Así,
probablemente fue en Grecia, nació la libertad. Cuando el individuo se
reconoció a sí mismo como individuo; cuando Protágoras dijo: “el hombre es la
medida de todas las cosas”.
Desde
entonces poco hemos avanzado. Es más, yo creo que después de haber avanzado
hemos vuelto a retroceder, porque en estos momentos hay una generalizada
pérdida de identidad personal, que es la que enriquece el valor colectivo. En
su lugar hay un anonadamiento de la singularidad en la búsqueda de lo masivo.
Hubo
un cierto movimiento de manifestación de individualidad generalizada en el
vestir que sucedió a la uniformidad de los grupos obligatoriamente uniformados
o a los uniformados de modo voluntario.
Fue
largo, doloroso y cruento el camino seguido por la humanidad hasta lograr el
reconocimiento del derecho a ser él mismo, no un miembro de “su” familia, no un
siervo de “su” señor, no un súbdito de “su” rey, no un fiel de “su” Dios. Él;
sólo él.
Gnosce te auton, decía en el
frente del templo de Delfos. Conócete a ti mismo. Avicenas dijo: eres una nada, pero ahí reside todo.
Varios siglos después Santo Tomás lo reformuló diciendo. Nihil foras ire, in interiori
homini habitat veritas. “No busques fuera de ti, en tu interior se
encuentra la verdad”. Parece que no sirve de nada.
Junto
a estas enseñanzas estaban las de los que te ordenaban que pensaras lo que
ellos pensaban. Los que te mataban si no pensabas lo mismo que ellos. Por
supuesto, los que también te mataban si no hacías lo que decían ellos. Tiranos
de toda laya, incluidos reyes y sumos pontífices, todos lucharon siguen haciéndolo,
por acabar con tu libertad. Felizmente, la reforma en una religión que había alcanzado
su máxima putrefacción, intentó volver a poner al hombre en el centro dispuesto
a arriesgar sus talentos, uno, dos o tres, y no a esconderlos y “haciendo lo
que se le decía”
Pero fue la
Revolución Francesa, un fruto de la razón, cruento en su ira, tras siglos de
represión, recuperó el lema humano: igualdad, libertad, fraternidad. Así sentó
las bases para el progreso y recuperó el fundamento racional de gobierno: la
democracia elegida por los ciudadanos. Comenzó, aun sigue, el ocaso del engaño
al pueblo. Pero el engaño se reinventa y no termina de obtener éxitos. Las
viejas patrañas se disfrazan. En lugar del derecho divino de los reyes ahora se
disfraza y se hace pasar por una decisión democrática. Pero es lo que es: la
eterna dictadura hereditaria; todo al margen de la opinión del ciudadano.
Atrás quedaron las cartas otorgadas o pactadas con
el gobernador, rey, duque, zar, príncipe, etc. Aun hoy hay religiones que
reivindican su derecho divino a gobernar. donde no lo hacen es sólo por
impotencia. Su origen divino rechaza la democracia.
Los
ciudadanos, formando comunidad, se reconocieron a sí mismos el asiento de todo
poder, aunque - tradición fascista - allí en el art 1. CE,78, se hable de
pueblo. Su fundamento no fue ninguna norma “sagrada” procedente de ningún
extraterrestre sino el acuerdo nacido de la libertad, bien que condicionada por
las circunstancias.
Ése será el
fundamento de nuestra constitución - de momento post-dictatorial y
pre-democrática - una vez que nos liberemos de las excrecencias que hubo que
aceptar, entre otras el Título II. El argumento del “mal menor” es el truco
para que perviva lo indeseado, aunque no se deje de reconocerse la utilidad ni
el progreso que ello significó.
Se admite la Constitución como un
instrumento en perpetuo cambio. Pero no es sagrada. Nada hay sagrado para un
ciudadano salvo la razón recuperada tras siglos de secuestro. Nada es admisible
sobre su voluntad. Tenga origen terrestre - pueblos, reyes, etc., o
extraterrestre, dioses, todos inventados. La libertad ciudadana lo es todo. La voluntad responsable de su decisión
individual. La que da una suma colectiva. No al revés. La que hace del
ciudadano una alícuota del pueblo es fascismo. En el principio fue la palabra;
de ella nació del hombre libre; suya será, mientras sea hombre, la última.
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