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6 oct 2013

La policía al servicio del ciudadano: (9) La libertad hace hombre al hombre

3.- La libertad, derecho eterno que hace hombre (mujer o varón) al hombre

Hace 250 años y aunque todavía no sea plenamente vigente lo que entonces ya se reivindicaba, dijo Beccaria:
ningún hombre ha hecho donación gratuita de parte de la propia libertad en atención al bien público; tal quimera sólo existe en las novelas
algo que aun suena extraño a muchas mentes. Pero Beccaria añadía más:
Las leyes son las condiciones con que hombres independientes y aislados se unieron en sociedad fatigados de vivir en un continuo estado de guerra y de gozar de una libertad convertida en inútil por la incertidumbre de conservarla. Sacrificaron una pare de ella para gozar la restante con seguridad y tranquilidad. La suma de todas estas porciones de libertad sacrificadas al bien de cada uno constituye la soberanía de una nación y el pueblo[1] es el legítimo depositario y administrador de ellas
y cuando añadió que:
No hay que esperar ningún beneficio duradero de la política moral si ésta no está fundada en los sentimientos indelebles del hombre. Cualquier ley que se desvíe de estos encontrarán una resistencia contraria, que vencerá al fin; de la misma manera que una fuerza, aunque sea mínima, vence si es aplicada continuamente a cualquier violento movimiento comunicado al cuerpo
parece que describía una manifestación popular pacífica: una fuerza aparentemente pequeña, los manifestantes son la punta de un iceberg,  contra de un “poder violento” que ellos rechazan inermes.
La violencia no se ve cuando es institucional. El ejercicio del poder legalmente constituido da una apariencia de “legal”; ¿recuerdan aquel exabrupto de Fraga “¡la calle es mía!?”. Lo legal desaparece y se convierte en ilegal cuando los políticos atropellan los derechos humanos. Los manifestantes, ciudadanos donde sigue residiendo la soberanía, les hacen saber su “falta de legitimación” con su rechazo pacífico a “movimiento violento e institucional que ejerce el poder” que, pronostica Beccaría, siempre acabará perdiendo. Es cierto, pero a ve ces tarda mucho en perder.
                Porque, como decía José Antonio Primo de Rivera – para ser fascista basta ser mala persona, algo no siempre reñido con ser inteligente – “la revolución – sobre todo cuanto más pacífica sea, no la de sus matones - es la tarea de una resuelta minoría inasequible al desaliento”.





[1] En el original Beccaria,  ¡estamos en 1763, antes de la declaración de Virginia y de la revolución francesa, 1789! Beccaria dice el soberano, pero hoy sabemos, y así lo reconoce la CE78, que “la soberanía reside en el pueblo del que emanan todos los poderes del Estados” (art. 1.2, CE78) y no en ningún soberano, ni dictador.

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