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23 jul 2013

¿Hay algo honorable en este país?

No es el caso de la Jefatura del Estado, ni por su origen (la inventó un dictador y su titular, al que se le prometió que la heredaría, juró seguir atropellando los derechos de los ciudadanos con aquellas leyes. Este juramento lo revalidó cuando fue designado rey, deshaciéndose en alabanzas al dictador), ni por su ejercicio, porque la presunción de corrupción por fraude a los Presupuestos Generales del Estado, está dentro de la familia real. ¡Pero aquí no pasa nada!
El poder ejecutivo tiene a su frente a un Presidente que prometió estar delante, detrás y al lado del Sr. Camps; que hizo alarde de la forma de gobernar actuación del Sr. Matas que prometió imitar; su última acierto fueron los elogios al Sr. Bárcenas con otivo del "finiquito diferido" y más que la promesa de todo su apoyo, "hacemos lo que podemos", pese a que ya eran públicas sus evasiones de patrimonio a Suiza, de origen más que dudoso. La intevención de un periodista rumano "se explicará Vd. ante un juez, ante el Parlamento o dartá un discurso como el otro día, le forzó a prometer que daría su versión " - ¿no sería mejor contar la verdad? - en el Parlamento. ¡Pero aquí no pasa nada!
El legislativo se sigue negando a condenar el régimen dictatorial del que es heredero porque no hubo ruptura. Los gritos de “que se jodan” dirigidos por alguna de sus diputadas, una hija de padre famoso, se celebró con algazara por su colegas tras ser rechazada una propuesta social, revelando la catadura ética, y la falta de la más elemental educación, de la mayoría del Parlamento; y no olvidemos el caso los diputados que veían páginas pornográficas o jugaban con el ordenador en las sesiones parlamentarias; dee los que “pierden” el ipad y piden otro gratis sin vergüenza o de los que cometen fraude en las votaciones apretando el botón del diputado ausente, etc. ¡Pero aquí no pasa nada!
En el poder judicial el Supremo dictó una sentencia que es paradigma del analfabetismo de unos letrados iletrados - la alternativa de prevaricación, una hipótesis que me acosa recurrentemente, la rechazo con alarde de voluntad - uqe permitió expulsar al juez Garzón, el mayor exponente de la justicia internacional desde Vitoria - por “ignorar” el sentido de las conjunciones que conoce todo buen estudiante de 14 o 15 años. El futuro del juez Sr. Ruz promete. ¡Pero aquí no pasa nada!
A ello le siguió la rocambolescas peripecia de un Presidente del Consejo General del Poder Judicial que no quería dimitir aunque, salvo que se demuestre lo contrario, tenía todos los visos de haberse dedicado a malversas dinero público durante años. Quizá lo más indecentes fue el ataque de que fue objeto quien destapó esa situación de corrupción con tantos “cómplices” notorios. Quizá temerosos de que la tirada de manta les afectara a ellos también. ¡Pero aquí no pasa nada!
La guinda de todo la tiene, de momento, el actual Presidente del Tribunal Constitucional. A la dudosa legalidad del cumplimiento de los requisitos para su nombramiento,  soslayada con trucos de leguleyo que desmerecen a al institución, se le añade el reproche por ocultar su pertenecía al PP, legalmente prohibida. Otro argumento de leguleyo arguye que el art. 158.2,CE sólo prohibe “el desempeño de funciones directivas en un partido político” y este tipo no las desempeñaba. Se coge a un mentiroso antes que a un cojo. El mismo artículo dice: “En lo demás, los miembros del Tribunal Constitucional tendrán incompatibilidades propias delos miembros del poder judicial”. Eso nos lleva al art. 127.CE78: “Los Jueces y Magistrados, mientras se hallen en activo  no podrán desempeñar otros cargos públicos ni pertenecer a partidos políticos …”. ¿Cabe alguna duda de su incompatiblidad, no ya como Presidetne, sino como simple miembro del  Constitucional? ¡Pero aquí no pasa nada!
Pese a todo, sí queda algo honorable; queda “el pueblo donde reside la SOBERANÍA y de donde emanan todos los poderes del Estado”, art. 1.2,CE7, cierto que, de momento, todos menos la Jefatura del Estado que emana del dictador y genocida al que heredó su hijo putativo, Juan Carlos I de Franco. Pero eso tiene fácil solución. Varios precedentes históricos nos enseñan  cómo hacerlo: al estilo de Isabel II, que se marchó a París, o al de Alfonso XIII que prefirió la Italia fascista.
Y ya se sabe: no hay dos sin tres. Pero somos un pueblo pacífico y generoso y por eso le dejaremos morirse siendo rey. Entonces diremos: “el rey ha muerto, ¡viva la democracia!”
Porque ahí se acaba este cuento de dictadores, reyes y príncipes. El cuento de la cenicienta, que hizo furor hace siglos, carece de valor en el S. XXI; ya no distrae ni a los niños que saben que varones y mujeres tienen iguales derechos y que los cargos públicos no se heredan: ¡los eligen los ciudadanos!

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