3.- La libertad, derecho eterno que hace
hombre (mujer o varón) al hombre
Hace 250
años y aunque todavía no sea plenamente vigente lo que entonces ya se
reivindicaba, dijo Beccaria:
ningún hombre ha hecho
donación gratuita de parte de la propia libertad en atención al bien público;
tal quimera sólo existe en las novelas
|
algo que aun suena extraño a
muchas mentes. Pero Beccaria añadía más:
Las leyes son las
condiciones con que hombres independientes y aislados se unieron en sociedad
fatigados de vivir en un continuo estado de guerra y de gozar de una libertad
convertida en inútil por la incertidumbre de conservarla. Sacrificaron una
pare de ella para gozar la restante con seguridad y tranquilidad. La suma de
todas estas porciones de libertad sacrificadas al bien de cada uno constituye
la soberanía de una nación y el pueblo[1]
es el legítimo depositario y administrador de ellas
|
y cuando añadió que:
No hay que esperar ningún
beneficio duradero de la política moral si ésta no está fundada en los
sentimientos indelebles del hombre. Cualquier ley que se desvíe de estos
encontrarán una resistencia contraria, que vencerá al fin; de la misma manera
que una fuerza, aunque sea mínima, vence si es aplicada continuamente a
cualquier violento movimiento comunicado al cuerpo
|
parece que describía una
manifestación popular pacífica: una fuerza aparentemente pequeña, los
manifestantes son la punta de un iceberg, contra de un “poder violento” que ellos
rechazan inermes.
La
violencia no se ve cuando es institucional. El ejercicio del poder legalmente
constituido da una apariencia de “legal”; ¿recuerdan aquel exabrupto de Fraga
“¡la calle es mía!?”. Lo legal desaparece y se convierte en ilegal cuando los
políticos atropellan los derechos humanos. Los manifestantes, ciudadanos donde
sigue residiendo la soberanía, les hacen saber su “falta de legitimación” con
su rechazo pacífico a “movimiento violento e institucional que ejerce el poder”
que, pronostica Beccaría, siempre acabará perdiendo. Es cierto, pero a ve ces
tarda mucho en perder.
Porque, como decía José Antonio Primo de Rivera – para
ser fascista basta ser mala persona, algo no siempre reñido con ser inteligente
– “la revolución – sobre todo cuanto más pacífica sea, no la de sus matones -
es la tarea de una resuelta minoría inasequible al desaliento”.
[1] En el original Beccaria, ¡estamos en 1763, antes de la declaración de
Virginia y de la revolución francesa, 1789! Beccaria dice el soberano, pero hoy
sabemos, y así lo reconoce la CE78, que “la soberanía reside en el pueblo del
que emanan todos los poderes del Estados” (art. 1.2, CE78) y no en ningún soberano,
ni dictador.
0 comentarios:
Publicar un comentario