Fruto de una
educación represiva el pueblo ha acuñado una frase que encierra una gran
violencia por la burla y el desprecio desconsiderado con la que trata al
interlocutor: “contra el vicio de pedir está la virtud de no dar”.
Es la eterna forma dictatorial
de entender la convivencia: la que, porque tiene el poder, aunque sea de modo
temporal, lo ejerce de modo despreciativo.
Otra fórmula igualmente
desdeñosa la emplean los menguados que logran el más mínimo nivel de poder:
“Pregunte V. lo que quiera; yo contestaré lo que me da la gana”. Esta actitud
suele ser bastante frecuente entre Ministros y gente de esa ralea. ¡Y eso
cuando conceden entrevistas!, que las más de las veces el miedo les impide ni
actuar así.
Con
semejante educación social la convivencia en España esa sí de áspera. Falta un
curso sistemático, que pudo lograrse en la asignatura de Educación para la
Ciudadanía, la que ha eliminado del Ministro de (Mala ) Educación, que en
tiempo de la II República Democrática se denominaba “urbanidad y buenas
costumbres”.
Era algo que se debía traer
aprendido de casa, porque como decía una profesora: “yo vengo a aquí a enseñar
física; la buena educación corresponde a la familia”. Ello no obsta para que, de
modo subsidiario, es decir, “para compensar un defecto en el alumno, desgraciado
miembro de una familia ineducada”, se le enseñe lo que ya debería saber.
Reflexionemos
sobre la actitud que tenemos y sobre la necesidad, si es el caso, de mejorar
nuestro nivel de educación. Ésta, por definición, parte del total y absoluto
respeto hacia nuestro interlocutor. Incluso aunque él no nos respete. El
respeto debido a nuestro interlocutor no nace tanto de su derecho, ¡que es poco
o nulo en el interlocutor montaraz!, sino del respeto que nos tenemos a
nosotros, ¡que es infinito! Y si vemos en los demás un igual, vale infinito.
Uno jamás se puede permitir ciertos comportamientos, reciba los que reciba. De
esa ventaja se aprovechan, sobre todo, políticos y estafadores.
Pero mientras
se alcanza ese nivel de calidad, que era el que tenían que habernos enseñado en
casa, conviene rebajar lo que haya de violento e intemperante en nuestro ánimo.
Un ánimo rudo porque personaliza las cuestiones abstractas Una forma sería leer
ese libro de urbanidad y buenas costumbres que - pese a todo el fraude que
tiene - se llama Constitución Española.
Dice la
CE su artículo 29.1. “Todos los españoles tendrán el derecho de petición
individual y colectiva, por escrito, en la forma y con los efectos que
determine la ley”.
¡Ni una
palabra más! El Sr Ibarretxe, por ser español, ejerció su “derecho a la
petición colectiva”; “por escrito”; y, como comprobamos, “en la forma que
determina la ley”. ¿Hará lo mismo el Sr. Más? De momento lo que hace es
amenazar ¿por qué? Tiene derecho a ejercer su derecho de petición sin necesidad
de colaborar en montar la bronca
Sería bueno
que cesara tanto desmelene; que se dejara de agitar el patio de la corrala en
la que algunos quieren convertir a España. Hasta ahora no hay ninguna razón
para enfadarse con nadie; ni para apostrofar a nadie; a lo sumo, podremos no
compartir lo que se pide por lo que se pide o porque no nos guste ¡quizá sólo
la forma!
No es para tanto. Seguro que
hay muchas otras cosas que nos gustan menos. Que nuestros hijos, o nosotros
mismos, no encontremos trabajo; que solo logremos un trabajo ruin y un salario
miserable; que no nos atienda el médico; que el médico nos diga que la
Seguridad Social es gratis porque aun no se ha enterado de que es nuestro
Seguro, pagado por anticipado; que sigamos ¡a la temprana edad de 30 años! sin poder
tener vida independiente; que todas las mañanas demasiados millones de personas
se levanten sobrecogidos ante la llegad del nuevo día; etc.
Ponga Vd. la petición del Sr. Más en su lista de
preocupaciones y disgustos. ¿Es el más importante que quisiera resolver? En todo
caso, ocupe el lugar que ocupe, es deseable que todos hagamos amable y
placentera la convivencia a los demás; los primeros beneficiados seremos
nosotros.
Dicho
lo
cual, y con todo el respeto del mundo, no cometa el mismo error del Sr.
Ibarretxe. Tuvo poca gracia,
aunque tampoco quiso ser gracioso. Parecía enfadado cuando le decía a
todo el
mundo qué es lo que todos tenía que hacer ¡porque él era vasco!. Ni
siquiera esa
actitud es recomendable para conseguir algo que fuera dentro del “ámbito
de
decisión vasco de él mismo”. Pero todo el mundo debe pensar en lo que le
ocurrió: su partido perdió las últimas elecciones en el “ámbito vasco
de decisión” aunque luego haya conseguido formar gobierno de nuevo.
Quizá
a sus electores
ultranacionalistas les gustaba ese mensaje. A mí no tanto porque lo
planteaba en plan
broncas. Cuando hay un conflicto entre personas o colectivos nunca nada
es
sólo del “ámbito propio de decisión” de una de las partes. No, si tiene
consecuencias sobre la otra parte. Lo cual no quiere decir que cada
parte no pueda
tomar la decisión que quiera, pero sin ignorar, menos aun, despreciar a
la otra parte. Las dos
tienen igual obligación. Sería de esperar que las dos tuvieran igual
buena fe.
A veces parece que ninguna la tiene. Pero no desesperemos: el camino se
hace al
nadar y entonces se descubre qué equipaje es el apropiado y cuál el
inadecuado. Lastima de desaprición de la asignatura Educación para la
Ciudadanía. Hubiera contribuido a resolver este problema, planteado
siempre en todo pendenciero, de modo amable, que es como se resuelven
los problemas; sin vencedores, ni vencidos y más o menos (in)satisfechos
todos.
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