Fueron demasiados años de
pensamiento único: en lo religioso, en lo político y en lo moral. Fueron
demasiados años en los que lo que no estaba prohibido era obligatorio, como se
decía para reírnos de nuestra impotencia. Eso condujo a tener un comportamiento
servil con el jefe, con el padre, con el marido, con el novio, … Una perfecta
anulación de la personalidad.
“Discutir” era una palabra
prohibida. “¡No discutáis!”, se decía si dos personas defendían sus distintos
puntos de vista. ¿Por qué no discutir? Sin duda somos un poco apasionados en la
discusión: pero lo somos precisamente por eso; porque no hemos sido educados en qué es la discusión. Llevamos
a la espalda una historia de imposición de la voluntad sobre el “inferior”, ¡sólo porque
somos los que tenemos el poder! Nos hemos olvidado que el poder lo da tener
razón. Y que como todo el mundo que tiene “la suya”, no quiera imponerla, sino ofrecerla
al otro para que, si le convence la haga suya y si no, ¡allá cada uno con su
propia decisión!
Las definiciones que nos da el
diccionario de la RAE son harto positiva: “Contender y alegar
razones contra el parecer de alguien: examinar atenta y particularmente una
materia”. ¿Qué hay de malo en esta actitud? Mejor dicho ¿no es absolutamente
positivo discutir? Es la consecuencia natural de que cada uno tenga una opinión
distinta respecto a la materia que se esté analizando porque aquí sólo se
permitía la unanimidad.
La otra definición de
discutir es “contender y alegar razones contra el parecer de alguien”. El
asunto era ¿quien era ese alguien? Si era alguien que tenía el “poder”, no se
podía contender con esa persona. “¡Vd. no sabe con quien está hablando!” era lo
que se oía decir al “poderoso” No cabe mejor confesión de que no se tiene razón.
Quien cree que tiene razón la expone, no la impone; está seguro de que la razón
convence; a lo sumo, que necesita una aclaración o una explicación. Lo único que es incompatible
con la razón es la imposición.
Pero se vivía en el
rechazo a la razón como norma de convivencia. Era, desgraciadamente, el
resultado de vivir “bajo” gente que “sabía que ella estaba en posesión de toda
la verdad”: la verdad revelada por el extraterrestre; la verdad impuesta por el
poder dictatorial; la verdad que, porque se imponía en vez de ofrecerse, carecía
de razón; es decir, porque era la mentira.
Sin duda la palabra “contender”
tiene cierta idea de violencia; pero veamos la definición
de contender: “disputar, debatir, altercar; discutir,
contraponer opiniones, puntos de vista”. Aunque algunas palabras
refuerzan la violencia otra no puede ser más razonable: “contraponer opiniones,
puntos de vista”. ¿Qué hay más razonable que distintas personas tengan
distintos puntos de vista? Sus experiencias vitales son personales; la educación
que han recibido fue diferente; su sensibilidad es distinta; su formación
también. ¿Cómo no van a tener distintos puntos de vista? Lo irracional sería
que pensaran lo mismo. Bien claramente lo afirma el dicho: “cuando dos personas
piensan absolutamente lo mismo, una ¡por lo menos!, no piensa”.
Lo normal es tener
diferentes opiniones ¡hasta ante un mismo hecho objetivo! ¿Cómo no tenerlo
sobre los comportamientos? Eesa actitud
de opinar, de “discurrir sobre las razones, probabilidades o conjeturas
referentes a la verdad o certeza de algo; .valorarlo de distinto modo”, era
algo también prohibido. En su lugar había dogmas, consignas, dictados.
Pero el poder de la
razón es inmensa. Ellanos permitió razonar en un mundo donde la razón estaba
prohibida. Pero aun quedan secuelas de aquella educación: “tú, no te metas en
discusiones”, “tú, no discutas de política”, “de la discusión no nace la luz”.
Eso se decía a los jóvenes. Es milagroso que de esa educación haya podido nacer
el 15-M. En su búsqueda del acuerdo entre todos, gente desconocida entre sí, fueron
capaces, lo son, de llegar a un acuerdo tras otro durante dos años, tras mucho
discutir.
Todo un ejemplo que
oponer a ese lamentable espectáculo diario; ese griterío de “tertulianos de la
tele”. Su actitud es similar en todos los programas: de “salsa rosa” o de otros
programas presuntamente más racionales entre gente presuntamente mejor educada.
Peor que la irracionalidad de algunos argumentos lo es la falta de respeto al interlocutor;
la falta de educación de la insinuación envenenada, de la insidia que revela ruindad
de alma; el recurso l argumento “ad hominem” cuando se carece de razones que
oponer; la interrupción ¡porque no vale la penar perder el tiempo escuchando
las estupideces que me están diciendo!, piensa el que interrumpe. Ahora hay
libertad para hablar, pero el ánimo de imponerse, ese insensato querer vencer y
no convencer; esa exigencia a que me reconozcan que tengo toda la verdad, es la
herencia del pasado.
Para evitar esta
mala educación de los futuros ciudadanos, al Ministro Sr. Wert se le ocurre eliminar
la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Y los presidentes de las
autonomías le secundan reduciendo más aun la financiación en la docencia
pública mientras financian a instituciones posesoras de la verdad, como en el
pasado, ahora que la razón estaba surgiendo.
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