Los
antropólogos oscilan entre buscar en el hombre las mismas o similares pautas a
las que tienen los demás animales, al menos los más evolucionados o, por el
contrario, reconocer que existen unas diferencias cualitativas entre animales y
hombres.
Algunas
religiones, cuyos jerarcas tienen poca fe, y ciertos políticos que saben que no
tienen razón, se engañan con su imaginación. Y justifican sus conductas de
dominio del ser humano imitando la que ven en ciertos grupos animales,
ignorando la independencia de otros. O tratan de imponer determinados hábitos
sociales, lo cual es el fruto de un acuerdo libre, imitando ciertas conductas
animales, lo que es un instinto.
Antes de que
el hombre razonara era poco más que un animal con más o menos destreza con la
que compensaba las otras carencias físicas de fuerza, velocidad, etc. Cuando
empezó a razonar hizo algo que ningún animal puede imitar: reflexionar.
Flexionarse sobre él mismo; darse cuenta de su propia e individual existencia.
Ser, acto seguido, consciente, racionalmente consciente de la existencia de los
demás, del mundo y de sus circunstancias. Y descubrirse único, irrepetible,
pero igual hasta al vecino.
Ahí nació el
ser humano como persona democrática. Pero no es fácil liberarse de viejos
resabios de su anterior y previa animalidad; y por eso aun hacemos el animal,
aunque cada vez menos. La evolución es lenta, pero es también imparable. Y sería
más rápida si no hubiera demasiados intereses animales en mantener esa lenta
evolución. Inmoral y torpe, que más hubiéramos ganado todos de haberse
acelerado.
La democracia
nació del diálogo leal tras decidir tomar decisiones utilizando el arma más pacífica
de todas las existentes bajo la capa del cielo: la razón. Y quisimos usarla
como forma de tomar los acuerdos para marcar el rumbo a seguir. Cuando se libró
de la tiranía de la tribu y decidió vivir en una sociedad igualitaria y sin
diferencias.
El camino lento ha producido
perjuicios a todos, hasta a los más poderosos que veían en ella un peligro.
Ningún poderoso en la antigüedad es tan poderoso como los actuales. Su calidad
de vida no era mejor que la de muchos de los ciudadanos actuales aunque tuvieran
muchos signos externos de poder. La calidad de vida es tener una aspirina para
un dolor de cabeza. Algo tan simple y tan elemental como una aspirina.
Creemos que
somos gente dialogante. Pero aun falta mucho camino por recorrer hasta por
parte de quienes tienen como obligación el diálogo y el pacto. Parafraseando a
Cristo, “no todo el que diga, Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos”
podríamos decir: “no todo el que diga diálogo, diálogo, es verdaderamente
demócrata”.
Estos textos,
antes de publicarlos en este blog, los distribuí entre todos los diputados que
pude y algunos periódicos y hacerlo me ofreció una curiosa experiencia. He
recibido diversas respuestas; era lógico; menos me pareció que unas fueran algunas
irritadas, otras acusadoras. ¿Por qué la irritación por pensar otra cosa? ¿Por
qué la personalización agresiva, mientras aun hablemos de ideas? La pasión
anida en el ánimo de todos y a veces no se sujeta bien. Quizá no sean malos
representantes quienes nos representan tan agresivos. Quizá nuestra agresividad
no sea la mejor característica para representarla tan bien.
Para muchos
dialogar es que nos den la razón. Para otros, un trámite que hay que soportar
para luego poder hacer lo que nos de la gana. Pocos lo ven como una opción para
mejorar lo que queríamos hacer, gracias a las alternativas nacidas del diálogo
que nuestro interlocutor nos ofrece generosa y gratuitamente.
Dialogar es
exponer alternadamente las razones que cada uno tiene sobre el asunto que se
discute. Esta exposición de razones es una ofrenda al interlocutor. Con ello le
honra, porque le cree razonable y receptivo. Por eso sólo ya merece su aprecio.
Cabe rechazar o aceptar las razones, cabe modificar o no nuestra postura a la vista
de estas razones. Pero si al razonamiento respondemos substituyéndolo por la
pasión que nos animaliza, no razonamos.
La capacidad
de abstraer ideas nos separa del animal. La ética y el respeto a cada ser
humano es una forma de crear una sociedad amable. Entonces el individuo vale
más que la tribu, que la patria, que el equipo de fútbol, etc. Entonces el
individuo se convierte en lo más excelso: en un hombre (mujer o varón).
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