El próximo 7 de noviembre lamentaremos que, una vez más, España maltratara
a uno de sus mejores ciudadanos, asesinado a manos del mayor de todos los
villanos el Borbón Fernando VII de raza inextinguible. Él arruinó un imperio
floreciente a principios del S. XX. Hundió en la miseria a España y a América en
una guerra fratricida. Provocó el enfrentamiento entre la España democrática y
la más oscura, integrista, reaccionaria apoyo constante de los Borbones, un regalo envenenado de Francia. Traicionó al
pueblo regalándole a Napoleón el reino después de habérselo robado a su padre, en
lamentable precedente histórico. Y contra ese pueblo inocente que le devolvió el
trono y una constitución democrática el Borbón villano, el que felicitaba a
Napoleón cada vez que sus tropas vencían a las españolas, aun lo traicionaría
otra vez pidiendo a tropas extranjeras para que asesinaran a los españoles democráticos.
En lugar de aprender en cabeza ajena, en la que le cortaron a su pariente
Luis XVI, apoyó el golpe militar del General Elio, ¡Capitán General de Valencia!,
con el apoyo de la iglesia para seguir ejerciendo de dictador regios en un país
que conquistara su soberanía por si mismo.
Defensor de la constitución, Riego, ese bravo asturiano que recibirá en Tineo,
su pueblo natal, el homenaje a su gallardía y honradez, luchó contra Napolón al
lado de los Generales Acevedo y Lacy, que tiene una calle en Madrid, y soportó
que el más villano de los Borbones se negara a jurar la Constitución que le
había regalado un reino del que, a todas luces, era indigno.
Su lealtad la democracia le obligó a conspirar contra el felón Borbón para devolver al pueblo su soberanía: la de
la Constitución democrática. El dictador regio quería mandar tropas para
sofocar los intentos separatistas de los españoles de América, que al ver esta enésima
traición del Borbón decidieron romper con él dejándole ejercer su dictadura
sólo en la metrópoli.
Varios oficiales convencieron al Teniente Coronel Riego para que encabezara
un movimiento a favor de la Constitución democrática de 1812. Se alzó en Las Cabezas de San Juan (Sevilla) el 1 de enero
de 1820 con una famosa proclama cuyo valor permanece intacto pese al paso del
tiempo: “España está viviendo a merced de
un poder arbitrario y absoluto, ejercido sin el menor respeto a las leyes
fundamentales de la Nación. El Rey, que debe su trono a cuantos lucharon en la
Guerra de la Independencia, no ha jurado, sin embargo, la Constitución, pacto
entre el Monarca y el pueblo, cimiento y encarnación de toda Nación moderna. La
Constitución española, justa y liberal, ha sido elaborada en Cádiz, entre
sangre y sufrimiento. Mas el Rey no la ha jurado y es necesario, para que
España se salve, que el Rey jure y respete esa Constitución de 1812, afirmación
legítima y civil de los derechos y deberes de los españoles, de todos los
españoles, desde el Rey al último labrador ( ... ) Sí, sí, soldados; la
Constitución. ¡Viva la Constitución!
Un pueblo ignorante presenció sin interés su paso por Andalucía en defensa
de las libertades. Era el mismo pueblo alienado
que había gritado pocos años antes ¡Vivan
las caenas! Cuando todo estaba perdido, la llama prendió en Galicia - A
Coruña fue la primera ciudad que re-proclamó la Constitución, - y extendida por toda España arribó en Madrid a
las puertas del Palacio Real. El cobarde, como siempre, el 10 de marzo, nueve
días antes del aniversario de la Constitución firmó su Manifiesto, un nuevo engaño
al pueblo soberano: «Marchemos
francamente, y yo el primero, por la senda constitucional», y el pueblo le creyó.
Durante el siguiente trienio liberal la suerte de Riego sufrió altibajos,
pero conservando su popularidad llegó a ser Presidente de las Cortes. Allí, ante
la nueva traición del Borbón - traer tropas extranjeras, los 100.000 hijos de
S. Luis para asesinar a los españoles demoocratas y recuperar la dictadura regia - quiso que las Cortes declararan su
incapacidad. Luego marchó a Andalucía y reorganizó sus tropas; derrotado
Jódar fue traicionado y entregado al Borbón traidor, que
lo acusó de traición. Fue un precedente de
lo que haría un siglo después otro traidor que también jurara la
constitución democrática: el genocida General Franco. Arrastrado vilmente en un
serón hasta el patíbulo, fue ahorcado en la Plaza de la Cebada en Madrid entre
los insultos del mismo pueblo que tantas veces le había vitoreado. Sic transit gloria mundi!
Vaticino
la falta de memoria histórica de todos los medios de comunicación.
Quienes amamos la libertad y la democracia, al recordar su asesinato
recordaremos que la única soberanía que cabe en un país democrático es
la republicana. Sólo en ella será verdad lo que falsamente declara la
CE78 “en el pueblo reside la
soberanía de la que emanan todos los poderes del Estado”, art. 1.2.
Ahora
el poder del Jefe del Estado no emana del pueblo sino de la voluntad del
traidor:
el golpista y genocida General Franco; su padre putativo.
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