Los padres,
quizá más las madres, suelen decirle a sus hijos que son los reyes de la casa.
Ellos no entienden a ciencia cierta qué significa eso pero como suele ir
acompañado arrumacos y caricias afectuosas lo aceptan como algo bueno. Luego,
mas las niñas que los niños suelen
recibir regalos de princesas muñecas. Siguen sin saber qué es eso de ser
princesas pero lo asociación con trajes rosas, trajes pargos coronas de ro y
demás zarandajas.
Es habitual
que los padres lean o cuenten cuentos de reinos y princesas: Blancanieves y los
siete enanitos, La Bella Durmiente,
Cenicienta. Incluso suelen ver en el cine alguna de esas almibaradas películas
de Walt Disney llenas de colores pastel: rosita, verde clarito, azul celeste,
amarillo pálido y demás colores a juego. Los cuentos, en todas las
civilizaciones son una herramienta didáctica para preparar a los niños para la
vida.
Hoy como
ayer deben contarse esos cuentos para transmitir con ellos no los valores que
en ellos hay, en parte indecentes sino para destacar lo que en ellos es injusto
y abusivo y enseñarles los verdaderos valores de justicia, igualdad,
democracia, etc.
Eso pasas
por hacerles ver que ese montaje de príncipes y princesas, donde unos mandan
¡porque sí!, y otros tienen que obedecer ¡por igual sinrazón!, es un atropello injusto e intolerable con el que
ya no se abusa de la mayoría de la gente en la mayoría de los países.
Hoy la
mayoría de los países son democráticos y que es la mayoría de los ciudadanos quien
elige a quien va a dirigir lo que es de todos, que se llama, en latín, la re
publica. Que deben elegirse por su “mérito y capacidad” pero también por la
honradez en el cumplimiento de sus compromisos de respeto a la libertad, la
igualdad y la fraternidad; es decir, a todo lo que no existía en esos cuentos
llenos de gente malvada que se apropia de lo que no es suyo. Lo que hace
alguien inteligente es elegir al que va
a dirigirnos, pero reservándose el derecho de cambiarlo si lo hace mal. Por eso
el cargo de rey para toda la vida y que lo herede su hijo es una solución
estúpida.
Esa
explicación, aunque no la entiendan del todo, les hace familiares los valores éticos
democráticos: igualdad libertad y fraternidad: la esencia del mundo justo. El
que queremos que lleguen a vivir, que explica por qué hay que estudiar,
aprender lo que otros hicieron y enseñara a nuestros hijos lo que nosotros
hicimos. Aprender un trabajo o profesión para hacer algo bien hecho, porque quien
elige hacer lo que les gusta siempre lo hará bien. Y porque lo bien hecho vale
la pena otros lo comprarán y de ese dinero ellos recibirán un salario justo con
el que poder mantenerse ellos y su familia, si llegan a tenerla.
Cuando se
dice que alguien “vive del cuento” es como esos príncipes y princesas que es
una forma indecente de vivir a cuenta de los demás. Al contarles esos cuentos
es el momento de enseñarles lo injusto de la sociedad de reyes y súbditos y que
lo único decente es la democracia donde no caben reyes no tienen cabida ¡salvo
si son elegidos!
Nadie hay
superior a otro: todos somos iguales;
al ser libres nadie tiene derecho a
mandar sobre nadie. Lo decente, y por tanto lo inteligente, es que, para organizar las cosas se elija a quien
ha demostrado ¡compitiendo con los demás!, que tienen más mérito y capacidad y
que es decente, que no hace trampas ni se queda con lo que no es suyo.
En las familias
los niños no son libres porque son ignorantes y por eso sus padres, que si
saben, les dicen como hacer las cosas. En un Estado democrático todos somos libres y sabemos haber las cosas, unos
unas y otros otras; todos somos iguales en
nuestros derechos y somos solidarios
fruto de la fraternidad que nace de
la igualdad ayudando al que lo necesita y compartiendo con él lo que tenemos
nosotros. Nosotros decidimos como organización la re publica, sin que nadie superior a nadie - ¡todos somos iguales!
- se imponga sobre nosotros.
Estos
cuentos sirven para enseñarles la vida real; la misma que pretendían enseñar
aquellos cuentos cuando ese montaje
principesco y regio se consideraba decente. Hoy es sólo un recuerdo de una
forma de atropello histórico ya extinguida en casi todos los países, aunque aun
pervive en algunos en la actualidad. Hoy
todos, aunque sus padres hubieran sido
reyes, deben ganarse la vida con una profesión decente, no pretendiendo vivir del
cuento abusando de los demás, sino compitiendo
con los demás en condiciones democráticas de igualdad.
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