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21 jun 2013

Derecho a decidir. (14) Dialogar hizo al hombre

Los antropólogos oscilan entre buscar en el hombre las mismas o similares pautas a las que tienen los demás animales, al menos los más evolucionados o, por el contrario, reconocer que existen unas diferencias cualitativas entre animales y hombres.
Algunas religiones, cuyos jerarcas tienen poca fe, y ciertos políticos que saben que no tienen razón, se engañan con su imaginación. Y justifican sus conductas de dominio del ser humano imitando la que ven en ciertos grupos animales, ignorando la independencia de otros. O tratan de imponer determinados hábitos sociales, lo cual es el fruto de un acuerdo libre, imitando ciertas conductas animales, lo que es un instinto.
Antes de que el hombre razonara era poco más que un animal con más o menos destreza con la que compensaba las otras carencias físicas de fuerza, velocidad, etc. Cuando empezó a razonar hizo algo que ningún animal puede imitar: reflexionar. Flexionarse sobre él mismo; darse cuenta de su propia e individual existencia. Ser, acto seguido, consciente, racionalmente consciente de la existencia de los demás, del mundo y de sus circunstancias. Y descubrirse único, irrepetible, pero igual hasta al vecino.
Ahí nació el ser humano como persona democrática. Pero no es fácil liberarse de viejos resabios de su anterior y previa animalidad; y por eso aun hacemos el animal, aunque cada vez menos. La evolución es lenta, pero es también imparable. Y sería más rápida si no hubiera demasiados intereses animales en mantener esa lenta evolución. Inmoral y torpe, que más hubiéramos ganado todos de haberse acelerado.
La democracia nació del diálogo leal tras decidir tomar decisiones utilizando el arma más pacífica de todas las existentes bajo la capa del cielo: la razón. Y quisimos usarla como forma de tomar los acuerdos para marcar el rumbo a seguir. Cuando se libró de la tiranía de la tribu y decidió vivir en una sociedad igualitaria y sin diferencias.
El camino lento ha producido perjuicios a todos, hasta a los más poderosos que veían en ella un peligro. Ningún poderoso en la antigüedad es tan poderoso como los actuales. Su calidad de vida no era mejor que la de muchos de los ciudadanos actuales aunque tuvieran muchos signos externos de poder. La calidad de vida es tener una aspirina para un dolor de cabeza. Algo tan simple y tan elemental como una aspirina.
Creemos que somos gente dialogante. Pero aun falta mucho camino por recorrer hasta por parte de quienes tienen como obligación el diálogo y el pacto. Parafraseando a Cristo, “no todo el que diga, Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos” podríamos decir: “no todo el que diga diálogo, diálogo, es verdaderamente demócrata”.
Estos textos, antes de publicarlos en este blog, los distribuí entre todos los diputados que pude y algunos periódicos y hacerlo me ofreció una curiosa experiencia. He recibido diversas respuestas; era lógico; menos me pareció que unas fueran algunas irritadas, otras acusadoras. ¿Por qué la irritación por pensar otra cosa? ¿Por qué la personalización agresiva, mientras aun hablemos de ideas? La pasión anida en el ánimo de todos y a veces no se sujeta bien. Quizá no sean malos representantes quienes nos representan tan agresivos. Quizá nuestra agresividad no sea la mejor característica para representarla tan bien.
Para muchos dialogar es que nos den la razón. Para otros, un trámite que hay que soportar para luego poder hacer lo que nos de la gana. Pocos lo ven como una opción para mejorar lo que queríamos hacer, gracias a las alternativas nacidas del diálogo que nuestro interlocutor nos ofrece generosa y gratuitamente.
Dialogar es exponer alternadamente las razones que cada uno tiene sobre el asunto que se discute. Esta exposición de razones es una ofrenda al interlocutor. Con ello le honra, porque le cree razonable y receptivo. Por eso sólo ya merece su aprecio. Cabe rechazar o aceptar las razones, cabe modificar o no nuestra postura a la vista de estas razones. Pero si al razonamiento respondemos substituyéndolo por la pasión que nos animaliza, no razonamos.
La capacidad de abstraer ideas nos separa del animal. La ética y el respeto a cada ser humano es una forma de crear una sociedad amable. Entonces el individuo vale más que la tribu, que la patria, que el equipo de fútbol, etc. Entonces el individuo se convierte en lo más excelso: en un hombre (mujer o varón).

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