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21 may 2013

Derecho a decidir: (2) Sin decisión no hay democracia

No se puede ser un demócrata si se justificar la falta de respeto a la voluntad ciudadana libre y mayoritaria que exige la propia esencia de la consulta democrática. Tampoco hay libertad si se apoya, declarada o subrepticiamente, en un estado de imposición violenta sobre la voluntad de esos ciudadanos, contra la que no se combate o que se permite con abdicación perezosa de nuestra propia estima como seres humanos.

Este doble abuso generalizado ha pervertido la ética colectiva, la esencia de la democracia. En el concierto internacional se apoyan gobiernos, “manu militari”, que atropellan los derechos más elementales. Se mantiene relaciones cuando hay “razones de Estado” que “justifican esos atropellos”, sean estratégicas, Israel, petroleras, Guinea, etc., o que “justifican la agresión internacional”, Israel, Iraq, sobre la base de mentiras absolutas. Desenmascarado el tramposo no pasa nada; son gajes de su oficio. Y así nos vuelven miserables a todos, convertidos en cómplices con nuestro silencio; ¡y que sólo sea con nuestro silencio!
Veamos algunas propuestas para recuperar, en el concierto nacional y europeo, el lugar preeminente de una justicia que nadie reclama en las manifestaciones populares. Sólo se pide la convivencia en paz ignorando que ésta sólo existe si es su fruto. Ésa es otra muestra de perversión  de los valores morales de nuestra sociedad. La boca se llena de gritos y peticiones de paz sobre todo por parte de los violentos y de quienes no mueven un dedo a favor de la justicia, siendo así su perfecta coartada.
Reivindicamos un derecho objeto de controversia en nuestro país y en algún otro. Cuando el discrepante es honrado y leal los problemas se resuelven a través del diálogo democrático. La falta de lealtad arruina la posibilidad de diálogo. El discrepante desleal no es demócrata, como mona sigue siendo la que se viste de seda. Su rechaza al diálogo busca la confrontación: desde la guerra, más o menos franca, pasando por el terrorismo cobarde o por el doble lenguaje del político desleal. Ser racionales exige rechazar esa trinidad: la guerra es inaceptable; el terrorismo miserable; el engaño ruin.
La guerra produce daños humanos, los únicos que, de verdad, importan. Es el resultado de sustituir el valor superior de la razón y del diálogo por la sinrazón suprema de la violencia irracional. Su única disculpa es práctica recíproca de la misma violencia.
El terrorismo es más inmundo; es inadmisible en una sociedad democrática. Quien esparce el terror usa la violencia con la impunidad del Estado de Derecho. En las dictaduras sólo hay terrorismo de Estado. El Estado de Derecho veta la violencia. De él surge el terrorismo, como flores del mal. Ésa es la grandeza de las víctimas, inermes ante la violencia antidemocrática. La injusticia de la situación impide el diálogo con quien crea un esquema de comportamiento incompatible con la razón y la lealtad.
El terrorista rechaza el diálogo al querer imponer su voluntad. Sus víctimas son voluntarios demócratas que respetan lo racional del diálogo y la legislación vigente. Los terroristas y sus escuderos, los del doble lenguaje, son totalitarios decididos a imponer su voluntad sin oír otra opinión. Sus peticiones de diálogo son una petición de principio. Sólo cabe el diálogo si ambos dialogantes tienen una actitud común: 1.- el respeto a la palabra dada, 2.- el respeto al ser humano y 3.- el respeto a la voluntad expresada en las urnas. El no demócrata - sanguinario o no - y sus escuderos, no respetan ninguna de las tres.
            El no demócrata le llama diálogo pero sólo se impone su voluntad; exige que los demócratas digamos sí a sus imposiciones. Y que digamos, además, que es por voluntad propia. Quien rechaza la opinión discrepante y pacífica del interlocutor hace imposible el diálogo. La imposición no deja de serlo aunque se llame diálogo. No engaña a nadie.

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