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6 may 2013

La solución a la crisis (II) Salarios piadosos

En el siglo pasado las jornadas laborales eran de 16 horas seis días a la semana.
A los ricos biempensantes, que eran los beneficiados de esta explotación laboral, les parecía bien. ¡Más que bien les parecía edificante! Recordemos sus argumentos. 1.- El ocio es mal consejero e induce al pecado. 2.- El trabajo es una virtud agradable a los ojos de Dios; 3.- Es una forma de pagar por el pecado de nuestros primeros padres; 4.- Mientras se trabaja se colabora en la creación de Dios; 5.- Trabajar nos hace socialmente útiles porque producimos riqueza.
 Por el contrario: 1.- Si se aumenta el tiempo libre se aumentan los riesgos de pecar; 2.- El ocio es un vicio que induce otros: gastar el salario en las tabernas; 3.- Eso conduce a reducir los recurso para mantener a la familia; 4.- Además, las mujeres tienen que soportar el maltrato de un marido borracho; 5.- Los hijos, además, sufren el mal ejemplo de su padre.
No cabía otra solución; era necesario explotar a los trabajadores. Realmente era casi una obra de misericordia porque se hacía velando por su bienestar y el de sus familias. Es cierto que este orden de cosas producía un  enriquecimiento desaforado de unos pocos, pero quizá era el premio a su bondad.  se trataba de un enriquecimiento legítimo y bendecido por el propio hijo del extraterrestre judío que, cuando creo la secta cristiana dijo: “Porque a todo el que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, aún lo que tiene se le quitará”, con lo cual, ¿Quiénes eran los empresarios para oponerse a los designios divinos?
Claro que siemrpe hay descontentos. Carlos Marx, que analizaba la realidad en la que vivía, escríbia libreso en los que denunciaba que “los ricos se hacían cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres”.
Los curas de las distintas sectas, protestantes y católicas de la secta judía de los cristianos, se encargaban de recordarles a los trabajadores, en su reunión dominical, el resto del mensaje: “Y a ese siervo inútil, arrojadlo a las tinieblas exteriores. Allí habrá llanto y crujir de dientes”. 
¡Y tanto que crujían los dientes!, de hambre, de frió, de todo pero, ¡claro!, si era un mandato del extraterrestre que si nos trata mal será por nuestro bien ¿Quienes iba  a ser los obreros para oponerse a los designios divinos?
El gobierno, designado por un rey más o menos absoluto, es decir un dictador hereditario, estaba de acuerdo con este orden ¿divino?. Como todos los gobiernos estaba obligado a velar por el mantenimiento del Orden Público y pro eso se veía obligado a sancionar con penas ejemplares a los que lo contravenían. Por entonces casi todos los pecados eran delitos, salvo el de la avaricia que gozaba de alta estimación social. En realidad ahora estamos regresando a aquellos tiempos gozosos del liberalismo donde el Estado se dedicaba a lo único que debe dedicarse, a perseguir a los que pretenden subvertir el orden económico.
Pero ninguna sociedad es inmune al poder del mal. Aunque era reducido el tiempo de que disponían los trabajadores siempre había tiempo para envidiar lo que tenían los demás. Poco a poco empezaron a organizarse algunas asociaciones de trabajadores envidios del dinero que ganaban sus amos. Ya se sabe que los atropellos que uno no hace solo es capaz si está en mals compañías. En vez del debido respeto y agradecimeinto porque "les daban trabajo con el que poder mantener a sus fmailias qunque no tenían ninguna obvligación de hacerlo", empezaron a considerar que eran sus enemigos. 
La obligacion de custodia del Orden Público forzó al gobierno a declararlas fuera de la ley. Sobre todo al saberse que tenían fines subversivos entre ellos no respetar la libertad de pacto entre empresario y trabajador. En vez de respetar su libertad pretendían imponer unos mínimos arbitrarios decididos por ellos.
Fueron declarados revolucionarios. Realmente pretendían revolucionar el orden tradicional atropellando el secular derecho de libertad de contratación. Si como consecuencia de la gran oferta de trabajadores - ellos eran los responsables de tener tantos hijos ¡y eso que tenían poco tiempo libreros! - disminuían los salarios eso no era culpa de los patronos. Había una ley natural, tan cierta como la de la gravedad, que acababan de descubrir los economistas: la ley de la oferta y la demanda. Cuando aumenta la oferta los precios bajan. Quizá era la vía indirecta de la que se quería valer el extraterrestre que los había creado para frenar su concupiscencia, pero siempre, ¡cómo no!, respetando su libertad.
En Irlanda se ahorcó, ejemplarmente, a los instigadores que lograron que los ayudantes de barbero exigieran una subida de sueldo en Dublín. Lo consiguieron, pero luego fue declarada ilegal cuando se logró frenar la insurrección, acusados de pretender alterar el orden económico y social. Pese a ello, poco a poco fueron organizándose estas asociaciones ilegales adquiriendo más y más poder. ¡Incluso llegaron a ser legalizadas! Claro que esa leglaización en España fue ya en pleno S. XX y, durante la época de Franco, fueron declaradas ilegales, porque para eso él había organizado un sindicato único controlado por el Estado.
Tenían un inmenso poder dentro de su miseria económica: la solidaridad y el espíritu de clase. Hoy carecen de ese poder a cambio de tener más recursos viviendo a cuenta del Presupuesto General del Estado. Por eso, ¡y porque tenían razón!, un poder que siempre triunfa - aunque luego siempre se le buscan las vueltas - fueron poco a poco consiguiendo su legalización y, al final, empezaron a poder exigir la mejora de las condiciones de trabajo, algo que hoy - “pagados por el oro de Moscú”, como se decía en tiempo de Franco  - no pueden conseguir.
La lección es: todo lo que se quiere conseguir se logra; más difícil es lograr lo que queremos que nos den.

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