Resulta verdaderamente
espeluznante ver como, día a día, va ganando popularidad esa torpe e inculta
moda de convertir las palabras femeninas en masculinas algo que, por otra
parte, debería llamar la atención de esa iglesia feminista que confunde el sexo,
que es un atributo anatómico, con el género que es un atributo gramatical ¡que
ya hace falta ser distraídas!
Con frecuencia nos encontramos
con personas a las que atribuimos un cierto nivel cultural que nos sorprenden
demostrándonos que carecen del más elemental de saber distinguir el género de
los nombres. Los nombres que terminan en “a” en español son femeninos.
Son muchas las palabras que se
masculinizan siendo como son femeninas entre ellas, aula, armas, agua, águila, etc.
por la simple, pero errónea razón de que en singular van precedidas del
artículo masculino. Todas estas palabras tienen en común una característica que
explica el que en singular vayan precedidas por el artículo masculino: todas
ellas tiene la “a” con acento prosódico.
En esas condiciones, sobre la
regla de la concordancia de género prima la regla de la eufonía, es decir, la de
la búsqueda de lo que suena bien es la razón por la que esas palabras van
precedidas del artículo en su versión masculina. La búsqueda de la belleza en
todas sus manifestaciones es una constante en el ser humano y la prosodia tiene
en ella su fundamento.
Pruebe Vd. a pronunciar cualquiera
de estas palabras precedida del artículo femenino, que es el que le corresponde
por la regla de la concordancia, y verá como ese doble sonido “a”, el del final del artículo y el del comienzo de
la palabra suenan mal.
Compruebe Vd., asimismo, que esa
cacofonía no se produce cuando, aunque una palabra empiece por á no lleva
acento prosódico, es el caso de amazona, antipática, anomalía, que suenan
perfectamente bien precedidas del artículo femenino. Otro tanto ocurre con
palabras como la harina o la albahaca pero no en el caso del azafrán porque
aquí, al terminar la palabra en “n” se trata de una palabra del género femenino
y ésa es la razón de que lleve ese artículo.
El problema, sin embargo, va en
aumento imparable. Inexplicablemente hoy
hay muchos docentes que ignoran esta norma que antes aprendíamos en primero de
bachillerato, es decir, con 10 años. ¿A
qué colegios fueron?, pero, sobre todo ¿a qué universidades? En consecuencia,
donde antes todos sus alumnos eran objeto de la adecuada corrección, ahora no
sólo no son corregidos, sino que reciben el refuerzo negativo del error.
Mucha mayor responsabilidad,
porque su influencia es más cotidiana, tienen los periodistas que - siendo el lenguaje
su herramienta - nos atruenan en sus noticias son expresiones tales como “los
armas de destrucción masiva” o “los aulas donde el asesino mató a los escolares”
y otras de similar jaez.
El lenguaje es un patrimonio de
la comunidad; por lo tanto, debe ser la comunidad la que se preocupe de
cuidarlo, fijarlo y darle esplendor porque, aunque ese es el timbre de la Real
Academia de la lengua, como veremos, no siempre lo cumple con la pulcritud y el
rigor que muchos desearíamos. ¡Cierto!,
no soy académico, pero la lengua es tan mía como suya y, ya se sabe, al mejor
cazador se le escapa una liebre.
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