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1 sept 2013

La policía está al servicio del ciudadano: (5) El truco del nacionalismo

2.1.- El truco del nacionalismo
El truco funciona. Con sus diferentes nombres: nacionalistas, fascistas o comunistas, totalitarios todos, fomentan el caciquismo que dominan al “pueblo” y así se atropella la libertad “del hombre y del ciudadano”. Al disidente se le acusa de “enemigo al pueblo” y de “mal hijo” al “librepensador”. También Pio XI lo intentó – casi lo consiguió, menos en Francia – que sus siervos se opusieran a la libertad de pensamiento re-nacida de la Revolución Francesa. “No hay libertad de pensamiento” si “el pueblo tiene el poder”; sólo “cuando hay libertad de pensamiento el ciudadano tiene el poder”, no el pueblo.
 Con el invento fascistoide del “pueblo” el ciudadano queda al servicio del “poder superior del pueblo”. El art. 16 de la Declaracion de Derechos de Virginia (DDV) establece otra servidumbre del hombre con un extraterrestre, ¡según la versión de sus auto-oráculos!,  la primera fue la de ser siervo del pueblo “del que deriva todo poder”:
DDV, art. 16.- Que la religión, o las obligaciones que tenemos con nuestro Creador, y la manera de cumplirlas, sólo pueden estar dirigidas por la razón y la convicción, no por la fuerza o la violencia; y, por tanto, todos los hombres tienen idéntico derecho al libre ejercicio de la religión, según los dictados de la conciencia; y que es deber mutuo de todos el practicar la indulgencia, el amor y la caridad cristianas
Este hombre (mujer y varón) se reconoce “siervo del poder popular y de los extraterrestres”. Al renuncia a su “señorío sobre sí mismo” renuncia a la esencia de la libertad que genera a la democracia. Solo ella hace al ciudadano igual a todos los demás y único creador de leyes que rijan su convivencia con sus iguales. Eso, ¡por primera vez en la historia de la humanidad!, lo estableció la “Declaración Universal de Derechos del Hombre y del Ciudadano” para todos los hombres (mujeres y varones) en toda la humanidad. Tardamos en reconocerlo, porque el derecho nació con el primer hombre (mujer o varón).
 El sentimiento ultranacionalista de los norteamericanos - son norteamericanos antes  que seres humanos - se puso de manifiesto en la poca voluntad de los EEUU para atacar a Hitler. Joseph Kennedy, padre del que sería Presidente, fue embajador de los Estados Unidos en el Reino Unido (1938-40); logró con su defensa que su país aprobara la “política de apaciguamiento”, firmada por Gran Bretaña y Francia con Alemania, que el régimen nazi pudiera violar el derecho internacional a sus anchas. En España sufrimos las consecuencias de ese contubernio que dio carta blanca a Alemania e Italia en España
 Ese trío creó un inmoral e indecente “comité de no intervención” y prohibió la intervención de ciudadanos de sus países en defensa de la República Democrática Española. Mientras, permitían con total desvergüenza que el levantamiento fascista contra la democracia en España, que no fue otra cosa que el inicio de la II Guerra Mundial, fuera apoyado ¡no ya por ciudadanos particulares, sino por las fuerzas regulares de los ejércitos de la Italia fascista y la Alemania nazi (1936-39)! A ello le siguió la complaciente tolerancia con la anexión de Austria (1938) y la ocupación de Checoslovaquia (1938).
Joseph Kennedy nunca ocultó sus simpatías con el nazismo. Decía que su política antisemita no merecía ese exagerado clamor. Al parecer animó a su amigo Hearst, el que fabuló en sus periódicos la guerra de Cuba hasta que consiguió meter en ella a los EEUU, para que mejorara la imagen de Hitler, algo que él ya venía haciendo por su cuenta. Sólo cuando Hitler invadió Polonia en 1939, demasiado tarde ya para la República Democrática de España, ¡sobre todo para los españoles!, los “apaciguadores” decidieron dejar de ser complacientes con los nazis y declararon formalmente la guerra a Alemania.
Lo que identifica el fascismo, en cualquiera de sus múltiples caras – algunas hasta amables - es que jamás habla del individuo. Prefiere usar conceptos colectivos “superiores al individuo”: “el pueblo”, que es la versión moderna de “la patria”, hoy una palabra trasnochada; “el otro mundo” con su “verdad revelada”, etc. Así, el engaño estaba servido. En España, los defensores del pueblo vasco cantaban:
Por Dios por la Patria y el Rey murieron nuestros padres,
por Dios por la Patria y el Rey moriremos nosotros también.
 Erich Fromm lo explicó hace poco más de medio siglo: es el “miedo a la libertad”. También el miedo de quienes se creen “propietarios” del país “a que los ciudadanos (mujeres y varones) seamos libres”. Por eso, para acabar con la libertad, los fascistas organizan discursos y manifestaciones para oponer a esa palabra maravillosa, que es “todos,” la suya; “su diferencia”. Así, ¡que sencillito!, dividen a toda la humanidad en dos grupos: uno reducido, “nosotros”, es decir, ellos, los “diferentes”, y otro, el resto de los 7.000.000.000 de seres humanos que somos “ellos”: los que no somos “diferentes”.
 Incapaces de disfrutar la riqueza de la “diferencia en lo anecdótico”, quieren convertirla en categoría. Y lo logran con los más torpes; la mayoría de sus oyentes “se sienten superiores”. Muchos ni se dan cuenta de la trampa de substituir la palabra “superior” por la de “diferente”, que parece más amable[1]. Así se logra engañar a personas (varones y mujeres) de buena fe haciéndoles creer que “sólo ellos tienen la verdad”, es decir, “toda la razón”. La “razón” que conoce el líder, el führer, el caudillo, el rey - incluso el nombrado por un dictador - el oráculo de algún extraterrestre, etc., alguien, en suma, que impone el “respeto intocable a su diferencia”, es decir, a su superioridad.


[1] Cualquier persona con objetiva inferioridad motora, auditiva, visual e, incluso, intelectiva jamás destacará su objetiva “diferencia”, por el contrario, reivindicará su “igualdad” o, más aun, su derecho a un trato compensatorio. A sensu contrario, reivindicar la “diferencia” es reivindicar la “superioridad”.

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