Lo más fácil de cambiar es el
nombre. Es el primer paso que se da para procurar el engaño. Si se pregunta a la gente si está de acuerdo
con que se asesine a la gente, Vd. a poco decente que sea, dirá que no. Si se
le pregunta si está de acuerdo en que asesinen a la gente después de un juicio
justo todavía se lo pensará un poco y, probablemente siga diciendo que no,
porque el peso de la palabra asesinato grava sobre Vd.
Si, dando un paso más, se
preguntar se si está de acuerdo en que asesinen a los que han asesinado después
de un juicio justo probablemente el número de los que estarían dispuestos a
decir que si experimentara un notable aumento. Pero en el momento en que la pregunta
fuera si está de acuerdo en que ejecuten a la gente que ha asesinado, después
de ser condenado en un juicio justo el número a los que estarían de acuerdo se
dispararía.
Es la magia de las palabras: nada
por aquí, nada por allá, pero en todos los casos un asesinado.
Hay tal tremenda tradición de aplicación
de la pena de muerte, que no es otra cosa que un asesinato “más o menos legal”
después de un juicio “más o menos justo” que esa salvajada forma parte de
nuestra “cultura”, porque se nos ha cultivado para que esa salvajada nos
parezca normal. De hecho, salvo en la Unión Europea, el número de países donde
el asesinato legalizado es una realidad cotidiana supera a los que no permiten
esos asesinatos, aunque, ¡felicitémonos!, su número va descendiendo.
Al lado de esta realidad
esperanzadora emerge otra realidad que se hunde en la noche de los tiempos: los
asesinatos de los enemigos políticos. Eso ocurrió con la Banda Baader-Meinhoff
en Alemania, que aparecieron “suicidados” en sus celdas; también con algunos miembros
del IRA y de las brigadas rojas de Italia. En ese contexto España tiene - quizá
con alguna excepción - el honor de no haber caído en esa sistemática del
asesinato de los asesinos.
Más recientemente tenemos el
asesinato autorizado y televisado, en circuito cerrado, de Bin Laden cometido
en Pakistán. Fue un asesinato celebrado como un éxito, ¿de qué?, en los USA. Una
ola de patriotismo asesino recorrió el país. Tímidas voces señalaron lo inusual
del acto.
Si quien ordenó el asesinato dirigiera
una banda de asesinos los titulares del día siguiente hubieran sido: “ajuste de
cuentas entre bandas rivales”. Como quien ordenó el asesinato fue el Presidente
de los USA, el Fiscal General del Estado calificó el “ajuste de cuentas” como “un objetivo militar legal y un acto de auto defensa
nacional” autorizado por el Congreso, el Tribunal Supremo, los Presidentes Bush
y Obama y las Naciones Unidas (¿).
La ley que permite seguir
actuando de ese modo sigue en vigor; dice que “el Presidente está autorizado a
usar toda la fuerza apropiada y necesaria contra las naciones, organizaciones o
personas que el considere que planearon, autorizaron, cometieron o ayudaron al
ataque terrorista de 11.09.2001, o que alberguen a dichas organizaciones o
personas con el fin de prevenir futuros ataques por esas naciones organizaciones
o personas”.
¿Y qué ocurre si se equivocan,
que no sería la primera vez? Eso que no sería tampoco la última. Los drones siguen
cometiendo asesinatos de personas de segundo nivel; por eso y porque ya es
rutina no salen en las primeras planas de los periódicos: sólo en los
obituarios de los periódicos de su pueblo. La justificación “ética” repite la falsa
justificación de las masacres de Hiroshima y Nagasaki: ahorramos vidas
norteamericanas. Sólo querían probar cómo mataba.
Cada vez me gusta más el texto del
art. 6 de la CE31 que dice: “España renuncia a la guerra como instrumento de la
política nacional”. Ojalá pronto vuelva a estar en vigor
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