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22 sept 2013

Democracia al fin de la Transición: (1) cuentos de príncipes y princesas

Los padres, quizá más las madres, suelen decirle a sus hijos que son los reyes de la casa. Ellos no entienden a ciencia cierta qué significa eso pero como suele ir acompañado arrumacos y caricias afectuosas lo aceptan como algo bueno. Luego, mas las niñas que los niños suelen  recibir regalos de princesas muñecas. Siguen sin saber qué es eso de ser princesas pero lo asociación con trajes rosas, trajes pargos coronas de ro y demás zarandajas.
Es habitual que los padres lean o cuenten cuentos de reinos y princesas: Blancanieves y los siete  enanitos, La Bella Durmiente, Cenicienta. Incluso suelen ver en el cine alguna de esas almibaradas películas de Walt Disney llenas de colores pastel: rosita, verde clarito, azul celeste, amarillo pálido y demás colores a juego. Los cuentos, en todas las civilizaciones son una herramienta didáctica para preparar a los niños para la vida.
Hoy como ayer deben contarse esos cuentos para transmitir con ellos no los valores que en ellos hay, en parte indecentes sino para destacar lo que en ellos es injusto y abusivo y enseñarles los verdaderos valores de justicia, igualdad, democracia, etc.
Eso pasas por hacerles ver que ese montaje de príncipes y princesas, donde unos mandan ¡porque sí!, y otros tienen que obedecer ¡por igual sinrazón!,  es un atropello injusto e intolerable con el que ya no se abusa de la mayoría de la gente en la mayoría de los países.
Hoy la mayoría de los países son democráticos y que es la mayoría de los ciudadanos quien elige a quien va a dirigir lo que es de todos, que se llama, en latín, la re publica. Que deben elegirse por su “mérito y capacidad” pero también por la honradez en el cumplimiento de sus compromisos de respeto a la libertad, la igualdad y la fraternidad; es decir, a todo lo que no existía en esos cuentos llenos de gente malvada que se apropia de lo que no es suyo. Lo que hace alguien  inteligente es elegir al que va a dirigirnos, pero reservándose el derecho de cambiarlo si lo hace mal. Por eso el cargo de rey para toda la vida y que lo herede su hijo es una solución estúpida.
Esa explicación, aunque no la entiendan del todo, les hace familiares los valores éticos democráticos: igualdad libertad y fraternidad: la esencia del mundo justo. El que queremos que lleguen a vivir, que explica por qué hay que estudiar, aprender lo que otros hicieron y enseñara a nuestros hijos lo que nosotros hicimos. Aprender un trabajo o profesión para hacer algo bien hecho, porque quien elige hacer lo que les gusta siempre lo hará bien. Y porque lo bien hecho vale la pena otros lo comprarán y de ese dinero ellos recibirán un salario justo con el que poder mantenerse ellos y su familia, si llegan a tenerla.
Cuando se dice que alguien “vive del cuento” es como esos príncipes y princesas que es una forma indecente de vivir a cuenta de los demás. Al contarles esos cuentos es el momento de enseñarles lo injusto de la sociedad de reyes y súbditos y que lo único decente es la democracia donde no caben reyes no tienen cabida ¡salvo si son elegidos!
Nadie hay superior a otro: todos somos iguales; al ser libres nadie tiene derecho a mandar sobre nadie. Lo decente, y por tanto lo inteligente,  es que, para organizar las cosas se elija a quien ha demostrado ¡compitiendo con los demás!, que tienen más mérito y capacidad y que es decente, que no hace trampas ni se queda con lo que no es suyo.
En las familias los niños no son libres porque son ignorantes y por eso sus padres, que si saben, les dicen como hacer las cosas. En un Estado democrático todos somos libres y sabemos haber las cosas, unos unas y otros otras; todos somos iguales en nuestros derechos y somos solidarios fruto de la fraternidad que nace de la igualdad ayudando al que lo necesita y compartiendo con él lo que tenemos nosotros. Nosotros decidimos como organización la re publica, sin que nadie superior a nadie - ¡todos somos iguales! - se imponga sobre nosotros.
Estos cuentos sirven para enseñarles la vida real; la misma que pretendían enseñar aquellos cuentos  cuando ese montaje principesco y regio se consideraba decente. Hoy es sólo un recuerdo de una forma de atropello histórico ya extinguida en casi todos los países, aunque aun pervive en algunos en la actualidad.  Hoy todos, aunque  sus padres hubieran sido reyes, deben ganarse la vida con una profesión decente, no pretendiendo vivir del cuento abusando de los demás, sino  compitiendo con los demás en condiciones democráticas de igualdad.

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