Ayer los periódicos nos informaron de la maravillosa educación
británica para la ciudadanía que ¡una vez más!, dio su Parlamento. La primera
lección es gráfica. Allí están todos los representantes del pueblo; todos sentados
y pegaditos uno al lado de otro en bancos corridos. No tiene poltronas siderales,
ni están dotados de medios informáticos de última generación, algo innecesario,
aunque no inútil, para ejercer la representación democrática de los ciudadanos
que los han elegido; sin i-pad que, por lo tanto “no pierden” y que ¿no es suya
la responsabilidad de haberlo perdido?, no piden que les vuelvan a comprar otro
¡con nuestro dinero! ¿Cuántas veces has pecado?, habría que preguntarles, ¡si
se arrepintieran!
Allí, desde
hace siglos, sentados unos frente a otros, viéndose las caras, unas veces de
atención, otras de aburrimiento, otras de somnolencia, utilizan la única arma
permitida en el Parlamento británico: la palabra. Ésa es la esencia del
Parlamento: hablar y, luego, tomar decisiones. Me han dicho, no se si es cierta
la anécdota, que la mesa que separa a conservadores de laboristas es la bastante
para que la longitud de la espada no permita atacar al oponente situado en el
otro lado, cuando la educación para la ciudadanía era insuficiente.
Otro
ejemplo gráfico de la democracia de ese parlamento -no del país, que ninguna
monarquía es democrática, salvo las electivas - es que el Primer Ministro habla
a pie llano, tras una mesa. Sobre ella un
solo papel revela que el Primer Ministro habla; es decir, dice lo que piensa;
se ayuda con un mínimo índice para encadenar las ideas. Unas ideas que fluyen
porque están pensadas por quien las expone; unas ideas que son dichas por quien
las ha pensado. Parlamenta, no lee. Eso le evita el problema de no entender ¿la
propia letra?, como a nuestro Presidente, Sr. Rajoy, gracieta que revela que cuando
está allí lee, pero no piensa, porque si pensara le sobraba entender o no su
letra. Y digo yo, Sr. Floriano, ¿no debería exigirse buena letra los Registradores
de la Propiedad ya que ganan tanto dinero, no como los químicos?
También hay
otra imagen habitual del Parlamento en la que quien preside las sesiones está sobre
un mínimo estrado porque él es el que menos manda de todos, porque sólo preside
las reuniones. Con generosa libertad - ¿dónde puede haberla si no es en el Parlamento?
- permite las discusiones, incluso más que muy agrias, entre los Parlamentarios.
Rarísimamente, ignoro si ha ocurrido alguna vez, retira la palabra a nadie
porque quien habla es un representante del pueblo, no un escolar díscolo.
Carece del
endiosamiento que promueven otros diseños parlamentarios, ya desde la propia
geometría del Parlamento, pero sobre todo porque desde niño han recibido una
Educación británica en la Ciudadanía. La que el Ministro Sr. Wert quiere que no
posean las futuras generaciones en un vano intento de que sean obedientes en
vez de reflexivos. Ignora que pensar es una facultad que está al alcance de
todos. Bueno, de casi todos, que hay Ministros que es dudoso que la hayan
ejercido nunca.
A pie
llano, como en el ágora ateniense y en el Senado romano, el Presidente dirige
el diálogo y la discusión sin necesidad de tener que retirar la palabra a ningún
representante del pueblo porque cada uno manifiesta como es con sus palabras y
es bueno que los ciudadanos sepan a quien eligen.
Menos aun,
ejerce el mando, que no la Presidencia, privado de ellas, desde su endiosado Olimpo,
con voces destempladas propias del
mandón - eso distingue mandar de presidir - atropellando el derecho de los
representantes electos del pueblo de modo asimétrico, revelando que el cree que
está allí para mandar a escolares y no para presidir las discusiones de los
representantes del pueblo en el que reside la soberanía de la que emanan todos
los poderes del Estado (todos menos los de JUAN CARLOS I POR LA GRAICA DE
FRANCO, que emanan de un dictador.
¿Y a este
Parlamento es al que el Sr. Margallo pretende doblegar con sus gracietas?
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