La historia revela una realidad
poco explicada: la convivencia descansa en el respeto al derecho de propiedad
de bienes materiales; pero también de valores inmateriales como la justicia. Conflictos
y guerras surgen tras discutir el mayor derecho que reclama cada parte. Sin
acuerdo ni respeto a la ley, surge el conflicto violento.
El progreso
social generó una regla para resolver los conflictos pacíficamente. Bastaba con
respetar unos pocos principios universales a fuer de racionales. Esa regla era
la ley; y la ética su fundamento. Ley y ética son distintas según el grado de
desarrollo intelectual y moral de cada comunidad. Pero cualquier comunidad se
basa en el respeto a la ley. Una sociedad sin ley está condenada a su
desaparición. Se necesita reconocer los derechos de sus miembros; que estos
acepten una gradación entre ellos; y que esté claro quién y cómo se resuelven
los conflictos de intereses.
Las
sociedades de delincuentes, sean un Estado o no, también tienen sus leyes. Su
delito es no respetar las leyes ajenas. Es el primer derecho que se dan a sí
mismos. No respetar la ley democrática es su falsa libertad. Cuanto mayor sea
su nivel criminal, con mayor violencia sancionarán “entre ellos” al que
incumpla su “delictiva escala de derechos”. Se creen más libres porque pueden
atropellar nuestro derecho democrático, pero son más esclavos. “Su derecho”,
sin ética, es un puro atropello.
Esos
delincuentes se privan de las garantías procesales que nosotros les damos.
Nosotros decimos: “es mejor un delincuente en
libertad antes que un inocente en la cárcel”; Ellos gritan “mejor mil
inocentes muertos, antes que un traidor libre”. Las comunidades
delictivas tienen votos de obediencia irreversibles; la pena es la muerte.
Nadie que entre puede salirse de esa comunidad. Al entrar, pierden su libertad.
Declaran
sagrado – casi todo lo inmundo suele ser sagrado - el “pacto de iniciación”,
casi siempre de sangre, para la entrada en “su religión” profana – delincuentes - o
divina - religiones. No podrán salir; están obligados por “débito sangriento” con
su sociedad delictiva. Habrán de seguir asesinando, aunque ya no quieran. Los
asesinatos y las mutilaciones de los “renegados” son moneda común de estas
“religiones” delictivas. Los “asesinos” de la edad media eran eso: grupos que
no respetaban la libertad de los demás; grupos que acababan sin respetar su
propia libertad. Eran puras dictaduras. ¡Eso sí!, ¡eran los más puros!
La estructura
de la justicia ha progresado con el progreso del individuo singular. Dista de
ser perfecta. Lograrlo exige una mejora diaria, también individual; exige una reflexión diaria. La vida que
hay que ordenar cambia también y hay nuevos problemas de convivencia. Es una
carrera sin fin. La ley nunca podrá lograr la perfecta justicia porque va a
remolque de la realidad. No se puede legislar sobre lo que no existe; por ello,
primero tendrá que existir el problema, el delito y luego habrá que legislar
para buscarle la solución.
Cualquier Gobierno está obligado a que sea mínimo el
intervalo entre ambos hechos. La protección a sus ciudadanos exige evitar huecos
en la ley - recordemos las hipotecas - que usan los “delincuentes de guante
blanco” abusando del principio democrático “todo lo que no está prohibido, está
permitido”. Un principio progresista opuesto al de las dictaduras: “todo lo que
no expresamente permitido, está prohibido”. O, como jocosamente se decía antes con Franco:
“todo lo que no está prohibido, es obligatorio”.
Los jueces
tienen cierta facultad de interpretar la ley para proteger a la sociedad; se
trata de una facultad limitada. Por eso, en algunas sentencias insensatas que
declaran la no culpabilidad del acusado, los jueces reclaman del poder
legislativo que dicte leyes sobre esas conductas no éticas. Mientras tanto,
ellos no pueden castigarlas. Aunque a veces eso nos indigne, también nos
protege del atropello legal. Aunque eso resulte muy difícil, casi imposible de
aceptar por las víctimas; ellas siempre tienen razón.
Inversamente
los jueces cuando ven que la ley es excesiva en un caso particular
solicitan el ejercicio del indutlo. Un indulto mal regulado en la
legislación actual porque al no tener que razonarlo - ¿como va a razonar
un rey si es de origen divino? - se ha convertido en un abuso
arbitrario intolerable hoy día.
Lo
razonable flota aun en las dictaduras. En las dictablandas, como la
actual dictadura regia, el parlamento - el nacional y los autonòmicos -
deberían ser más sensible a las aspiraciones populares. Encerrarse en su
"turris eburnea" demuestra su necedad porque se creen dueños de la
soberanía, lo prpopio de quien tiene mentalida de dictador - cuando sólo
son sus adminstradores durante cuatro años, ¡mal que les pese a tantos!
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