objeto, se estableció una asignatura que, con aceptable propiedad, se llamó Educación para la Ciudadanía. Básicamente lo que se incluía en ella era una explicación de los valores que hay en la constitución, sobre todo los derechos fundamentales del Título I, porque su conocimiento y posterior cumplimiento es lo que hará de los jóvenes estudiantes se conviertan en futuros buenos ciudadanos. Sorprendentemente,o quizá no, se produjo una tremenda reacción adversa en los sectores sociales que habían sido el soporte más descarado de la dictadura anterior. En ella, en lugar de enseñar los valores ciudadanos de libertad y respeto se adoctrinaba en el desprecio a la libertad y a la democracia y en la creencia en que todo procede del dictador y de cierto extraterrestre al que también debíamos sumisión. En este mundo, el dictador era Franco, el que acabó con la democracia en España - genocidio mediante - y en este y en el otro el alienígena cuya casta sacerdotal dominaba el país desde hacía siglos amenazándonos con castigos eternos si no obedecíamos todo lo que ellos decían. Como lo que mal empieza mal acaba, Felipe González, el hombre que pudo cambiar España, cometió el perdonable error de firmar unos acuerdos con el Estado representante de ese alienígena, aceptando servidumbres inaceptables, morales y económicas sin contrapartida alguna. El resultado fue, entre otros dislates meramente económicos, que se sigue adoctrinando a los ciudadanos ¡pagando ese adoctrinamiento con fondos de los presupuestos Generales del Estado! Llegado al poder el actual ministro, Sr. Wert, las insensateces se han sucedido una tras de otra. En primer lugar, con esa sonrisita que recuerda al malhadado Ministro Solís de Franco, al que no solo en ella se parece, nos informó de su voluntad de eliminar la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Tras desoír el clamor general de los ciudadanos, el primer varapalo institucional lo ha recibido del Consejo de Estado. En su informe, no vinculante, le dice lo mismo que todo el mundo: que no elimine la Educación para la Ciudadanía. Pero el Consejo le dice mucho más al Sr. Wert, cuando le recomienda, además, que “habría que hacerla obligatoria en algún momento” de la formación juvenil para garantizar el general beneficio que recibirían todos los alumnos. Esta recomendación, de entrada, bloquea moralmente su otra pretensión: manteneral como alternativa al adoctrinamiento en la religión católica o en otras creencias en el mismo o distinto extraterrestre. Pero parece que el Ministro ¿de Educación? todavía no es capaz de diferenciar entre enseñar y adoctrinar. Sin embargo no es tan difícil de entender. En la enseñanza se estimula al alumno para que utilice de modo serio y responsable su más preciado bien, la libertad, y su más preciada facultad, la razón. En el adoctrinamiento se pide al adoctrinado que renuncie a ambas: a la libertad, convirtiéndose en un fiel obediente de las normas que les dicten los superiores y, sobre todo, que jamás utilice la razón. Ésta deberás ser substituida por la fe ciega en todo lo que diga la clase social dominante y la clase sacerdotal que, como buenos intermediarios, son los únicos que conocen la voluntad del extraterrestre en el que tiene que creer. El próximo 10 de mayo es la fecha en la que parece que su previsible engendro lo apruebe el Consejo de Ministros. Dada la composición del Parlamento y la herencia ideológica de la mayoría de sus miembros nos tememos lo peor. En fin, mantengamos el optimismo ¡ya sólo quedan dos años y medio!

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