Test Footer


26 jun 2013

Política de becas (II) Discriminacion antisocial

El sentido de la proporción es una exigencia de la justicia social. La igualdad ante la ley exige que ésa sea igual para todos. Reconocer que todos somos desiguales exige que la ley permita un margen de valoración subjetiva, para que ese margen permita mejorar la calidad de la justicia. El rigorismo en la “igualdad” es una forma de atropello. Cristo reprochó a los fariseos “amantes de la legalidad” fijarse con escrupuloso detalle en los impuestos sobre el comino que exigían a los pobres mientras ellos se permitían a sí mismos tragar “carros y carretas”.
En la Universidad, pese a la subida de las matrículas, la mayor parte del coste de la enseñanza se paga con los impuestos de los ciudadanos. Es una especie de “beca general” a todos los estudiantes, es decir, una inversión que el Estado hace en su juventud para poder tener, el día de mañana unos profesionales bien formados y no ciudadanos sin oficio ni beneficio.
A esa “beca implícita”, que atiende la mayor parte del coste, añade el estudiante el pago del resto del coste de la matrícula. Esta otra parte, que es la mínima, la pagan algunos estudiantes, con una “beca específica” que reciben en función de la situación económica de su familia.
Debemos destacar el hecho paradójico de que quienes más aportan al pago de las “becas general”, que es la mayor parte del coste de la enseñanza, sean los trabajadores de familias más desfavorecidos, ¡porque son la mayoría!
La situación real es que un estudiante hijo de una familia acomodada, ¡aunque no se de cuenta de ello!, recibe una “beca implícita” del orden del 80 % del coste total de la enseñanza. Si sus calificaciones son inferiores a 5, es decir, si suspende, ¡no se le retira la beca. Por el contrario, se le seguirá pagando la “beca general”, aunque rebajada algo en su cuantía a un 70 o 60 % si reincide en no aprobar. Le trae sin cuidado; con esa “beca general” se puede permitir el lujo de repetir las asignaturas varias veces porque sólo se le encarece la matrícula del 20, al 30 o al 40 %,“lujo” que se permitir las familias acomodadas de hijos con “nulo rendimiento académico”.
Pero si el estudiante de una familia sin recursos, que gracias a un suficiente rendimiento en el bachillerato logró llegar a la universidad, aunque apruebe su rendimiento no es 1,5 puntos superior al que se le exige al hijo de familia acomodada para aprobar, es decir un rendimiento un 30 % superior, el Sr. Wert quiere privarle de la “beca específica”, ¡aunque haya aprobado la asignatura! Le priva de la oportunidad de lograr un título universitario ¡por bajo rendimiento!
Más aun, si, como señalábamos más arriba, el estudiante de familia acomodada es un vago cuya calificación es 1, al año siguiente obtendrá su “beca general” por el 70 o el 60 % mientras que al estudiante de una familia que sólo puede estudiar si tiene “beca específica” y que aprobó con una calificación de 6,4, es decir 6,4/ 1 = 6,4 veces mayor, ¡un 640 % más!, se le niega la opción de estudiar ¡por su bajo rendimiento! ¿Cabe mayor disparate que éste?
El resultado es que, a partir de entonces, con los impuestos que paguen los padres del alumno al que se le ha impedido estudiar en la universidad, al estudiante que suspende año tras año le seguirán pagándole una “beca general” por importe del 70, del 60 %. ¿Cabe mayor atropello?
Así, en un par de años habremos regresado al S. XIX. En ese siglo, salvo contadas excepciones, a la universidad sólo iban  los hijos de familias acomodadas y los de las clases medias, pero no las de trabajadores manuales. ¿Quizá por eso las matrículas tenían un coste mucho menor, en proporción y casi íntegramente se pagaban con recursos públicos, es decir, de los impuestos de la mayoría de los españoles, aquellos cuyos hijos no tenían opción universitaria alguna?
Esa política es la que nos quiere imponer el Sr. Wert. Aun con el beneficio de presunción de inocencia hay que condenarle. SI lo hace premeditadamente por hacerlo, si no se da cuenta de las consecuencias de lo que propone, por incompetente.
A medida que la mínima justicia social ampliaba el acceso a estudiantes de familias cuyo nivel cultural era cada vez menor, las exigencias académicas, el hándicap, para lograr una beca se iba reduciendo hasta exigir sólo el aprobado. Y aun este mínimo, en ciertas situaciones muy específicas y justificadas de deterioro social y económico familiar, tenían una cierta excusa.
Son muchas las políticas educativas posibles. La única imposible es aquella en la que, porque el coste de la enseñanza se encarezca, las consecuencias, ¡una vez más! Las paguen sólo los más necesitados. Los estudiantes a los que se les priva de la “beca específica”, la barata, pese a haber aprobado, mientras que los que las familias más pudientes siguen recibiendo la “beca general”, la cara,  pese al nulo rendimiento académico, suspendiendo año tras año.

0 comentarios:

Publicar un comentario