El
ansia de libertad es innata en el ser humano. Pese a ello, el hombre no fue
libre durante la inmensa mayor parte de su propia historia. Primero estuvo
sometido a la inclemente naturaleza, en la que sobrevivía en competencia con
las demás bestias. Los científicos se preguntan ¿cuándo el hombre se convirtió
en hombre? Las respuestas son muy diversas y todas ellas tan ciertas como
incompletas porque son muy diversos los puntos de vista que se tienen en cuenta
para considerar que el hombre fue hombre.
Los
antropólogos, que encuentras en sus excavaciones siempre un antepasado más
antiguo que el último encontrado, les dan distintos nombres, todo en respetuoso
latín: homo sapiens, homo faber, homo antecesor o simplemente se refieren al
lugar donde se encontró el resto humano que se considera más antiguo.
Da
lo mismo, a los efectos que ahora nos interesa: el de ver si nos ponemos de
acuerdo para identificar qué es lo que hace que el hombre, homínido, primate
más o menos desarrollado siguiendo a Darwin, dejo de serlo para convertirse en
hombre.
La
comunidad de vida en grupo la tienen también otros animales, como también la
preferencia de algunos elementos por la vida individual, bien porque el grupo
los rechace o porque ellos rechazan al grupo. El cuidado de las crías es común
a todos los seres que llamamos superiores, vivíparos yo ovovivíparos; en
general, podríamos decir que es lo típico de todos los animales de sangre
caliente.
La
previsión del futuro tampoco es garantía de humanidad; son muchos los animales,
desde las ardillas hasta las abejas o las hormigas, que dedican su vida al
almacenamiento de alimentos para garantizar un futuro adverso.
Tampoco
la monogamia ni la poligamia nos permite identificar al hombre, que hay
diversas especies de animales que son monógamos, otros polígamos, aunque lo más
habitual es la promiscuidad sexual.
Quizá
el elemento más primigenio del ser humano es el de la consciencia de sí mismo.
De hecho, el hombre es el único ser del que se sabe que se hace las clásicas
preguntas sobre sí mismo ¿quién soy?; ¿qué hago aquí?; ¿de donde vengo?; ¿a
donde voy?; etc. Tenga o no tenga respuestas a estas preguntas, el hombre se
las fabrica para quedarse tranquilo porque hay algo que el hombre necesita: la
tranquilidad.
Por
eso se busca respuestas imaginativas - de ahí nacen todas las religiones - o
racionales -de ahí nacen todas las filosofías; si son racionales y
experimentales, de ahí nace la ciencia. De este tríptico de respuestas nacen
tres comportamientos:
El
creyente, temeroso ante su ignorancia, no quiere seguir viviendo en la duda,
para lo cual afirma que tiene “toda” la verdad. De esta actitud nacen los
creyentes, los más agresivos, que creen en la “única religión verdadera”: la
suya, claro está. De ahí, naturalmente, surgen varios miles de únicas
religiones verdaderas: las de cada uno.
El
filósofo, que vive permanentemente inquieto, se plantea el por qué de todas las
cosas y, por la vía de la lógica y del raciocinio, pretende entender un mundo
que no hace más que plantearle preguntas y no darle respuestas suficientes a
todas ellas.
El
científico, igualmente inquieto, se plantea hipótesis que expliquen la realidad
y las confronta con ésta. Cuando no coinciden con la realidad las rechaza y las
substituye por otras. Pero cuando coinciden con la realidad no se da por
satisfecho y sigue poniéndolas a prueba hasta que descubre la incorrección de
aquello en lo que creía, bien que provisionalmente, pero creía. Y porque su
respeto a la realidad supera su comodidad, cada vez que ocurre vuelve a empezar
buscando una nueva explicación, consciente de que jamás encontrará la
explicación.
Si,
sin duda se puede decir de esta última persona que es un ser humano.
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