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29 sept 2013

Jaque al rey: (1) ¡no llueve!, son lágrimas del miedo

Leo un panfleto de algunos “juventudes revolucionarias” que apoyaron el “jaque al rey”, y me sorpendo. Participé en ese “jaque al rey” como otra forma más de manifestar mi rechazo a este sistema que ha dado de sí lo que engendraba en su seno: corrupción. No cabía esperar otra cosa de esta dictadura monarquica, también la anteiror era parlamentaria, heredera y continuadora de la dictadura militar que la engendró y educó a a su imagen y semejanza; la misma dictadura que nos robó la democracia restaurada el 14 de abril de 1931.
Quienes queremos ver reorganizada España como una República Democrática rechazamos definirla como “un engenedro genocida y asesino de pueblos ….”, a lo que sigue una inmensa retahla de palabrería vana y grandilocuente que no deja títere con cabeza. Se puede ser joven y revolucionario, pero no vivir en eterna adolescencia inmadura empleando una empeanada verborreica de palabras que parece que dicen algo pero que, imitiando lo que dicen que quieren combatir, caen en la misma vacuidad, si no la superan, que los actuales dirigentes. Eso revela de modo harto evidente la identidad ideológica que les une.
Muchos que participamos en ese “jaque al rey” rechazamos que “ahora es el turno de los pueblos para construir la alternativa de poder”. Para nosoros sólo hay una alternativa del poder: los ciudadanos libres agrupados en una República Democrática.
De modo un poco simple cabe agrupar a los seres humanos en dos grandes grupos:
1.- el de los que ponemos a los “ciudadanos reales” por encima de los pueblos en los que ellos se agrupan y defendemos la declaracion de los derechos del hombre y del ciudadano “iguales ante la ley sin que ninguno sea ni “diferente” ni, mucho menos, “superior”, sea cual sea su nacionalidad y peculiaridades para constituir un pueblo, elemento primitivo del que nace la nación o el Estado. Un Estado puesto al servicio del ciudadano. Para nosotros la divisa es: Queremos un poder del ciudadano para el ciudadano.
2.- el de los que pone a la “idea de pueblo” por encima de los ciudadnos; que definen e esa idea como un puelbo formado por elementos “superiores” o “diferentes” (el concepto es el mismo aunque la palabra varíe) y por  tanto con derechos “diferentes” es decir “superiores” (nunca he oído reivindicar una “diferencia que implique menores derechos”) a los de los demás que no son de la misma “raza”, no tienen “los mismos 16 apellidos”, no hablan “la misma lengua”, no profesan “la misma religión”, no creen en “las mismas consignas”. Para ellos la divisa es: Queremos un poder del pueblo para el pueblo.
Para los primeros el ciudadano es lo único importante. Todo se crea para estar a su servicio, al margen que los “pueblos” en que, por razones históricas, se agrupen libremente se llamen la “patria”, el “reino”, la “nación”, el”imperio”, el “estado”, la “religión”.
Para los segundos, esos “pueblos”, convertidos en una “idea” tienen la misma esencia totalitaria: primero suplantan al individuo como sujeto de derechos; luego secuestran al individuo que, como un esclavo, queda al servicio de la “idea”, que es el sujeto de derechos. El siguiente paso es bien conocido: una persona, “el oráculo”, es el único correcto intérprete de “esa idea”. Su nombre es variado: “caudillo”, “fhürer”,  “lider”, “rey”, “emperador”, “pontífice”, “dios”, etc. Son diversas denominaciones del mismo concepto: “dictador”.
Él “dicta”: los demás copian; “manda”: los demás “obedecen”; define “el camino correcto”: los demás “lo siguen”; define la “ortodoxia”: los que discrepen quedan convertidos en “contrarrevolucionarios”, “herejes”, “enemigos del pueblo”, “brujas”, traidores”, etc. Cada esquema totalitario tiene su propia temrinología; el objetivo es el mismo: hay que acabar con el que se areva a pensar “otra cosa”. ¡Por supuesto!, siempre previo un juicio justo.
Si en esas frases a favor de los “pueblos” se substituye esta palabra por cualquiera de las otras, emerge el mismo discurso reaccionario de los eternos y variopintos dictadores, con sus monótonas y eternamente repetidas consignas de: “todo el poder para los soviets”; “todo el poder para la iglesia”; “todo el poder para los trabajadores”;  “todo el poder para el capital”; todo el poder para el rey; “todo el poder para el líder”, “todo el poder para el rey” que tienen en común “nada de poder para el ciudadano”, ¡justo lo contrario de lo que queremos otros!
¡Qué fácil es engañar a la gente poco reflexiva “vendiéndole el mismo engaño”, sólo con cambiar unas pocas palabras, para lograr el mismo objetivo: anular al individuo libre!
Todos tenemos la evidencia de que al reducirse el tamaño de la colectividad mayor es el poder del corrupto: el Estado - a través de los partidos de ámbito nacional que logran el poder - la Autonomía - a través de los partidos de ámbito autonómico que logran el poder , el Municipio - através de los partidos, apéndices de los de ámbito nacional o autonómico o municipales.
La única solución ante esta realidad inevitable - la democracia directa sólo fue posible en una Grecia donde el número de demócratas era una oligarquía reducida - es la de potenciar al individuo como el “supremo poder”. Que el individuo el que tenga bajo un control contínuo y fuerte a sus representantes; que pueda, incluso, exigirle que rinda cuentas antes del fin del mandato; eso vendría a ser como una “moción de censura popular”, equivalente a la que los represemtantes tienen en el Congreso.
El “pueblo”, se llame “patria”, “reino”, “nación”, ”imperio”, “estado”, “religión”, etc., es la misma superestructura del poder; sólo cambia el nombre y, aparentemente, la estructura para que como decía el Príncipe de Salinas “cambie todo para que todo siga igual”.
Esas “juventudes revolucionarias” - ¿juventudes o adolescentes? - son reaccionarias, aunque se llamen revolucionarias porque buscan el mismo objetivo: eliminar al individuo que reflexiona por “libre”; que se siente “igual” al de otros “pueblos”; que, por ello, se siente “fraterno” con él y ni “diferente”, ni “superior”.
Esos revolucionarios son de la calaña de los que animaba José Antonio Primo de Rivera: “la revoluciòn es la tarea de una resuelta minoría inasequilble al desaliento”. Así les hacía sentirse “diferentes”, es decir “superiores”, por lo tanto “con derecho a conseguir todo”, la revolucion ”por las buenas o por las malas”; y vaya si hicieonr la revolución: donde había democracia con ciudadanos libres pusieron dictadura; la consiguieron por las malas.
Otros pensamos, por el contrario, que “la revolución es la tarea de una inmensa mayoría de ciudadanos libres (no al servicio de ninguna idea), iguales (ni “superiores” ni “diferentes”) y fraternos, expresión obsoleta que hoy se diría “eticamente decentes”.
Que los amigos de mis amigos sean mis amigos puede ser verdad o no, pero me animo a correr el riesgo de equivocarme. Que los enemigos de mis enemigos sean mis amigos es algo que sólo ocurre por pura coincidencia. 
Tener estas ideas claras evitará cometer errores. 
Como creer que porque hay un Parlamento estamos en una democracia, Franco  tenía un Parlamento y Him Il Sung lo tiene en Corea. La democracia exige poder elegir al Jefe del Estado, poder elegir al Parlamento y ser iguales ante una ley independiente del Parlamento y del ejecutivo.
La manifestacion terminó bajo un fuerte aguacero: !No llueve! se oía; ¡son lágrimas de miedo!

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