Es lo tradicional
que al finalizar cada curso tenga lugar una celebración festiva donde se premie
el esfuerzo de los mejores estudiantes. Su razón es múltiple: la satisfacción
personal de los que demostraron su singular capacidad; que la sociedad tenga la
satisfacción de que la inversión de los recursos públicos en docencia están
cumpliendo sus objetivos de buen aprovechamiento y, también, que sirva de estímulo
a sus compañeros para aumentar su aplicación al estudio.
Lo correcto, en este tipo de celebraciones,
es que esa satisfacción sea compartida por todos sus actores. Esto son, por una
parte, los propios estudiantes galardonados; por otra, ¡por supuesto!, sus
profesores que les han enseñado lo que tan bien han aprendido. Estas
celebraciones deben realizarse en el ámbito académico, que es el que les
corresponde.
No obstante, siempre hay
políticos llenos de vanidad, a falta de inteligencia, a los que les gusta cubrirse
con plumas ajenas. Estos premios son el resultado de las políticas docentes
anteriores, no de las suyas, sobre todo si son las opuestas a aquellas. Las
suyas darán sus frutos dentro de 5 años.
Por eso es inadecuado - quizá la palabra correcta sería intolerable -
presentarse en esa celebración para, como dicen los periodistas, “chupar cámara”
por méritos ajenos.
Mi abuela solía decir, con esa
sensatez que da la vida, “quien de prestada se viste en la calle lo desnudan”.
Pero estos caraduras no tienen enmienda y están dispuestos a correr el riesgo
de que los dejen en evidencia, como al rey del cuento de Andersen. Cuando el
riesgo se convierte en real, ninguno pueden quejarse de nada: se ganaron a
pulso el desprecio que recibieron.
Eso fue lo que le ocurrió al Sr.
Wert, malhadado Ministro de Educación, cuando se presentó como niño en el
bautizo, novio en la boda y muerto en el entierro. Los premiados le pusieron en
su sitio, como el malvado incompetente que es, al negarse a darle la mano. Demostraron
así su calidad como ciudadanos a la vez que recogían el premio por su calidad
como recién graduados.
El Sr. Wert es el paradigma de la
destrucción de la enseñanza ciudadana; pretende substituir la instrucción por
el adoctrinamiento en leyendas de extraterrestres; pretende impedir el acceso a
la formación ¡un derecho fundamental!, reduciendo la inversión de nuestros
impuestos en la educación de nuestros hijos; pretende, de modo especial,
perjudicar a la docencia pública en beneficio del “negociete” de docencia
privada sobre la que derrama recursos públicos, etc.
Dar la mano es un símbolo medieval
de lealtad en el trato. Al ofrecer la mano derecha desnuda se declaraba que no
se llevaba en ella oculta ningún puñal con el que hacer daño al otro. El Sr.
Wert no lleva ningún puñal, lleva Leyes Orgánicas, Reales Decretos y Órdenes Ministeriales.
Con ellas, con total impunidad y con la ventaja que le da el poder que le ha
sido confiado, atropella a las personas más indefensas, pero más valiosas en
cualquier sociedad: a los que quieren saber. La gente decente responde
pacíficamente a la violencia que sufre. Por eso sólo le negó la mano a quien lanza
en ristre atropellaba el derecho a satisfacer el hambre de sabiduría.
La prensa financiada con el fondo
de reptiles, como en la época de Franco, disimula el desprecio a su política
diciendo que sólo fueron el 10 % de los premiados los que negaron su mano al
Ministro. En su ignorancia no saben que sobre la superficie del mar sólo se ve
el 10 % del iceberg. Pero todo él sigue allí, flotando; y aunque no se vea,
debajo de una superficie que parece estar en calma, flota el otro 90 %.
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