La libertad
es algo peligroso. Por eso se quiere tener controlada, lo cual es una paradoja.
Una de las formas de controlarla es la búsqueda de la uniformidad una a través
de la uniformidad externa. Todos los totalitarismos se repiten morbosamente en
sus hábitos.
Aunque sus
objetivos aparentes sean distintos todos tienen el mismo: anular la libertad
del ser humano, del que “piensa por libre. Ser “librepensador” llegó a ser una
grave acusación; es posible que, incluso, delito.
La fórmula tradicional
es el uniforme. Provoca una alienación, que es el método más perfecto para que
quienes tenían ya poca afición a reflexionar reciben ahora un respaldo. Esa
uniformidad puede ser material. La popularización de la vestimenta de niños y mayores
con la camiseta de su equipo ha adquirido tal expansión que, aparte el negocio para
los equipos lo preocupante es esa voluntaria ostentación de la alienación que busca
el respaldo en encontrar otros igualmente alienados llevando el mismo uniforme.
La
necesidad de los jóvenes de vestirse de modo uniforme siempre se consideró
debida a la necesidad de autoafirmación a través de la “colectividad juvenil”;
es lo mismo que ocurre con las maras y los nazis y demás totalitarios, que
necesitan reforzar su falta de autoestima substituyendo su falta de calidad con
el aumento de la cantidad de alienados.
Las instituciones
más tradicionales: el ejército, la iglesia, la policía, tienen uniforme como
seña de identidad y autoridad propia de estructuras jerárquicas. El beneficio
funcional es evidente, pero tiene el inconveniente de la alienación que generada:
el llamado “espíritu de cuerpo” que divide a la humanidad en dos grupos: “nosotros”,
los del grupo concreto, y “ellos” el resto hasta 7.000.000.000 de personas. La alienación
se manifiesta en la divisa “los trapos sucios se limpian en casa”, que
significa que los delitos no se denuncia y, en lugar de “limpiarlos” se
protegen como “timbre de honor”.
Así es como
se explican los infinitos casos de pederastia dentro de la iglesia católica. Se
trata de la alienación que impidió denunciar o que condujo a ocultar esas
denuncias protegiendo a los delincuentes. Ahora, cuando medio siglo después se
descubre la realidad, la reacción es siempre la misma: se trata de un ataque a
la iglesia.
No es imprescindible
el uniforme en los partidos políticos, aunque van siendo cada vez más
frecuentes las camisetas de identificación. Los más decentes de cada partido denunciaron
la corrupción. El silencio encubridor, con tintes mafiosos que incluía las
amenazas, fue la respuesta. Ahora, cuando lo podrido flota, la reacción es la
misma: se trata de un ataque a partido. Hace poco se acusó a la judicatura: “somos
víctimas de una Causa General”
En una
sentencia sin precedentes, no hace mucho el Supremo condenó a un coronel a dos
años y diez meses de prisión por “abuso de autoridad” y “trato degradante” a
una subordinada. La satisfacción al ver que esta institución - de las más
conservadoras - se abría al respeto a la persona por encima del espíritu de
cuerpo motivó una general satisfacción. Poco duró la alegría. Tras la condena
empezó otro calvario de la capitana; por un lado el ostracismo de sus “compañeros”;
por otro, tras haber aprobado una valoración con calificaciones ”muy brillantes”
fue sometida a otra en la que obtuvo valoraciones “muy deficientes”. Pero quizá
lo más intolerable haya sido un juzgado militar haya abierto diligencias por un
supuesto delito de “deslealtad” - ¿con el acosador? - castigado con hasta seis
años de cárcel.
Lo mismo
ocurre con la policía donde el espíritu de cuerpo llega a niveles hediondos. Se
“justifica” diciendo que eso pasa en todos los países. Si es verdad - aunque
haya países donde la corrupción supera a la de España, en otros es inferior - lo que es necesario es que desaparezca en
todos los países, no que haya que aceptarlo en ninguno empezando por este.
Total, que
como en el cuento de la cabra y los siete cabrititos cuando veas a alguien con
uniforme antes de abrirle la puerta habrá que decirle: “enséñame la patita”,
porque si espera que la institución a la que pertenezca te proteja de sus
desmanes, ¡vas servido!
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