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2 may 2013

Trabajadores de todas las clases

Comentábamos ayer la asociación mental que sigue existiendo en muchos conciudadanos, no sólo empresarios sino también trabajadores, entre trabajo y esclavitud, según la cual el esclavo tiene que ser dócil con su amo. Me contó un amigo mío, empresario, que necesitaba contratar a un trabajador. Entonces se le acercó una de las trabajadoras que ya estaba con él en la empresa y le propuso que contratara a su hermano. Además de sus virtudes profesionales, era tornero, le dijo: “además es muy obediente”. Mi amigo se quedó sorprendido. La virtud de la obediencia se aprecia en un niño que está en formación, pero no en una persona mayor, tenía el interesado 40 años. En una empresa, que es una actividad que hay que hacer en común, se aprecian otros valores humanos: la sociabilidad, el buen carácter, en fin… virtudes sociales. Su oferta, ser obediente, constituía una oferta insólita: ser siervo; más aun rayana, ¿o la incluía?, en ser total: la esclavitud. Esta mentalidad, asociación de trabajo y servilidad o esclavitud, se da más en los empresarios. Algunos, como mi sorprendido amigo, son, felizmente, gente decente. Basta con oír las declaraciones de los representantes de los empresarios en ese sentido - ¿los eligen por eso o a pesar de eso? Se siente dueños (de esclavos) y señores (de siervos) cuando se presentan a sí mismos como “el amo que dan trabajo”. Ninguno se presente como ”el empresario que necesita trabajadores”. ¡Hasta ahí podíamos llegar! ¿Necesitados ellos? ¡Los “necesitados” son los otros! Ellos se siguen viendo mentalmente en la plaza del pueblo eligiendo entre la “purrela”: “tu sí, (que eres obediente), tu no, (que no me miras con el respeto y la reverencia que me merezco)”. Cuando se promulgó la II República “de trabajadores de todas las clases” estos “amos” no se sintieron integrados en ella. Ellos no eran empresarios, y por tanto trabajadores encargados de la gestión. ¡Eran amos!, y eso no tiene nada que ver con los trabajadores, ¡hasta ahí podíamos llegar! La II República consiguió que los trabajadores descubrieran que antes que trabajadores - siervos, esclavos - eran personas iguales en sus derechos al mismísimo Jefe del Estado. Aquello fue una revolución, incruenta, pero intolerable para una derecha no democrática: ¿Cómo un desgraciado que no tiene donde caerse muerto pretende tener los mismos derechos que un terrateniente que ha venido explotando a toda su familia desde hace siglos? ¿Cómo un desgraciado que no tiene donde caerse muerto pretende tener los mismos derechos que yo, que soy el intermediario entre él y el extraterrestre que nos ha puesto a todos en nuestro sitio y no a mí en el suyo? Sólo por eso, la derecha reaccionaria ¡dueña del país! y la iglesia ¡dueña de las almas! reanudaron su, en perpetua coyunda, una vez más para acabar con la democracia. Lo intentaron en Francia pero la revolución de 1789 enraizara ya en el alma de los ciudadanos que nunca más quisieron tener amos. Se trataba, pues, de que eso no ocurriera aquí. No se pudo volver a atrás en 1932, con el golpe de Estado que intentó el General Sanjurjo - ¡siempre un general detrás de un Borbón! Ahora que se habían perdido las elecciones que dieron fin al bienio negro durante el cual, dentro de la legalidad republicana, se había logrado darle la vuelta a los valores republicanos de igualdad y justicia, el temor a que estos enraizaran en los ciudadanos era un riesgo intolerable. Por eso se puso en marcha el mecanismo del golpe de Estado, siempre en estado de retén - recordemos el 23-F - innecesario durante el bienio negro. Un bienio tan parecido a éste, ¡salvo que éste será cuatrienio!, en la marcha atrás de los derechos laborales. También en la afición de los políticos a la corrupción: a “forrarse” con “sobre-sueldos” y “sobre-comisiones”, que no son otra cosa que robos descarados al erario público. Que hayan conseguido disfrazarlos con formalidad de legalidad es igual: si no quedan los indultos a banqueros y las amnistías a evasores. Y como en el caso del Straperlo, se repite la idea de no fomentar el trabajo, sino el juego: coches de Fórmula I, en Valencia, Velódromos, en Palma Arena, Casinos para ese presunto delincuente, Aldison, en Madrid. El Plan está claro. Es el mismo que aplicó la derecha en la II República. El que ya aplicó durante el mandato del Sr. Aznar: nada de trabajo como fuente de “riqueza social”; la especulación como fundamento de “su riqueza” es una forma de robo legalizado. Hay que acabar con la igualdad de derechos, nunca existente con el Jefe del Estado, ni con la Iglesia. El ciudadano debe ser como en la anécdota de mi amigo “obediente”, “paciente”, “respetuoso”, nada que ver con ese parado que en vez de ser “sumiso”, “se indigna”, en vez de “soportar”, “protesta”, en vez de “aguantarse”, “exige”. El ciudadano debe aprender a “respetar a quien le da de comer porque le ofrece el trabajo” Huérfanos de verdaderos sindicatos de trabajadores, la solución está en la recuperación de los valores republicanos recuperando la legalidad democrática, interrumpida 80 años: la III República Española en la que el soberano sean los trabajadores de todas las clases; no los especuladores de todas las clases; no los reyes inventados por los dictadores; no la iglesia que se inventó el extraterrestre a la que todos - ¿porque lo dice su extraterrestre? - tenemos que “obedecer”

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