Sobre la primera mitad del
primer evo, es decir, en el primer milenio, tras el fin del imperio romano, se
recrearon las estructuras sociales sobre los esquemas de poder de los nuevos “dueños”.
En España suevos, vándalos y alanos hasta que a todos los dominaron los godos.
Eran pueblos guerreros - no es
que los romanos fueran unos angelitos pero se habían entregado al disfrute de
lo ya conquistado en siglos anteriores - que, más o menos, respetaban la
selección de los mejores mejor de lo que hoy dice el art. 103.3,CE78: “La ley
regulará el estatuto de los funcionarios públicos, el acceso a la función
pública de acuerdo con los principios de mérito y capacidad, las peculiaridades
del ejercicio de su derecho a sindicación, el sistema de incompatibilidades y
las garantías para la imparcialidad en el ejercicio de sus funciones”. Sus
Jefes eran electivos - ¡tenían democracia! - y en función de los méritos
demostrados en combate - eran las oposiciones que se hacían entonces - elegía a
los mejores.
Luego, empezó a montarse la corrupción. Los
Jefes, inicialmente príncipes, que significa el primero de los Jefes se “convirtieron”
en Reyes - ¡nada menos que por derecho divino con la complicidad eclesiástica!
- y se dieron el derecho de ceder su “título y poderes” a sus hijos. Los demás aceptaron
a cambio de que les dejaran hacer la misma trampa. En poco tiempo se montó la “corrupción
de la herencia del poder”. Los hijos de condes, sin los méritos de su padre, nacían
condes; también los marqueses, y los duques y toda esa patulea de aristócratas
cuyo único mérito era apoyarse entre sí, ¡por la fuerza!, para explotar al
pueblo con la complicidad de la iglesia, que cobraba en privilegios y
participación en la explotación.
Ninguno era “aristo” en el sentido etimológico,
que significa el mejor. Sólo eran hijos, nietos, biznietos y tataranietos de
los que ¡en tiempos pretéritos!, fueron considerados los mejores. ¿Lo fueron? Quizá
con los criterios de aquella época. Sus méritos históricos fueron ser los más
salvajes, más depredadores, más injustos, más inhumanos, más traidores - a
favor del que ganó - etc. Ése es el origen inmundo de esa herencia aristocrática
que algunos - ¡necios entre necios! - apoyan y de la que unos pocos - ¿ruines
entre los ruines? - pretenden seguir viviendo.
Gente que desprecia al pueblo.
Quieren vivir a su costa sin su apoyo -
desprecian su derecho a que ellos elijan democráticamente a quien les
represente. Su sinrazón es que en el pasado se reconocía un derecho que hoy es,
lisa y llanamente, ilegal por n o respetar la democracia.
Pero hay demasiados intereses
creados, como nos explicó Benavente. Ahí tenemos al hijo de Juan Carlos I de
Franco; ése al que nombró rey del reino que él se inventó el genocida general
Franco; ése que no dudó en jurar que seguiría privándonos de la libertad que
teníamos en la II República democrática, juramento que ha cumplido; ése que,
sin soltar lo conseguido con ese juramento, pretende dejar en herencia un
derecho que no existe. El origen de esta monarquía franquista es ilegítimo, nació
cuando su creador violó la democracia mediante un genocidio.
Su hijo, consciente de ello,
no tiene contacto con la gente; vive rodeado de policías armados que le
protegen ¿porque tiene miedo al pueblo? Sin duda es consciente de la
ilegitimidad de su herencia y por eso prohíbe las imágenes donde el pueblo
manifiesta verbalmente su voto de modo público. Sin duda por eso sólo permite retransmitir
los aplausos serviles en lugares cerrados a los que se accede por invitación
después de haber identificado con su DNI a todos los asistentes y cuyo acceso
está controlado por la policía. ¡Vaya mascarada! Si tiene tan claro que no le
quiere nadie, más que los serviles, y aun estos sólo por el interés que esperan
obtener por serlo sería más ético rechazar lo que no es suyo, sino nuestro, que
somos el asiento de la soberanía, art. 1.2,CE78. Desde un punto de vista
democrático sólo tiene derecho a lo que obtenga mediante el voto ciudadano en
una democracia. Ahora no es como hace 1500 años. Ahora, nosotros, los
ciudadanos, somos el asiento de la soberanía. Nosotros - lo reconozca o lo
atropelle la constitución - tenemos el derecho a decidir quien nos representa.
Hay dos formas de obtener el
poder: con la fuerza de los votos o por la violencia de las armas. Franco eligió
la violencia. El poder que heredó Juan Carlos I de Franco heredó la violencia
del que nació, protegido por la fuerza de las mismas armas que nos privaran de
la libertad democrática.
Su hijo parece que no le hace
asco a esa violencia y parece dispuesto a heredarlo - con violencia si hace
falta - a la vista del espectáculo que da cada vez que da su espectáculo falseando
la realidad: el rechazo que precede a su entrada protegido por la policía frente
a un pueblo que se manifiesta - ¡todavía le dejan! - libremente votando su
rechazo en publico.
Su hijo lleva el mismo camino no
democrático en el que ha sido educado desde que nació. No le importa la
iniquidad de la herencia aristocrática. El “aristo”, es decir, el mejor, cuya virtud
suprema fue ser “el mayor genocida de la historia de España”; el que robó la
vida a cientos de miles de personas; el que robó la libertad a millones; el
que, muerto, nos la sigue robando..
¡Otro mundo es posible! Un mundo democrático que permita
rectificar el error cada 4 años.
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