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24 may 2013

Derecho a decidir: (3) Ser humano

      El ansia de libertad es innata en el ser humano. Pese a ello, el hombre no fue libre durante la inmensa mayor parte de su propia historia. Primero estuvo sometido a la inclemente naturaleza, en la que sobrevivía en competencia con las demás bestias. Los científicos se preguntan ¿cuándo el hombre se convirtió en hombre? Las respuestas son muy diversas y todas ellas tan ciertas como incompletas porque son muy diversos los puntos de vista que se tienen en cuenta para considerar que el hombre fue hombre.

            Los antropólogos, que encuentras en sus excavaciones siempre un antepasado más antiguo que el último encontrado, les dan distintos nombres, todo en respetuoso latín: homo sapiens, homo faber, homo antecesor o simplemente se refieren al lugar donde se encontró el resto humano que se considera más antiguo.
            Da lo mismo, a los efectos que ahora nos interesa: el de ver si nos ponemos de acuerdo para identificar qué es lo que hace que el hombre, homínido, primate más o menos desarrollado siguiendo a Darwin, dejo de serlo para convertirse en hombre.
            La comunidad de vida en grupo la tienen también otros animales, como también la preferencia de algunos elementos por la vida individual, bien porque el grupo los rechace o porque ellos rechazan al grupo. El cuidado de las crías es común a todos los seres que llamamos superiores, vivíparos yo ovovivíparos; en general, podríamos decir que es lo típico de todos los animales de sangre caliente.
            La previsión del futuro tampoco es garantía de humanidad; son muchos los animales, desde las ardillas hasta las abejas o las hormigas, que dedican su vida al almacenamiento de alimentos para garantizar un futuro adverso.
            Tampoco la monogamia ni la poligamia nos permite identificar al hombre, que hay diversas especies de animales que son monógamos, otros polígamos, aunque lo más habitual es la promiscuidad sexual.
            Quizá el elemento más primigenio del ser humano es el de la consciencia de sí mismo. De hecho, el hombre es el único ser del que se sabe que se hace las clásicas preguntas sobre sí mismo ¿quién soy?; ¿qué hago aquí?; ¿de donde vengo?; ¿a donde voy?; etc. Tenga o no tenga respuestas a estas preguntas, el hombre se las fabrica para quedarse tranquilo porque hay algo que el hombre necesita: la tranquilidad.
            Por eso se busca respuestas imaginativas - de ahí nacen todas las religiones - o racionales -de ahí nacen todas las filosofías; si son racionales y experimentales, de ahí nace la ciencia. De este tríptico de respuestas nacen tres comportamientos:
            El creyente, temeroso ante su ignorancia, no quiere seguir viviendo en la duda, para lo cual afirma que tiene “toda” la verdad. De esta actitud nacen los creyentes, los más agresivos, que creen en la “única religión verdadera”: la suya, claro está. De ahí, naturalmente, surgen varios miles de únicas religiones verdaderas: las de cada uno.
            El filósofo, que vive permanentemente inquieto, se plantea el por qué de todas las cosas y, por la vía de la lógica y del raciocinio, pretende entender un mundo que no hace más que plantearle preguntas y no darle respuestas suficientes a todas ellas.
            El científico, igualmente inquieto, se plantea hipótesis que expliquen la realidad y las confronta con ésta. Cuando no coinciden con la realidad las rechaza y las substituye por otras. Pero cuando coinciden con la realidad no se da por satisfecho y sigue poniéndolas a prueba hasta que descubre la incorrección de aquello en lo que creía, bien que provisionalmente, pero creía. Y porque su respeto a la realidad supera su comodidad, cada vez que ocurre vuelve a empezar buscando una nueva explicación, consciente de que jamás encontrará la explicación.
            Si, sin duda se puede decir de esta última persona que es un ser humano.

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