2.1.- El truco del nacionalismo
El truco funciona. Con sus diferentes nombres: nacionalistas,
fascistas o comunistas, totalitarios todos, fomentan el caciquismo que dominan
al “pueblo” y así se atropella la libertad “del hombre y del ciudadano”. Al
disidente se le acusa de “enemigo al pueblo” y de “mal hijo” al
“librepensador”. También Pio XI lo intentó – casi lo consiguió, menos en
Francia – que sus siervos se opusieran a la libertad de pensamiento re-nacida
de la Revolución Francesa. “No hay libertad de pensamiento” si “el pueblo tiene
el poder”; sólo “cuando hay libertad de pensamiento el ciudadano tiene el
poder”, no el pueblo.
Con el invento fascistoide del “pueblo” el
ciudadano queda al servicio del “poder superior del pueblo”. El art. 16 de la
Declaracion de Derechos de Virginia (DDV) establece otra servidumbre del hombre con un extraterrestre, ¡según la
versión de sus auto-oráculos!, la
primera fue la de ser siervo del pueblo “del que deriva todo poder”:
DDV, art. 16.- Que la religión, o las
obligaciones que tenemos con nuestro Creador, y la manera de cumplirlas, sólo
pueden estar dirigidas por la razón y la convicción, no por la fuerza o la
violencia; y, por tanto, todos los hombres tienen idéntico derecho al libre
ejercicio de la religión, según los dictados de la conciencia; y que es deber
mutuo de todos el practicar la indulgencia, el amor y la caridad cristianas
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Este hombre (mujer y varón) se reconoce “siervo
del poder popular y de los extraterrestres”. Al renuncia a su “señorío sobre sí
mismo” renuncia a la esencia de la libertad que genera a la democracia. Solo
ella hace al ciudadano igual a todos los demás y único creador de leyes que rijan
su convivencia con sus iguales. Eso, ¡por primera vez en la historia de la
humanidad!, lo estableció la “Declaración Universal de Derechos del Hombre y
del Ciudadano” para todos los hombres (mujeres y varones) en toda la humanidad.
Tardamos en reconocerlo, porque el derecho nació con el primer hombre (mujer o
varón).
El sentimiento ultranacionalista de los
norteamericanos - son norteamericanos antes
que seres humanos - se puso de manifiesto en la poca voluntad de los
EEUU para atacar a Hitler. Joseph Kennedy, padre del que sería
Presidente, fue embajador de los Estados Unidos en el Reino Unido (1938-40); logró
con su defensa que su país aprobara la “política de apaciguamiento”, firmada
por Gran Bretaña y Francia con Alemania, que el régimen nazi pudiera violar el
derecho internacional a sus anchas. En España sufrimos las consecuencias de ese
contubernio que dio carta blanca a Alemania e Italia en España
Ese trío
creó un inmoral e indecente “comité de no intervención” y prohibió la
intervención de ciudadanos de sus países en defensa de la República Democrática
Española. Mientras, permitían con total desvergüenza que el levantamiento
fascista contra la democracia en España, que no fue otra cosa que el inicio de
la II Guerra Mundial, fuera apoyado ¡no ya por ciudadanos particulares, sino por
las fuerzas regulares de los ejércitos de la Italia fascista y la Alemania nazi
(1936-39)! A ello le siguió la complaciente tolerancia con la anexión de
Austria (1938) y la ocupación de Checoslovaquia (1938).
Joseph Kennedy nunca ocultó sus simpatías con
el nazismo. Decía que su política antisemita no merecía ese exagerado clamor. Al
parecer animó a su amigo Hearst, el que fabuló en sus periódicos la guerra de
Cuba hasta que consiguió meter en ella a los EEUU, para que mejorara la imagen
de Hitler, algo que él ya venía haciendo por su cuenta. Sólo cuando Hitler
invadió Polonia en 1939, demasiado tarde ya para la República Democrática de
España, ¡sobre todo para los españoles!, los “apaciguadores” decidieron dejar
de ser complacientes con los nazis y declararon formalmente la guerra a Alemania.
Lo que
identifica el fascismo, en cualquiera de sus múltiples caras – algunas hasta
amables - es que jamás habla del individuo. Prefiere usar conceptos colectivos “superiores
al individuo”: “el pueblo”, que es la versión moderna de “la patria”, hoy una
palabra trasnochada; “el otro mundo” con su “verdad revelada”, etc. Así, el engaño estaba servido. En España, los defensores
del pueblo vasco cantaban:
Por Dios por la Patria y el Rey murieron nuestros padres,
por Dios por la Patria y el Rey moriremos nosotros también.
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Erich Fromm lo explicó hace poco más de
medio siglo: es el “miedo a la libertad”. También el miedo de quienes se creen
“propietarios” del país “a que los ciudadanos (mujeres y varones) seamos libres”.
Por eso, para acabar con la libertad, los fascistas organizan discursos
y manifestaciones para oponer a esa palabra maravillosa, que es “todos,” la
suya; “su diferencia”. Así, ¡que sencillito!, dividen a toda la humanidad en
dos grupos: uno reducido, “nosotros”, es decir, ellos, los “diferentes”, y
otro, el resto de los 7.000.000.000 de seres humanos que somos “ellos”: los que
no somos “diferentes”.
Incapaces
de disfrutar la riqueza de la “diferencia en lo anecdótico”, quieren
convertirla en categoría. Y lo logran con los más torpes; la mayoría de sus
oyentes “se sienten superiores”. Muchos ni se dan cuenta de la trampa de substituir
la palabra “superior” por la de “diferente”, que parece más amable[1]. Así se logra engañar a
personas (varones y mujeres) de buena fe haciéndoles creer que “sólo ellos tienen
la verdad”, es decir, “toda la razón”. La “razón” que conoce el líder, el führer,
el caudillo, el rey - incluso el nombrado por un dictador - el oráculo de algún
extraterrestre, etc., alguien, en suma, que impone el “respeto intocable a su
diferencia”, es decir, a su superioridad.
[1]
Cualquier persona con objetiva inferioridad
motora, auditiva, visual e, incluso, intelectiva jamás destacará su objetiva
“diferencia”, por el contrario, reivindicará su “igualdad” o, más aun, su
derecho a un trato compensatorio. A sensu contrario, reivindicar la “diferencia”
es reivindicar la “superioridad”.
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