Todo se puede
pedir; todo se puede exigir; sobre todo se puede decidir. Todos estos todos son
posibles cuando los interlocutores son razonables y bien educados.
“Juegos de manos, juegos de villanos”, dice el
refranero español para vituperar a quienes sólo saben dirimir sus diferencias
mediante la agresión. El cuadro de Goya con dos mozos apaleándose revela una
parte negra de España que algunos aun practican. Un parlamento civilizado tiene
dos requisitos fundamentales:
1.- discutir sobre ideas, no
sobre personas. Las personas son indiscutibles; pero no sus
ideas. Cualquier persona
inteligente tiene la delicadez de espíritu suficiente como para saber discutir
ideas sin caer en ningún problema de personalización, propia o ajena.
2.- discutir ideas exige ofrecer
razonamientos. Insultar al contrario, apostrofarlo o agredirlo verbalmente, es la forma como los
pendencieros llegan a las manos sin llegar físicamente a las manos, es impropio
del parlamentario; él debe llegar a acuerdos
La dificultad
que tiene este comportamiento civilizado para muchas personas es, precisamente,
eso mismo, que hay que ser civilizado; y tener ideas racionales. Ésa es otra de
las dificultades que tiene el que confunde las ideas políticas con sus
sentimientos personales, algo característico de los partidos totalitarios. Más
que ideas, tienen un dogma en el que creen, pura pasión. De él nace el
comportamiento irracional. Claro que en todo hay grados; pero el substrato es desfavorable.
A la primera en que se descuidan les
sale la violencia personal y barriobajera del insulto y el reto insensato.
Es el mismo
tipo de provocación de los mozos de aldea. Tras una violencia verbal, que no es
tan grave como para provocar la agresión física, el más chulo reta al otro y le
dice: “sopla si te atreves”, mientras se pone unas pajitas sobre su hombro.
Al retado no
le quedaban más que dos opciones:
1.- soplar y que las pajas
vuelen, creando un “casus belli” que justifica al pendenciero
2.- negarse a soplar, con el
riesgo de que digan: “eres un cobarde por no soplar”.
Esta nueva
provocación del pendenciero vuelve a ofrecer dos opciones:
1.- un comentario despreciativo
respecto a que él no es soplapajas e irse;
2.- entrar al trapo y, sin soplar
llegar al cuerpo a cuerpo que busca el pendenciero
La gente
decente y civilizada prefiere eludir la bronca; es mejor solución. Y que allí
se quede el provocar insultando, profiriendo amenazas y vituperios contra el
más pacífico que, al menos en esa pendencia, rehuye la confrontación y salva su
dignidad.
El provocador
cuenta con su público. Son los violentos de salón: les gusta el boxeo, las
peleas de gallos, las peleas de pit-bulls, las peleas de toros. Estos violentos
son los herederos de los que llenaban los graderíos de los circos romanos para
ver como se peleaban dos seres humanos por el puro placer de ver morir a uno, o
a los dos; los mismos que disfrutaban viendo como se los comían las fieras.
Ellos en las gradas, claro.
Las películas
de romanos, Cecil B. de Mille fue paradigma del género “peplum”, nos hacía
sentir que hoy somos más civilizados. No siempre es cierto. Si no hay más
afición al boxeo es porque las televisiones han dejado de promocionar tan
salvaje espectáculo. Pero sigue el fomento de los toros; y se mantiene la
afición. Y también promociona las broncas de políticos. Menos salvaje pero
ambas en la misma línea. Y algunos pueden justificarse viendo el espectáculo de
algunos tertulianos, sean de temas políticos, sean de temas de salsa rosa.
¡Cuanta razón tenia Costa! ¡Escuela y merienda! Pero el Sr. Wert se empeña -
¡ya lo ha conseguido - en acabar con ambas.
Y así, hasta los
diputados que parecían educados y menos broncos y pendencieros que los que les
precedieron, resucitan el talante violento de insulto, ¡que se jodan!, dijo la
tal Fabra, y de y provocación que, por excesivo, le priva de toda la razón que
pudiera tener. Los desmelenes recientes del Sr. Posada y de la Sra. Villaobos, ¿es
que no saben ordenar sin gritar?, indican lo necesario que es una escuela de
formación de adultos (diputados).
Cuando el
Watergate se dieron en TV las cintas donde el Presidente Nixon, se vio que era
un mal hablado que profería todo tipo de maldiciones y leperadas. Los niños le
imitaron: “lo dice el Presidente”, se justificaban ante sus padres cuando
decían palabrotas.
Sería bueno
que los Presidentes de los partidos aprendieran a discutir en vez de
insultarse. Que dejaran de dar clases de mala conducta y falta de urbanidad en
los telediarios. Claro que la solución no es la de dejar de dar ruedas de
prensa, amañar las preguntas en las ruedas de prensa ¿cómo se pude caer tan
bajo? O dar ruedas de prensa ectoplasmáticas ¿tanto miedo tienen a que se les
escape lo que quieren ocultar?
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