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4 jun 2013

Química (4) Las lágrimas son agua y van al agua...

El lenguaje nos hipoteca hasta unos extremos increíbles, sobre todo en la política, pero también en la tecnología. Todo el mundo habla del efecto invernadero del CO2  y, ¡Dios me libre!, no seré yo el que diga que no es importante, pero nadie para mientes en el efecto invernadero del vapor de agua, algo que conoce, sobre todo, el que vive en el campo.
                El refrán, “mañanita de niebla, tarde de paseo”, nos permite identificar este efecto de calentamiento que producen las nubes. La niebla, que no deja de ser una nube a ras de suelo, produce un efecto invernadero respecto al calor que emite la tierra. Por la tarde sale el sol, al evaporarse la niebla al mediodía, y entonces el calor radiante calienta la piel redondeando el efecto.
                La situación inversa se produce cuando el cielo está raso, es decir, sin nubes, con lo que la temperatura por la noche baja y, por ello, el riesgo de helada es grande. El calor almacenado por la tierra durante el día se pierde “hasta el infinito y más allá”, sin que haya ninguna nube que lo contenga. De ahí han surgido todas la poesías y canciones a las noches de luna fría, porque en la medida en que el cielo esté más limpio de nubes y la luna se vea mejor, más fría será la noche por falta del agua condensada en nubes produciendo un cálido efecto invernadero.
                Esto, que sabe cualquier campesino, lo ignoran casi todos los ciudadanos, incluidos los licenciados en las ciencias en las que esto se enseña, quizá con la excepción de los que estudian física de la atmósfera, que esos, estoy seguro, lo saben. Con lo cual, me pregunto, ¿por qué los agoreros que nos amenazan con un futuro caliente ¡por culpa de las emisiones de CO2! no mencionan nunca el efecto invernadero del vapor de agua que también se produce cuando quemamos los combustibles hidrocarbonados? ¿Acaso es mejor un futuro más frío que uno caliente?
                Por otra parte, no sólo no creo que sea mejor un futuro frio sino que pensar que siendo posibles tantos equilibrios térmicos el actual es el mejor es una simpleza. Entre otras muchas razones porque las diferencias de temperatura en la tierra son muy diferentes de unos lugares  a otros.
Los seres humanos hemos vivido desde hace cientos de miles de años soportando períodos de glaciaciones que, sin la menor duda, son mucho más inhóspitos que los períodos de temperatura más elevada, que también soportamos, aunque cada uno de ellos con sus ventajas e inconvenientes. Y seguimos viviendo con temperaturas muy diferentes hoy día.
Supongo que si a un saharaui se le trasladara a un poblado inuit, pasada la sorpresa del cambio, que siempre resulta atractiva, preferiría volver a sus ardientes arenas; y no dudo que en el caso de la invitación contraria, el inuit no acabaría de aclimatarse a la sequedad y temperatura del desierto. Pero me permito suponer que cualquiera de ambos no encontraría tanto inconveniente en vivir en la zona templada – incluso en Jaén – en la que estamos nosotros como encontraríamos nosotros en vivir en cualquiera de sus dos espacios vitales.
Probablemente los saharauis estarían contentos si la temperatura descendiese, pero me temo que a los inuit les haría más gracia soportar un invierno menos crudo. Por lo tanto, suba o baje la temperatura, la vida es posible. Nuestra capacidad de acomodación a lo inevitable, o de modificarlo para hacerlo más habitable, debería tranquilizar a todo el mundo, incluso a los ecologistas más desasosegados.
                Volviendo al asunto acuoso, supongo que como el agua es transparente los periodistas no la ven. También es posible que como el agua en forma gaseosa es un vapor incoloro sigan sin verla. Eso sí, cuando el agua de una torre de refrigeración, como las características de las centrales nucleares, emite su penacho de vapor que condensa, entonces todo el mundo brama contra la contaminación de las centrales nucleares, porque lo confunden con humo. ¿Donde estudiaron la primaria y el bachillerato? ¿Así salen los periodistas?
                ¡En sus manos está encomendado nuestro espíritu!, el de la formación de la opinión pública, y así pasa lo que pasa. Es pretenciosa ese vano alarde de encuestas presuntamente representativas de lo que opina la gente. La gente no opina; ¡so exige reflexionar!; la gente repite opiniones. No tiene opiniones personales fruto de la reflexión, sino de la regurgitación informativa del último programa que vió en televisión o ecuchó en la radio.
Valoro en poco las encuestas sobre lo que opina la gente. En su inmensa mayoría, que estimo en más del 90 %, lo único que hace es repetir lo que acaban de oír en la tele. Aunque eso no siempre es malo, hay algunas cadenas a las que hay que echar de comer aparte. Porque los que leen periódicos – una lectura sosegada que da tiempo a la reflexión, aún si el periódico es venenoso  - es un número reducidísimo; aun incluyendo a los que leen los periódicos gratuitos. Y leer libros ¡qué me dice!, esos son ya "rarae aves"
