Se atribuye la frase “a los
tibios los vomitaré de mi boca” al hijo del extraterrestre judaico - al que los
judíos no reconocen como tal - pero sí los cristianos. Los musulmanes sólo lo
reconocen como profeta pero no como hijo del extraterrestre judío que, según
sus leyendas, le dio su poder a Abraham, aquel tipo dispuesto a asesinar a su
hijo porque se lo pedía “su” extraterrestre. ¡Vaya tipo!
Esta reflexión viene a mi
mente con la lectura de unas reflexiones que dedica Vargas Llosa al trabajo de
Hannah Arendt, una señora hija de judíos que un día decidió pensar por su
cuenta y dejó se seguir los mandatos reaccionarios de los dictadores que hay en
todas las religiones; esos que se arrogan el derecho de decir quien es “buen”
judío, cristiano, musulmán, hindú,
testigo de Jehová, etc., etc., y al que miles de millones de gente,
¡inexplicablemente!, les hacen caso, cuando de lo único que deberían
preocuparse era de ser buenas personas.
Naturalmente, a la pobre
señora la frieron viva. No la lapidaron porque no había cometido adulterio -
tradición que parece que los judíos han abandonado y sólo practican ya sus
primos, los demás semitas - pero le dijeron de todo.
Y todo porque publicó sus reflexiones sobre Eichmann, aquel funcionario
alemán que vivía en la Argentina y al que raptaron los judíos - con el derecho
que les dio su extraterrestre al hacerlos “su pueblo elegido”, ¡que
inexplicablemente respeta todo el mundo! - en una acción violaba de modo
flagrante todo el derecho internacional habido y por haber y al que - “tras un
juicio justo” - asesinaron con igual sinrazón con la él colaborara en el
asesino de tanta gente.
Que muchos de los asesinados
hubieran sido judíos y los asesinos fueron ahora judíos no varía en nada la
realidad. Aquellos asesinatos se cometieron dentro de la legalidad que un
dictador había impuesto en Alemania. Este asesinato se cometió dentro de la
legalidad que los propios judíos habían impuesto en Palestina después de haberla
convertido - en nuevo atropello de todo el derecho internacional vigente, pues
era un fideicomiso que el Reino Unido tenía que devolver a los palestinos - en
el actual inicuo estado de Israel.
Eichmann dice Hannah Arendt, “no
era ni un Yago ni un Macbeth ni tampoco un estúpido. Fue la pura ausencia de
pensar —lo que no es poca cosa— lo que le permitió convertirse en uno de los
más grandes criminales de su época. Esto es ‘banal’ y hasta cómico, pues, ni
con la mejor voluntad del mundo se consiguió descubrir en Eichmann la menor hondura
diabólica o demoníaca. Lo terrible de Eichmann es que no era un hombre
excepcional, sino uno común y corriente. Lo que significa que todo hombre común
y corriente, en ciertas circunstancias (una dictadura hitleriana, por ejemplo),
puede convertirse en un Eichmann.”
Lo terrible de Eichmann es,
para los españoles, pensar cuantos Eichmann hemos conocido a lo largo de
nuestra vida (en la dictadura franquista de igual ideología que la hitleriana).
Cuantos “hijos de Eichmann” siguen todavía vivos. Cuantos “Eichmann”, “hijos de
Eichmann” y “nietos de Eichmann” seguimos soportando hoy día.
Todo porque - ése es nuestra
honor - no nos portamos como los judíos y no los asesinamos a todos ellos, ¡que
méritos tenían sobrados! Por eso, siguen gobernando nuestras vidas y, lo que es
más escarnecedor, siguen empeñados en ocultar donde yacen los asesinados por
sus padres Eichmann y sus abuelos Eichmann. Al hacerlo, sin duda avergonzados,
no ven que están confesando su vergüenza. Son conscientes de que sus padres y abuelos
fueron unos asesinos. Con su actitud - y eso les deshonra - aceptan sobre sí el pecado original de sus
padres y abuelos para no poner en peligro el beneficio material que les
produjeron esos asesinatos. En su maldad ignoran que nadie quiere quitarles
nada de todo lo que robaron y hoy disfrutan.
Dice Vargas Llosa “Cualquiera
que haya padecido una dictadura, incluso la más blanda, ha comprobado que el
sostén más sólido de esos regímenes que anulan la libertad, la crítica, la
información sin orejeras y hacen escarnio de los derechos humanos y la
soberanía individual, son esos individuos sin cualidades, burócratas de oficio
y de alma, que hacen mover las palancas de la corrupción y la violencia, de las
torturas y los atropellos, de los robos y las desapariciones, mirando sin
mirar, oyendo sin oír, actuando sin pensar, convertidos en autómatas vivientes
que, de este modo, como le ocurrió a Adolf Eichmann, llegan a escalar las más
altas posiciones. Invisibles, eficaces, desde esos escondites que son sus
oficinas, esas mediocridades sin cara y sin nombre que pululan en todos los
rodajes de una dictadura, son los responsables siempre de los peores
sufrimientos y horrores que aquella produce, los agentes de ese mal que, a
menudo, en vez de adornarse de la satánica munificencia de un Belcebú se oculta
bajo la nimiedad de un oscuro funcionario.”
“Esos
individuos sin cara y sin nombre - de muchos de ellos conocemos sus caras y sus
nombres - son los responsables de los peores sufrimientos.”
“El gran mérito de Hannah
Arendt es haber sacado de la literatura a ese hipócrita y darle el protagonismo
que merece como secuaz indispensable de los verdugos y haberlo tipificado como
el agente predilecto del mal en el universo totalitario”.
Hoy vemos como, hipócritamente,
nos dicen los políticos: ”no quiero bajaros el sueldo, que sé que os perjudica,
pero lo hago por obligación”; “no os queremos daros palos, por el ejercicio de
vuestro derecho a expresar vuestro desacuerdo, pero lo hacemos por obligación”.
¡Cuantos “hijos de Eichmann” hay en España que no dudan en ejercer de “hijos de
Eichmann”!
¡Cuantos más habrá en el
futuro gracias el Sr. Wert! Él impide la educación ética de las nuevas
generaciones al eliminar la asignatura de Educación para la Ciudadanía del
curriculum escolar. En su lugar impone la doctrina que alaba la obediencia ciega,
la que no reflexiona, de Abraham. Ese Eichmann dispuesto a asesinar a su hijo
porque se lo mandaba el extraterrestre, otro dictador, en el que él creía. Como
hacen quienes, cada uno a su estilo, siguen su doctrina.
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