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11 jul 2013

¡NO PASARÁN!: (5) Los diplodocus se extinguieron

Alfonso XIII abuelo de Juan Carlos I de Franco, llamado el conejo, así llamado por huir al recuperarse la democracia abandonando a su familia, escribió en su diario el 01.01.1902: “En este año me encargaré de las riendas del estado, acto de suma trascendencia tal como están las cosas, porque de mí depende si ha de quedar en España la monarquía borbónica o la república; … Yo puedo ser un rey que se llene de gloria regenerando a la patria, cuyo nombre pase a la Historia como recuerdo imperecedero de su reinado, pero también puedo ser un rey que no gobierne, que sea gobernado por sus ministros y por fin puesto en la frontera
Está claro lo que hizo. La voluntad fue del pueblo, no suya - suyos sólo fueron los méritos que hizo. El 14.04.1931  se recupera la democracia al proclamarse la República democrática. No fue puesto en la frontera: huyó mintiendo sin hidalguía: “Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas, en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero, resueltamente, quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil”. ¡Nadie había a su lado! Viviendo en su mundo irreal de príncipes y princesas, de hadas y reyes de origen divino, siguió diciendo tonterías: “No renuncio a ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósito acumulado por la Historia, de cuya custodia ha de pedirme un día cuenta rigurosa”. Son gente que no sabe vivir la “historia presente”; la del pueblo soberano y democrático; la que genera derechos reales, no míticos. Era el mismo “mítico misticismo” del genocida General Franco, que también reivindicaba el “juicio de la historia futura” mientras impedía que la historia presente eligiera la democracia. El de esos políticos que tienen un diario rechazo popular y reivindican “la mayoría silenciosa”.
Desde que llegó a Roma se dedicó a conspirar para acabar con la república democrática. En plena salsa fascista, con Mussolini y ese otro rey de opereta que era Vittorio Enmanuel II, que es lo que son todos en la actualidad, aunque algunos logren una airosa puesta en escena, colaboró para que los fascistas italianos acabaran con la democracia en España.
Fue premonitoria su reflexión “espero que no habré de volver, pues ello sólo significaría que el pueblo español no es próspero ni feliz”. El pueblo no fue feliz. Gracias a su colaboración, otro dictador,  no regio, el genocida General Franco, acabó la democracia. Las Cortes constituyentes crearan historia cuando en 1931 le juzgaron declarando “solemnemente fuera de la ley a don Alfonso de Borbón y Habsburgo-Lorena. Privado de la paz jurídica, cualquier ciudadano español podrá aprehender su persona si penetrase en territorio nacional” por ser “culpable de alta traición, como fórmula jurídica que resume todos los delitos del acta acusatoria”.
Ese delincuente , que cuando huyó  mintió diciendo que quería evitar la guerra civil, envió a su hijo Juan a luchar contra la república democrática; declaró: “Yo obedeceré las órdenes del general Franco, que ha reconquistado la Patria, y, por tanto, me considero un soldado más a su servicio”; y con servilidad  inmunda propuso que se le diera la Laureada de San Fernando. El general le salió rana. Ni él ni su hijo volvieron a España. Su nieto, Juan Carlos I de Franco fue el que heredó la dictadura y juró mantenerla a nuestra costa.
Pero ahí se termina este sainete. ¡No pasarán! 
La República democrática rechaza el presente histórico de una dictadura heredada. 
La república democrática será el futuro histórico cuando los españoles volvamos a decidirlo. 
España volverá a ser democrática y  nocabrán ni privilegios ni  herencias históricas de reyes míticos, de los que quedará el recuerdo histórico, como queda de los diplodocus: la extinción de una especie, los reyes absolutos, que supieron evolucoinar a reyes constitucionales pero que no supieron evolucionar para acomodarse a la realidad democrática de reyes electivos.
Serán un recuerdo en los libros de texto que cuentan cómo los ciudadanos recuperaron la libertad y con ella, libremente, se constituyeron en una República democrática, porque no hubo candidatos a reyes electivos.

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