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4 jun 2013

Derecho a decidir: (9) El derecho a repartir la herencia

Las comunidades pequeñas, separadas y muy mal comunicadas tenían pocos conflictos por falta de oportunidad. Al modificarse esas tres circunstancias, al aparecer el vecino, surgen los conflictos. La fama de gente amante de pleitos que tenemos los gallegos no es un hecho cultural sino fruto del minifundio que produce más vecinos por hectárea que el latifundio andaluz o extremeño. Surgida la ocasión, el conflicto nace solo.
            La historia es una sucesión de pactos para proteger la propiedad. Los vasallos eligieron a un señor que los protegiera de ladrones y asesinos. Si el señor les robaba y les asesinaba, buscaban la protección del rey, hasta que el rey también empezó a robar y entonces vino la república y el ciudadano recuperó la libertad de regirse a sí mismo. Esa fue la evolución: feudalismo, monarquía, república democrática.
            Las iglesias, nacidas, decían, para liberar al ser humano, no cumplieron su promesa. Vendidas al poder civil, obligaron a sus fieles a reconocer el derecho divino del rey. El atropello duró siglos. Aun dura en algunos países. En Inglaterra, al cortarle la cabeza al Rey, descubrieron que era mentira; a Dios le trajo sin cuidado. En Francia descubrieron lo mismo con la Revolución Francesa. Tras los cortes regios de cabeza se descubrió que el poder residía en el pueblo; no en ningún Dios. Así nació la declaración de los derechos del hombre; de ella viene la democracia actual de la Unión Europea.
            Para los reyes, en aquellas épocas, los países eran como las fincas para cualquier campesino. Las robaban, compraban y vendían, o daban como dote en la boda de sus hijas igual que los ricos hacen con sus fincas. Cuando algún otro rey le quería quitar a otro una finca, la guerra que se organizaba era igualita a la pelea por las lindes que tiene cualquier propietario de un terreno con el vecino que le quiere robar unos metros.
            Francia y Alemania pelearon por Alsacia y Lorena. El siglo pasado acordaron que los ciudadanos decidieran democráticamente de qué país querían ser parte. Hecho el referéndum, se respetó el resultado: Hoy no hay, ni volverá a haber, ningún conflicto.
            Eso fue lo que los yugoeslavos no supieron hacer. Azuzados por un movimiento nacionalista descerebrado y racista, es decir, fascista y antidemocrático, cambiaron las lindes y asesinaron a sus propietarios. Fue una vergüenza europea terminar así el siglo XX. Podían haber entrado en la Unión Europea y mejorar su nivel de vida y desarrollo jurídico alcanzando el que lográramos los demás en paz. Prefirieron la solución violenta y totalitaria: aniquilar al “diferente” en raza, en religión, en lengua, etc. Someterlo por ser un “diferente” que en este caso significaba con “menos derechos”; más aun, aniquilarlo.
            La gente decente respeta el derecho de los demás; su grado de desarrollo ético y moral los hace demócratas; buscan la solución dialogada del conflicto de convivencia. Y no hacen trampa en el diálogo. “Una cosa es predicar”, el diálogo, “y otra dar trigo”, ser dialogante. El evangelio nos avisa “no el que más dice, Señor, Señor”, diálogo, diálogo, “será el que entre en el reino de los cielos de la democracia, sino aquel que ama”, dialoga,”pero sinceramente a su hermano”.
            El pacto social para la convivencia nacional es como un pacto de herederos de una finca pro indiviso, que esa es la nación común recibida de la historia, buena o mala, pero que es la que nos ha tocado vivir. Repartir una finca disminuye de valor las partes. Nadie que quiera romper lo común tiene derecho a imponer al resto tal perjuicio. Si lo hace, debe compensarles por romper lo que heredaron con pacto “pro indiviso”. Sin aprovecharse de los demás. Porque si bien todo es de todos por la misma razón ninguna parte es de nadie.
Cabe exigir el fin de la sociedad pro-indiviso recibida de nuestros antepasados. Eso lo contempla el Código Civil, que es el referente del que nacen las relaciones supra personales y las relaciones internacionales. Pero eso hay que hacerlo por acuerdo y en buena armonía y se tiene que valorar en el reparto de la herencia lo que cada parte recibió antes de partir la herencia, porque lo recibió del común, con lo que todos se beneficiaban, cosa que no hubiera recibido estando separado.  Lo que hay que hacer es ponerse de acuerdo en como hacer el reparto equitativo sin imponer lo injusto a nadie. Respetar la voluntad del ciudadano, es una obligación democrática. En realidad, es algo más elemental; es una norma de buena crianza y de buena educación. Por desgracia a ves, contemplando los comportamientos de unos y otros da la impresión que a todos les falta la una y la otra.

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