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9 may 2013

La solución a la crisis: (IV) La lección de la historia

Si consideramos la evolución de la ornada laboral durante la primera mitad del siglo XX nos encontramos con que, en números redondos, se redujo a la mitad. ¿Cuáles fueron las consecuencias de semejante reducción de la jornada laboral?
Ninguna de las que los economistas - esos especuladores de la ignorancia - habían previsto. Ninguna de las que los capitalistas - esos avariciosos que acumulan lo inútil - habían previsto. Ninguna de las que los marxistas - con el propio Marx a la cabeza - habían previsto: los ricos se hicieron muchísimo más ricos pero los pobres también se enriquecieron.
Porque eso fue lo que ocurrió. La renta media de todos los países aumentó, pero los pobres dejaron de ser, simplemente, supervivientes y empezaron a vivir; con moderación pero a vivir.
¿Cómo fue posible eso? Gracias a la I+D que había nacido del desarrollo científico de esos años maravillosos.
La máquina de vapor se convirtió pronto en una antigualla cuando empezó a desarrollarse el motor de combustión interna, cuando se empezó a disponer de la energía eléctrica; cuando se llegó a disponer de la energía más inmensa lograda nunca, la energía atómica; cuando se llegó a conseguir algo tan ridículamente inútil, como un láser de unos cuantos mW que de repente ha rodeado nuestras vidas desde la mañana hasta la noche.
Apretando un botón ponemos en marcha un ingenio capaz de producir más energía de la imaginable hace unos pocos años. Apretando un botón podemos hacer más cálculos de los que, hasta ayer mismo, hizo la humanidad a lo largo de toda su existencia. Apretando un botón casi logramos la ubicuidad manteniendo una video conferencia simultánea con personas situadas en las cuatro confines del mundo.
Toda esa capacidad de producir energía permitió el enriquecimiento del mundo occidental. Cierto que a costa del resto del mundo, pero, no obstante, ese resto del mundo mejoró más de lo que hubiera mejorado - en su nivel económico - si hubiera seguido su propio y casi prehistórico camino.
Pero es que esa inmensa capacidad de generación de riqueza que se produjo en esa primera mitad del S. XX fue mucho mayor de la que hemos descrito: durante esa primera mitad destruimos la mitad de Europa y de parte de Asia y la volvimos a reconstruir: dos veces Europa y una vez Asia. Es decir, despilfarramos una inmensa cantidad de energía, ¡que es de donde procede la riqueza!, en deshacer y volver a hacer.
¿Qué ha pasado durante la segunda mitad de ese mismo S. XX? ¡El gran robo!
El incremento de la productividad conseguido durante la primera mitad del siglo, con sus automatismos neumáticos y eléctricos, con su desarrollo de la aviación incluso la de reacción, con sus bombas atómicas,  y unos robots que hoy harían reír a los niños pequeños, son nada al lado del incremento de productividad que se ha conseguido en la segunda mitad del siglo XX donde, sin embargo, no se produjo ninguna disminución de la jornada laboral.
¿Cómo ha sido eso posible? Porque durante la segunda mitad del siglo se ha producido la mayor estafa concebible en todo el mundo; la creación de la más inmensa cantidad de riqueza que nunca se pudo imaginar y su concentración en el menor número de manos que nadie hubiera podido suponer.
En esa situación estamos ahora. Con el invento de los mercados especulativos se está procediendo, además, al suicidio del sistema capitalista porque la riqueza depende del número de pobres que no son miserables, y no del aumento del número de miserables, con lo que su capacidad de producir riqueza es inferior a la de su consumo.
Existe, por tanto, suficiente riqueza producida como para abastecer a todo el mundo; se necesita mucha menor jornada laboral para atender todas esas necesidades y el equilibrio sólo se puede producir si reducimos la jornada laboral, como hicimos en la primera mitad del S. XX, aumentando el salario medio de todas esas personas, como hicimos en la primera mitad del siglo; y no despilfarrado todas esa riqueza que somos capaces de producir, como hicimos por dos veces en la primera mitad del siglo, con la única condición de repartirla mejor.

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