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11 jun 2013

"Hijos de"

Lo más indigno de una persona es no ser persona. Por supuesto, cuando somos pequeños todavía no somos personas, socialmente hablando. Aunque ya tenemos nuestro nombre y nuestra identidad - un derecho universal del que están privados millones de niños que, simplemente, no existen - todavía no somos. Seguimos, extracorpóreamente, siendo una  parte de nuestros padres. Somos “los hijos de …”.
Eso unas veces tiene ventajas y otras no. Me contaba una tía mía que vivía en una aldea gallega que un día se encontró con una niña que, educadamente, le deseó buenos días. La miró y no la identificó. “De quien eres tú”, le preguntó. La niña contestó “soy de mi padre”. “Claro le dijo mi tía, eres de tu padre y de tu madre, pero de quién eres”. La niña insistía: “soy de mi padre”. Se rió mi tía e insistió otra vez: “ya lo sé, pero ¿de quién eres?”. La niña rendida ante la insistencia dijo, bajando la cabeza: “son a filla do demo”, que quiere decir “soy la hija del demonio”, que era el apodo que tenía su padre. Mi tía, comprendiendo ahora la reticencia a identificar a su padre, se deshizo en halagos por lo bien educada que era saludando a las personas. Dudo que su buena intención compensara a la niña de ser “filla do demo”.
La adolescencia es la etapa en la que uno empieza a afirmar su identidad, empieza a ser hijo de sus propios méritos, empieza crear su personalidad. Es el momento del enfrentamiento generacional. Dependemos de nuestras familia económica y socialmente, pero queremos construir nuestro propio mundo, con nuestros propios méritos y exigimos que se respete lo que nosotros conseguimos por nosotros mismos.
Es la época en la que el insulto “es un niño de papá” constituye la afrenta más grande que se pude decir de alguien. Un tipo que no sabe buscar su propio espacio; que no sabe más que ser la cola del perro o, lo que era peor en aquellos momentos de afirmación sexual, el perro faldero de su madre, que ya no cabía más indignidad. Se admite que haya continuidad profesional y que de padres médicos salgan hijos médicos, pero se valor más que lo hagan en otra especialidad que no que hereden una clientela que no se ganaron, como quien hereda una finca.
Se admitía, sin embargo, mejor, con más mérito, que esa continuidad laboral estuviera acreditada por el mérito personal de ganar una oposición. Sin duda el apoyo paterno, en aquella época había menos mujeres profesionales, era una ventaja, pero el mérito de ganar la oposición era personal. Se lograba ser juez, o catedrático o inspector de Hacienda por méritos propios, como dice la CE78, se lograba “el acceso a la función pública de acuerdo con los principios de mérito y capacidad”.
Hoy tenemos, sin embargo, una reunión a la que se le da infinita publicidad de dos “hijos de”, el heredero (¿) del trono - ¿qué cuerno es eso de un “trono”? - del Japón y el pretendiente a heredero (¿) de la misma estúpida herencia de España. El “trono” en toda casa decente era 2el orinal en el que se sentaba el niño que todavía no sabía hacer sus necesidades en el retrete. Ése es el único trono que sirve para algo útil.
He aquí dos vidas perdidas - que pudieron ser y no fueron - dedicadas a la nada continuadora de la nada. Dos vidas que podrían haberse convertido en una fuente de riqueza personal y social. Dos vidas que sólo aspiran a ser menos que el rabo del perro que han venido siendo durante … ¿30 años?, ¿40 años? ¿50 años?¡Que despilfarro!
¿Cómo nadie así, con ese CV, pretende ser Jefe del Estado? Se inventó la democracia, entre otros objetivos, para acabar con ese irracional estado de cosas. En eso estamos.

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