Las comunidades pequeñas,
separadas y muy mal comunicadas tenían pocos conflictos por falta de
oportunidad. Al modificarse esas tres circunstancias, al aparecer el vecino,
surgen los conflictos. La fama de gente amante de pleitos que tenemos los
gallegos no es un hecho cultural sino fruto del minifundio que produce más
vecinos por hectárea que el latifundio andaluz o extremeño. Surgida la ocasión,
el conflicto nace solo.
La
historia es una sucesión de pactos para proteger la propiedad. Los vasallos
eligieron a un señor que los protegiera de ladrones y asesinos. Si el señor les
robaba y les asesinaba, buscaban la protección del rey, hasta que el rey también
empezó a robar y entonces vino la república y el ciudadano recuperó la libertad
de regirse a sí mismo. Esa fue la evolución: feudalismo, monarquía, república
democrática.
Las
iglesias, nacidas, decían, para liberar al ser humano, no cumplieron su
promesa. Vendidas al poder civil, obligaron a sus fieles a reconocer el derecho
divino del rey. El atropello duró siglos. Aun dura en algunos países. En Inglaterra,
al cortarle la cabeza al Rey, descubrieron que era mentira; a Dios le trajo sin
cuidado. En Francia descubrieron lo mismo con la Revolución Francesa. Tras los
cortes regios de cabeza se descubrió que el poder residía en el pueblo; no en
ningún Dios. Así nació la declaración de los derechos del hombre; de ella viene
la democracia actual de la Unión Europea.
Para
los reyes, en aquellas épocas, los países eran como las fincas para cualquier
campesino. Las robaban, compraban y vendían, o daban como dote en la boda de
sus hijas igual que los ricos hacen con sus fincas. Cuando algún otro rey le
quería quitar a otro una finca, la guerra que se organizaba era igualita a la
pelea por las lindes que tiene cualquier propietario de un terreno con el
vecino que le quiere robar unos metros.
Francia
y Alemania pelearon por Alsacia y Lorena. El siglo pasado acordaron que los
ciudadanos decidieran democráticamente de qué país querían ser parte. Hecho el
referéndum, se respetó el resultado: Hoy no hay, ni volverá a haber, ningún
conflicto.
Eso fue
lo que los yugoeslavos no supieron hacer. Azuzados por un movimiento nacionalista
descerebrado y racista, es decir, fascista y antidemocrático, cambiaron las
lindes y asesinaron a sus propietarios. Fue una vergüenza europea terminar así
el siglo XX. Podían haber entrado en la Unión Europea y mejorar su nivel de
vida y desarrollo jurídico alcanzando el que lográramos los demás en paz.
Prefirieron la solución violenta y totalitaria: aniquilar al “diferente” en
raza, en religión, en lengua, etc. Someterlo por ser un “diferente” que en este
caso significaba con “menos derechos”; más aun, aniquilarlo.
La
gente decente respeta el derecho de los demás; su grado de desarrollo ético y
moral los hace demócratas; buscan la solución dialogada del conflicto de convivencia.
Y no hacen trampa en el diálogo. “Una cosa es predicar”, el diálogo, “y otra
dar trigo”, ser dialogante. El evangelio nos avisa “no el que más dice, Señor,
Señor”, diálogo, diálogo, “será el que entre en el reino de los cielos de la
democracia, sino aquel que ama”, dialoga,”pero sinceramente a su hermano”.
El
pacto social para la convivencia nacional es como un pacto de herederos de una
finca pro indiviso, que esa es la nación común recibida de la historia, buena o
mala, pero que es la que nos ha tocado vivir. Repartir una finca disminuye de
valor las partes. Nadie que quiera romper lo común tiene derecho a imponer al
resto tal perjuicio. Si lo hace, debe compensarles por romper lo que heredaron
con pacto “pro indiviso”. Sin aprovecharse de los demás. Porque si bien todo es
de todos por la misma razón ninguna parte es de nadie.
Cabe exigir el fin de la sociedad pro-indiviso recibida de nuestros
antepasados. Eso lo contempla el Código Civil, que es el referente del que nacen
las relaciones supra personales y las relaciones internacionales. Pero eso hay
que hacerlo por acuerdo y en buena armonía y se tiene que valorar en el reparto
de la herencia lo que cada parte recibió antes de partir la herencia, porque lo
recibió del común, con lo que todos se beneficiaban, cosa que no hubiera recibido
estando separado. Lo que hay que hacer
es ponerse de acuerdo en como hacer el reparto equitativo sin imponer lo
injusto a nadie. Respetar la voluntad del ciudadano, es una obligación
democrática. En realidad, es algo más elemental; es una norma de buena crianza
y de buena educación. Por desgracia a ves, contemplando los comportamientos de
unos y otros da la impresión que a todos les falta la una y la otra.
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