Leo en EL PAIS que en la U. de
Stanford han revisado un par de centenares de trabajos (17 sobre humanos, 223
sobre análisis de alimentos) y concluido que los alimentos “ecológicos” no
tienen propiedades “más” saludables. Una oleada de satisfacción infantil me
invade. Quizá con el paso de los años he regresado a la infancia o, quizá,
nunca salí de ella, al ver que lo que yo decía - ¡puro sentido común! – lo
valida un estudio publicado en el Annals of Internal Medicine. La satisfacción es
infantil porque, como dice el Sr. Rubio, Secretario de la Sociedad Española de
Endocrinología y Nutrición: “¡avala lo que ya se sabía!” ¡Acabáramos!.
El trabajo revela que los animales o productos
producidos de modo tradicional tienen menor concentración de pesticidas. De
nuevo se “avala lo que ya se sabía”, pero precisa “aunque” todos cumplen los límites legales
permitidos”. ¿Cómo “aunque”, si es lo sabido?
Un tal Sr.
López, corresponsable de agroecología de Ecologistas en Acción reacciona como
buen “ecologero”: “seguro que si busco, encuentro cientos de artículos en
revistas de igual peso que dicen lo contrario”. Un dato se rebate con otro dato
o con una razón, no con una especulación escolástica, propio del
fundamentalista anticientífico, es decir, la nada. La ciencia “busca saber” sin
ocultar lo que no justifica su hipótesis de partida. “Analiza la realidad y
parte de ella”. Si no se confirma su hipótesis, tras sorprenderse, se aplica a intentar
explicar esa realidad objetiva. El “ecologero dogmático” dice: “mi verdad vale más; y niega la realidad” El estudio, autocrítico, destaca que la duración temporal algunos
de trabajos fue de sólo 2 días, y que la influencia sobre la salud se analizó
sólo hasta 2 años. Sin duda puede haber efectos retardados, pero 2 años es un
tiempo más que razonable de ensayo. Además, dice el informe, el aumento del
plazo puede ser favorable o no a los alimentos tradicionales.
El Sr.
López dice que el DDT se detecta hasta en la sexta generación, lo cual sólo
indica la altísima sensibilidad de los métodos analíticos, no que esos
contenidos en DDT sean perjudiciales en la sexta generación, cómo pretende
inducir cuando añade: “ante lo peligroso hay que elegir lo que no lo es”. Es otra
falacia argumental típica del “ecologero” con la que sólo convence a gente poco
reflexiva, ¡la mayoría!, que cae en el engaño intrínseco. La cirrosis hepática,
debida al alcoholismo, también es “peligrosa”, pero la ingestion moderada de
vino tinto, característica de la dieta francesa, se ha demostrado que es beneficiosa
para la salud.
Una de las autoras dice, avalando “lo que ya se
sabía”: “estamos a favor de las comidas saludables. ¡Claro que hay que comer
frutas y verduras!, pero como se hayan cultivado importa menos “; pero la Prof.
Smith-Spangler comenta: “estamos un poco sorprendidos al no haberlo confirmado
[que había diferencias]”. Lo que sí sorprende es su afirmación. La hipótesis de
partida debería haber sido la de “verificar lo que ya se sabía”; no lo que se especulaba.
SI no se tiene razón que alegar, la malicia “ecologera”
el argumento ad hominen, roza el
delito de difamación y, a la vez, descalifica intelectual y éticamente a su
autor. Dice el Sr. López: “Hay que preguntarse quien está ganando con que
produzcamos fitosanitarios”. Nadie le infamó alegando que “él vive de su
fundamentalismo ecologero”; aunque lo fuera, es su derecho. A sus prejuicios se
le oponen datos objetivos objetivos e irrebatibles. Es lo correcto.
El director del Centro de Investigaciones Biomédica
en Red de la Obesidad y Nutrición, Sr. Casanueva, ratifica “lo que ya se sabía”;
dice: “la mayor ventaja de los orgánicos es que no usan pesticidas”, y cree que:
“va a ser difícil determinar que haya diferencias nutricionales”. Es decir: no
cree que las haya. De todas formas no aclara en que consiste esa “mayor ventaja”.
Que haya más pesticidas si no afectan a la salud no es una ventaja, es inane.
Pero si con esos irrelevantes contenidos en pesticidas se logra bajar los
precios de los alimentos y más personas pueden comer, ¡eso sí que es una
ventaja!, digan lo que digan los “ecologeros”.
La comida más cara, ¿la “ecologista”?, si es más
sabrosa permite al más rico disfrutar más mientras se alimenta. Para el pobre,
cuya alternativa es no comer, la comida “más barata” es “más sabrosa” que pasar
hambre. La química, fertiliza campos estériles, elimina pestes y hongos. Estas
y más aplicaciones en la agricultura son “una clara ventaja” de sabor y
nutrición.
Dar gato
por liebre es rechazable por ser un delito de estafa; pero desde el punto de
vista alimenticio es lo mismo; desde el del sabor, al parecer, es
indistinguible para el cliente.
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