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8 jun 2013

Los armas

Resulta verdaderamente espeluznante ver como, día a día, va ganando popularidad esa torpe e inculta moda de convertir las palabras femeninas en masculinas algo que, por otra parte, debería llamar la atención de esa iglesia feminista que confunde el sexo, que es un atributo anatómico, con el género que es un atributo gramatical ¡que ya hace falta ser distraídas!
Con frecuencia nos encontramos con personas a las que atribuimos un cierto nivel cultural que nos sorprenden demostrándonos que carecen del más elemental de saber distinguir el género de los nombres. Los nombres que terminan en “a” en español son femeninos.
Son muchas las palabras que se masculinizan siendo como son femeninas entre ellas, aula, armas, agua, águila, etc. por la simple, pero errónea razón de que en singular van precedidas del artículo masculino. Todas estas palabras tienen en común una característica que explica el que en singular vayan precedidas por el artículo masculino: todas ellas tiene la “a” con acento prosódico.
En esas condiciones, sobre la regla de la concordancia de género prima la regla de la eufonía, es decir, la de la búsqueda de lo que suena bien es la razón por la que esas palabras van precedidas del artículo en su versión masculina. La búsqueda de la belleza en todas sus manifestaciones es una constante en el ser humano y la prosodia tiene en ella su fundamento.
Pruebe Vd. a pronunciar cualquiera de estas palabras precedida del artículo femenino, que es el que le corresponde por la regla de la concordancia, y verá como ese doble sonido “a”,  el del final del artículo y el del comienzo de la palabra suenan mal.
Compruebe Vd., asimismo, que esa cacofonía no se produce cuando, aunque una palabra empiece por á no lleva acento prosódico, es el caso de amazona, antipática, anomalía, que suenan perfectamente bien precedidas del artículo femenino. Otro tanto ocurre con palabras como la harina o la albahaca pero no en el caso del azafrán porque aquí, al terminar la palabra en “n” se trata de una palabra del género femenino y ésa es la razón de que lleve ese artículo.
El problema, sin embargo, va en aumento imparable. Inexplicablemente  hoy hay muchos docentes que ignoran esta norma que antes aprendíamos en primero de bachillerato, es decir, con 10 años.  ¿A qué colegios fueron?, pero, sobre todo ¿a qué universidades? En consecuencia, donde antes todos sus alumnos eran objeto de la adecuada corrección, ahora no sólo no son corregidos, sino que reciben el refuerzo negativo del error.
Mucha mayor responsabilidad, porque su influencia es más cotidiana, tienen los periodistas que - siendo el lenguaje su herramienta - nos atruenan en sus noticias son expresiones tales como “los armas de destrucción masiva” o “los aulas donde el asesino mató a los escolares” y otras de similar jaez.
El lenguaje es un patrimonio de la comunidad; por lo tanto, debe ser la comunidad la que se preocupe de cuidarlo, fijarlo y darle esplendor porque, aunque ese es el timbre de la Real Academia de la lengua, como veremos, no siempre lo cumple con la pulcritud y el rigor que muchos desearíamos.  ¡Cierto!, no soy académico, pero la lengua es tan mía como suya y, ya se sabe, al mejor cazador se le escapa una liebre.

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