Me decían de pequeño “con las
cosas de comer no se juega”, para enseñarme a tener buenos modales en la mesa.
Comer no es sólo una actividad alimenticia sino un ritual social en el que la
belleza de la liturgia ayuda a pasar un rato en buena compañía y tener una
buena digestión
Las novelas de Ian Fleming “con
licencia para matar” llevadas a la pantalla por distintos actores acompañados
de mujeres sexualmente atractivas que inflamaban los deseos masculinos, eran
una de esas “cosas de comer” con las que no se puede jugar: la vida de los
demás.
Nada es inocente, hay gente que
sabe jugar al billar a cuatro bandas y aun a más, si se lo proponen, y esa “licencia
para matar”, a los malos, ¡por supuesto!, caía simpática. El malo de turno
cambiaba: nazis, comunistas, traficantes de armas, etc., fueron trivializando
el asesinato.
A esas películas se les sumaron
otras, no recuerdo su nombre, de jueces frustrados por no poder condenar con la
ley en la mano a los acusados, teniendo la certeza moral de que eran culpables,
que se dedicaban a “completar la acción de la (in)justicia, matándolos por su
cuenta. Actores de primera, amables dioses vengadores reforzaban la imagen “buena”
de la película para los que rechazan a los Satalone y Van Damm que encajan con
el sentimiento fascista de los USA donde la ley de Lynch, ¡aquí te pillo aquí
te mato!, le cae muy bien a todo el mundo.
Ese país no se da cuenta que esos
justicieros, creyentes iluminados por su dios o sus ideales, dan alas a los más
locos de los desequilibrados que hay en todos los países, donde no actúan por
el rechazo social, no el aplauso, que frena el cruce de la locura a su puesta
en práctica.
Pero la “licencia para matar” está
infectado el mundo. Lo de Abu Graib fue sólo otro capítulo tras las matanzas de
My Lai; las torturas de Guantánamo, ¡que siguen!, fue el capítulo anterior al asesinato
en vivo y en directo de Bill Laden contemplado por el Presidente Obama. Ningún
Presidente democrático, menos aun los reyes no democráticos que aun hay, reprochó
ese asesinato. Todos lo aceptaron: Muchos, para nuestra vergüenza, lo
aplaudieron.
El siguiente capítulo de
asesinatos es el de los realizados con “drones”, aviones teledirigidos que “asesinan”
a sus víctimas de modo que no parece un asesinato. Pero lo es y se sabe de
quien es la mano que ejecuta el asesinato. El asesinato es asesinato se haga a
mano con un cuchillo de cocina por el novio despechado, a distancia con un
fusil con mira telescópica por el francotirador del asesino entrenado con cargo
a los Presupuestos Generales del Estado o a miles de kilómetros por medio de instrumentos
teledirigidos. Todos son asquerosos asesinos
Que los asesinos lleven un
uniforme lleno de medallitas no los diferencia del mafioso, al que tampoco se le
mueve un pelo mientras asesina. Tampoco hay diferencia entre el Jefe mafioso y
el Presidente, ¿democrático?, cuando ambos ordenan otro asesinato o una tortura.
Quizá es mayor el cinismo del Presidente que alega que la ley lo permite. Tampoco
hay diferencia entre los patriotas asesinos de USA que aplauden los asesinatos
que ya son una rutina dentro de sus Fuerzas Armadas asesinas y los patriotas
asesinos del País Vasco que aplaudían los asesinatos, que también eran una
rutina para los etarras asesinos. Eso son todos: asesinos.
Hoy está más justificado que nunca,
ante el desfile de las tropas de los USA hacerles la pedorreta que nadie le
hizo al Sr. Wert, se la había ganado a pulso, porque su buena educación se lo
impidió. Esos militares que desfilan con cara de buenos chicos, recién
lavaditos y con el uniforme planchado y los zapatos limpios están dispuestos a
asesinarle a Vd. si de lo dicen.
Antes, este tipo de asesinatos
los cometían las iglesias. Su “coartada” era que su extraterrestre les ordenaba
erradicar el mal constituido por librepensadores, herejes, brujas, homosexuales,
etc. Hoy nos hacemos cruces con esa salvajada pero aceptamos que se repita en
nombre ¡de la patria!, que es el nombre que siempre se le dio al dinero de los
poderosos.
0 comentarios:
Publicar un comentario