“Como infante recién nacidos…”,
dice el comienzo de los textos litúrgicos de la “dominica in albis”. Es el
domingo en que se celebraba el bautismo de los catecúmenos, que en el principio
de la secta cristiana de los judíos era la ceremonia por la que los adultos, demostrado
antes de modo fehaciente su buena voluntad de incorporarse a esa secta, eran
recibidos previo el acto del bautismo en el que, simbólicamente, se le
perdonaba el pecado original que no habían cometido. A partir de entonces eran
tratados como adultos responsables ante la comunidad. De esta liturgia queda la
expresión: “está in albis” que identifica a las personas que no saben lo que
pasa a su alrededor, a la que la comunidad aun no reconociera como adulto responsable.
Ése es el calificativo que nos
merece el Sr. Almunia. Sus disculpas por sus errores, que sufrieron los griegos,
son inaceptables. Aplicaron todo su poder, para actuar racionalmente, machacando
a los griegos sin saber lo que hacían. La disculpa, “la situación era tan
terrible que había que hacer algo” sería inadmisible en un médico que te corta
la pierna y te deja cojo. ¿Por qué admitirla en estos incompetentes, en vez de meterlos
en la cárcel, dados sus méritos?
¿Cómo se puede ser tan irresponsable?
¿Cómo no se le cae a nadie la cara de vergüenza tras reconocer que actuaron a
tontas y a locas? ¿Quién indemniza a los millones de personas los sufrimientos
morales y materiales que han soportado por las actuaciones de estos ciegos, conducidos
por otros ciegos, conducidos por los mercados, que esos sí que no estaban
ciegos?
Sólo a los niños pequeños, todavía
sin sentido común suficiente como para ser responsables de sus actos, se les
puede permitir que digan: “lo siento, me equivoqué, no volveré a repetirlo”. Porque
los niños son personas sin mayor malicia se puede creer en la sinceridad de sus
palabras. Pero, aunque se aprecia el valor del reconocimiento de la culpa y se
admite - ¡por su menor edad! - el valor de la disculpa, forma parte de la
obligada educación de los menores que sufran algún castigo proporcional al daño
cometido. ¿Cómo no hacer lo mismo con esta gente cuyo daño es irreparable?
Lo mínimo es la dimisión y despido
procedente sin indemnización. ¿Qué empresa mantendría en su puesto a un
directivo tan incompetente? Ninguna. Pero aquí no se aplica el Estatuto de los
Trabajadores. Aquí se aplica el Estatuto de los Espabilados y por eso ¡aquí no
dimite nadie!
La única garantía que tenemos de
que el Sr. Almunia y sus “consejeros y asesores” no vuelvan a repetir este
disparate es separarlos de su cargo ¡inmediatamente!
La única garantía que tenemos de
que quien le suceda no cometa, ¡también él!, otro error semejante es que sepa
que si lo comete será inmediatamente destituido de su cargo
La única garantía que tenemos de
que esos necios seguirán gobernando neciamente - ¿qué otra casa saben hacer? -
es mantenerlos en su puesto y disculparles: “pero se ha excusado”.
Como las disculpas del Rey, no
valen. ¡No es Vd. un niño pequeño, ni un imbécil! ¿O es ésa su disculpa? En tal
caso no tendrá que pagar los daños producidos - los imbéciles son
irresponsables - pero se tendrá que ir con viento fresco.
Necesitamos una democracia más
directa; donde no haya espacios de impunidad para los gobernantes que cometen
daños y perjuicios insoportables, por su soberbia e incompetencia o, por su
soberbia incompetencia. No es que el Parlamento sea la solución, pero debería
poder provocar una crisis en la Comisión y exigir su remodelación eliminando a comisionados
cuya incompetencia es tal que no pueden ni evitar tener que reconocer su
incompetencia.
¡Pero eso no basta! En su momento
los Generales que perdían una batalla se suicidaban como única salida honrosa.
Pagaban un precio infinito, su vida, por el daño infinito producido. La
solución era irracional porque lo que él perdía no significaba ninguna ganancia
para nadie con lo que el daño no se reparaba. Pero era un acto simbólico que
hoy ¡por simbolismo!, cabe exigir de modo menos cruento: ¡dimisión! Pero como
no tienen vergüenza, no dimitirán.
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