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6 may 2013

Ciencia, arte y técnica

Otra confusión que se produce, esta vez triangular, se refiere al sentido de las palabras ciencia, arte y técnica. Veíamos ayer el sentido de las palabras arte y técnica en las que, significando inicialmente lo mismo en latín y griego, respectivamente, la palabra arte ha incorporado algunos aspectos de innovación creativa, un pintor de cuadros o un escultor, diferencial respecto a la referida a oficios, donde se busca más la perfección instrumental que la belleza, un pintor de paredes o un estucador.
Se trata en cualquier caso del desarrollo de una habilidad, precisión, destreza o el adjetivo que queramos utilizar en la realización de un determinado trabajo y, en consecuencia, en la calidad de la obra resultante. La calidad innovadora puede ser en los aspectos más bellos de la obra misma o más útiles en el desarrollo de técnicas o procedimientos distintos para obtener mejores resultados o lograrlos más eficazmente.
Así la aplicación de nuevos instrumentos, pistolas de soldador, aire líquido, etc. a la fabricación de comidas en los restaurantes, son elementos de innovación dignos de aprecio no solo por la “faramalla” que les rodea sino también por la calidad de los resultados que así se obtienen.
Pero ninguna de estas actividades, algunas de las cuales exigen una investigación experimental elevada, pueden considerarse actividades científicas. Éstas son, por definición, las que siguen el método científico que podríamos definir como "un método basado en la observación sistemática, medición y experimentación, para elaborar a partir de él hipótesis racionales que expliquen lo que se observa o se realiza, para refutarlas o modificarlas”. Por esta razón sólo cabe calificar de científicas las que están referidas al mundo de la naturaleza, que es el único que permite una reiteración experimental fiable que busca entender cuál es su esencia.
Durante siglos los artistas, en el sentido de las bellas artes, gozaron de un predicamento social superior al de los científicos. Bien es verdad que, por una parte, la parvedad de conocimientos los hacía parecer más próximos a unos curiosos “cocinitas” que a unos verdaderos científicos y que, por otra parte su número exiguo los hacía pasar desapercibidos. Pero en todo caso el deseo de entender las leyes por las que se regía un mundo en el que vivían y en el que pasaban cosas sin saber por qué a ciencia cierta; ¡qué expresión más adecuada!
Frente al técnico que se preocupa fundamentalmente por el como, el científico se preocupa por el por qué, y quizá esta regla de andar por casa ayude mejor a diferenciar qué es ciencia.
Recientemente la palabra ciencia y el adjetivo de científico han adquirido un valor de calidad suprema. Por doquier nos encontramos que los oficios más dignos y respetables parece que se  avergüenzan de su legítima y bien merecida valoración de técnica o arte y ansían todas calificarse de ciencias. Lo ridículo de la vacuidad de esta adjetivación suele pasar desapercibida a todo el mundo. Así, la adjudicación de esta característica de ciencia y científico se encuentra en expansión como sin nos encontráramos ante un verdadero big-bang.
El arte de la oratoria, la declamación, y demás conexos ha pasado a convertirse en una ciencia: la de la comunicación ¿dónde está la ciencia? El noble título de periodista, siempre ligado a las bellas artes de la escritura, incluida la expresión oral cuando apareció la radio y completada con los aspectos más teatrales  de puesta en escena de los programas televisivos se ha substituido por una pretenciosa licenciatura en Ciencias de la Información que, supongo,  deja, satisfechos a esos nuevos científicos pero desconcertados a todos los que realmente lo son.
Como este hay  mil ejemplos en los mil y un florecientes institutos científicos referidos  a todo tipo de conocimientos y destrezas técnicas. Son un intento de estafa,  ¿funcionará?, similar al de ciertos anuncios de pomadas de la eterna juventud que pretenden atribuirle el marcha de científico advirtiendo “de venta solo en farmacias”. Pero en las farmacias compramos desde limas o cepillos para uñas pasando por cepillos de dientes o de uñas igualmente científicos a los que podemos comprar en la tienda de la esquina.
Tan respetables son las artes, las técnicas como las ciencias. Ninguna de las tres debe sentir complejo de inferioridad respecto a las demás. Al final, lo que importa siempre es la obra bien hecha. Al aumentar la seda con la que se vista la mona sólo se revela el poco aprecio por la calidad del propio trabajo.
Para terminar señalemos que, por paradójico que sea las matemáticas no son una ciencia. Son un mero invento de la lógica a partir de unos ciertos supuestos en lo que es, sin duda la más excelsa creación de la razón humana. En su prez tiene su inmutabilidad en cualquier parte de cualquier universo imaginable, donde seguiría siendo igual, algo que no le ocurre a las ciencias de la naturaleza, que ésta sería distinta si las leyes que la rigen fueran otras. En ese caso, aunque tampoco el hombre (mujer o varón), regido por esas mismas otras leyes naturales,  tampoco sería igual al que es hoy, las matemáticas que pudiera desarrollar razonando tendrían que ser exactamente las mismas.

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