La evolución de
la tecnología, de la palanca a la energía nuclear, nació de una organización
cada vez más compleja de la sociedad. Ocurrió por la vía de la Educación; de ella
nace la Investigación y el Desarrollo que ahora el ministro Wert quiere
privatizar reduciendo a las clases más desposeídas a la ignorancia y, mediante
la mera supervivencia, a la reproducción de una clase trabajadora que sea la
mano de obra barata al servicio de los poderosos.
En un
principio los grupos sociales se gestionaban de modo democrático y directo. Las
decisiones se tomaban por todos; luego, por aquellos, normalmente los más viejos,
a los que se atribuía mayor conocimiento por su mayor experiencia. Pero los
problemas que había que resolver eran nuevos y no siempre las viejas soluciones
les daban satisfacción. Si surgía una corriente enfrentada a la tradicional, la
solución a la falta de acuerdo era la secesión.
En aquella sociedad de cazadores bastaba buscar otros terrenos donde cazar y
vivir de acuerdo con los nuevos esquemas que no encontraban acogida en el otro
grupo social.
Cuando la sociedad
se hizo sedentaria, es decir, agrícola y pecuaria, creó un valor ligado a la
posesión de la tierra en núcleos estables, las ciudades o polis. La secesión
significaba la perdida de lo creado. La solución de las discrepancias sociales
tuvo lugar por la toma del poder en la polis; es decir la toma del poder
político. Surgió así un esquema de naturaleza más o menos autoritaria. La complejidad
social había abandonado la democracia directa; pero la representativa había sido secuestrada por sus inventores,
los reyes, como representación del poder económico que lo sostiene y la iglesia
representante de un poder mítico extraterrestre.
La
recuperación de la democracia robada empezó cuando la represión de los grupos en
el poder fue imposible. Los reyes aceptaron dejar de ser dictadores, los reyes
absolutos; para seguir parasitando aceptaron ser reyes parlamentarios; hoy,
para seguir parasitando, se conforman con ser reyes símbolo; un puro alcornoque
en el calvero alrededor del cual se celebraban los consejos democráticos de las
sociedades primitivas. Es el regreso más inteligente a la democracia. ¿Para qué
sirve rey que ni reina ni gobierna? Es un elemento que parasitiza a la sociedad,
que ya no necesita un “ejemplo de vida”; sobre todo si es corrupto.
Recuperar
la democracia es un objetivo que tiene que nacer del propio aprecio y autoestima.
Somos mayores de edad y no necesitamos “ejemplos de vida”, menos aun cuando son
deleznables. Tampoco necesitamos parásitos que no generan valor social. Somos
una sociedad de trabajadores. Todo el mundo que quiera comer debe trabajar, crear
riqueza y no vivir del cuento. Ese viejo cuento de los reyes, de su origen
divino, de su derecho a parasitar hereditariamente a sus conciudadanos. Las
monarquías hereditarias son un atentado a la democracia, que felizmente están
en trance de extinción. Ésta es nuestra tercera oportunidad.
Los
ciudadanos de los países donde todavía hay estas estructuras no democráticas
deben convertir en democrática a la Función Pública, es decir, a toda la
Administración del Estado. En ella solo puedan estar quienes ingresaron en ella
demostrando su mayor mérito y capacidad y están sometidas a un control de eficacia,
y aquellos a los que, periódicamente, les demos el encargo de gestionar esa
Administración con sus trabajadores.
Ni un solo
parásito, menos con derecho hereditario a heredar, cabe en una sociedad democrática. La propiedad heredada paga impuestos. Es una
forma de devolver lo robado a al
sociedad y a los trabajadores que generaron esa riqueza. El impuesto de los
reyes consiste en devolver al pueblo lo que le robaron: su soberanía. Y eso se
llama república democrática
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