                En los libros que estudié de Ingeniería Química (Brown, Vian-Ocón y en el Perry) se explicaba esto que todos los paisanos sabían sin necesidad de haber estudiado, que bien sabido es que la experimentación es la madre del conocimiento. En ellos se nos presentaban unas gráficas y unas ecuaciones para corregir el efecto de absorción y emisión de la radiación en la atmósfera en presencia de agua y CO2 y, también, del SO2.
                ¿Por qué no se habla del agua como causante del efecto invernadero?. En primer lugar se produce muchísima más agua que CO2 en términos volumétricos y casi la misma cantidad en términos ponderales.
Todavía recuerdo la bronca del Prof. Batuecas, de química física, a un compañero en clase por contestar mucho a una pregunta suya que pedía una información cuantitativa. Para no hacerme acreedor a otra igual, hagamos algunos cálculos elementales de bachillerato.
Un mol de CH4, es decir, de gas natural, produce 1 mol de CO2 pero en cambio produce 2 moles de agua, con lo que la concentración de esta en la atmósfera aumentará el doble (Si quemamos madera, C6H12O6, la situación es menos acuosa pues por cada mol de CO2 se produce uno de H2O). Volviendo al CH4, si hacemos el cálculo ponderal 16 g de CH4 producen 36 de H2O y 46 de CO2, un 20 % más. El factor de incremento es 2 en términos volumétricos y 36/16 = 2,25 para el H2O y de 1 en términos volumétricos y 44/16 = 2,75 en términos ponderales para el CO2.
Ahora bien, si del CO2 podríamos decir, con Becquer, que “los suspiros son aire y van al aire”, porque al fin y al cabo un suspiro, en realidad lo que van al aire son los respiros, tienen su dosis de CO2 (aunque también de agua), “las lágrimas son agua y van al mar”, y éste es un punto que merece algún comentario.
El consumo de gas natural es de varios billones (1012) de metros cúbicos, 3 o 4, más o menos, lo que equivale a esos mismos millardos (109) de kilos que, en consecuencia producen unos 7,5 a 10 mil millones de litros de agua que acabarán cayendo a la tierra en forma condensada. Eso sí, como le ocurría a la lluvia ácida, una cosa es el punto de emisión y otra el de recepción que puede estar suficientemente lejos como para que las reclamaciones por daños causados sea imposibles cuando a la demostración, no muy difícil, se unen los conflictos internacionales transfronterizos. No obstante hay que reconocer que en este sentido se han producido notables avances.
Recuerdo un pleito contra la empresa propietaria de la central de Andorra, en Teruel, que producía una lluvia ácida que asoló varios bosques en la zona del Maestrazgo, en Castellón. Al final de un pleito negando la evidencia, la empresa fue condenada a pagar una cierta indemnización. Algo parecido ocurrió con las empresas siderúrgicas de Chicago que vertían su porquería en la vecina Canadá. Sin embargo no tuve noticia de que la propietaria de la Central de Puentes de García Rodríguez, que hacía lo mismo con los irlandeses hubiera tenido que pagar indemnización alguna.
Sin duda el agua procedente de la combustión de combustibles hidrocarbonados, el carbón sólo produce CO2, aumenta su contenido en la atmósfera dentro del ciclo del agua, al que entra en los puntos de combustión en forma de vapor caliente. Luego, condensada, fluye por ríos  visibles o subterráneos, llega al mar y evaporándose cierra el ciclo.
Antes había menos agua en la atmósfera, porque no se aportaban estos 7,5 - 10 · 10e9 kilos. Si les añadimos otro tanto, en números redondos, procedente de la combustión de los otros productos petrolíferos, la cantidad no es pequeña: 15 – 20 · 109 kilos. Teniendo en cuenta que la superficie de los océanos es del orden de 380 · 109 m2, esta influencia es mínima en volumen de agua condensada.
Pero, eso es sabido, la distribución de lo que existe en la naturaleza jamás es uniforme. En muchos sitios, el Sahara, se sufre la carencia del agua que nunca llueve, que sobra en el SE asiático, donde sufren su exceso en forma de monzones y sus consiguientes inundaciones.
Por tanto, es posible que muchos desbordamientos e inundaciones que se achacan al CO2 se deban, al menos con similar responsabilidad, al agua de combustión que anualmente introducimos en el ciclo del agua y que, además de producir el correspondiente efecto invernadero mientras está circulando por la atmósfera en forma de humedad o condensada en forma de nubes, acaba precipitándose donde toque en forma de lluvia torrencial o no.
Pero, ya se sabe, unos llevan la fama y otros cardan la lana. Al CO2 le ha tocado ser el malo de la película y, por lo tanto, no se casará con la maestra procedente del Este dispuesta a alfabetizar  a todos los pelafustanes de los pueblos del medio oeste, que a los del oeste del todo, a lo largo de la costa del Pacífico, ya los habían alfabetizado los franciscanos subiendo de México – y que sin salir de México - llegaron hasta el Canadá.
No pretendo hacer responsable al agua de nada que no le toque, sólo quise aliviar la carga que se le ha adjudicado al CO2, al fin y al cabo una molécula angular como la del H2O.

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