A principios del siglo XIX la
química se dividía en la inorgánica y la orgánica. Sobre esta última regía una
teoría que hoy nos parece cómica, cuyo sustento era un puro prejuicio
religioso. Con frecuencia las iglesias se meten donde no tienen nada que hacer.
Pontificaban, que es lo suyo, que la química orgánica era la los productos
vitales; que tenían una especial dependencia de dios y que sus productos no
podía sintetizarse, ya que sólo Él les daba esa fuerza vital.
Pretender obtener del barro
sustancias orgánicas, ¡sin el hálito divino!, fue intento proscrito por muchas
religiones, son los mismos que luego se opusieron a la fecundación in vitro y siempre a cualquier progreso,
fruto de la razón que Dios nos dio, para mejorar nuestra condición humana. Son
soberbios que quieren imitar a Dios, decían y dicen los amigos de los anatemas
contra el prójimo al que no aman.
Felizmente, Dios puso en la
tierra a gente razonable con ganas de utilizar sus posibilidad de colaborar en
la obra de la creación a medio terminar utilizando el talento recibido en lugar
de enterralo perezosamente. Y así empezaron a razonar.
Desoyendo las acusaciones de que
eran objeto -la Revolución Francesa, esa gloria universal que es aun la mejor
vacuna contra el rechazo a la funesta manía de pensar que impera en los países
más desgraciados-, los químicos siguieron haciendo de las suyas con todas sus
armas y conocimientos. En cierto modo tenían parte de razón: se necesitaba la
“fuerza vital del raciocinio”, el ansia de saber.
Un químico alemán llamado
Federico Wohler, estudiante de medicina, que felizmente abandonó para dedicarse
al apasionante mundo de la química, preparó una de esas sustancias
"reservadas a Dios”, según decían los reaccionarios: la urea, que se
encuentra en un residuo del metabolismo animal, el pis; con perdón.
Los impíos vieron en este primer
descubrimiento una prueba de que el Dios en que no todos creían era, al margen
de todo, un bromista que les había gastado una mala pasada a sus sacerdotes, al
dejar sintetizar un material orgánico dotado de esa fuerza vital que habla en
el pis, donde ellos se empeñaban en tener metido el dedo genesíaco de Dios. O
quizá era otra demostración del sentido escatológico de muchas religiones.
¡Vaya V. a saber!.
A partir del cianato de plomo y
amoniaco, compuestos inorgánicos, obtuvo el cianato amónico; al hervir la
disolución para cristalizarlo, el cianato se descompuso y, mediante lo que hoy
se denomina una reacción de reagrupamiento molecular interno, se transformó en
urea. ¡Voilá!
Este descubrimiento no fue
aceptado incondicionalmente, ¡pues buena es la gente para abandonar sus
prejuicios sólo porque la evidencia objetiva demuestre su que son falsos! Pero
fue la puntilla a la teoría de la fuerza vital que acabó por desaparecer.
Wöhler dio un paso creador gracias al cual el hombre ha conseguido producir más
moléculas nuevas, no existentes en la Naturaleza, que las que había la
Naturaleza creadas por Dios, directamente según los pontífices de la falsa
teoría de la fuerza vital. Otros vemos en esta realidad que el hombre es
copartícipe en la obra de una creación inacabada, creadora de un hombre
igualmente inacabado que se va convirtiendo en hombre cuando utiliza su
capacidad de razonar. De lo contrario, este mundo, más que un Paraíso, quizá
hubiera sido enormemente aburrido con todo hecho y acabado.
La química mediante la síntesis
demostró que la evidencia experimental es una fuente de conocimiento superior.
Afirmó el poder infinito del ser humano empeñado en razonar libre de la “tutela
religiosa de la ciencia”, objetivo de casi todas las religiones verdaderas,
aunque cada vez con menos eficacia.
Ahora la guerra está en contra
del empleo de células madres; un uso que pueden contribuir a hacer más feliz la
vida de nuestros semejantes. ¿Qué también la pueden hacer desgraciada?. Sin
duda. Pero ninguno de esos sacerdotes de todas las religiones verdaderas se
manifiestan nunca contra las guerras que, sin la menor duda, hacen nuestra vida
más desgraciada.
Siga pues la ciencia el camino
que le marca la razón; e ignoremos a los que viven de prohibir impidiéndonos alcanzar
nuestro destino: ensanchar las ilimitadas bases del conocimiento para darnos la
oportunidad de ser más felices.
Y luego, que cada uno haga libremente lo que quiera
con esa oportunidad.
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