Interesante
el artículo “Los enemigos de la
Constitución” de F. Rey, catedrático de Derecho Constitucional de la
Universidad de Valladolid (EL PAIS; 11.12.2017)
Tras
algunas referencia cultas señala que los 40 años de la CE78 es “la edad del demonio meridiano contra el que
proviene el salmo 91. El azote que devasta en las horas centrales del día, las
de mayor calor, cuando uno está más débil. En la tradición monacal, a esa hora
se produce el peor ataque: la acedía, la tentación por la que el monje se
vuelve perezoso y descuidado y pierde la esperanza”, para que concluir que “España vive una crisis de acedía democrática”.
Yo no lo veo así. Por primera vez en 80 años la palabra República se opone a
esta dictadura monárquica, aunque este impregnada de adherencias poco
republicanas.
Es
interesante su cita de lo que decía Juan de Mairena: “Lo corriente en el hombre es la tendencia a creer verdadero cuanto le
reporta alguna utilidad; por eso hay tantos hombres capaces de comulgar con
ruedas de molino”. Señala que “los
dos principales enemigos culturales del constitucionalismo democrático (y lo
son porque están instaladas dentro del sistema y no enfrente como el comunismo
o el fundamentalismo) son dos corrientes de pensamiento que se sitúan
confortablemente en la mentira: el populismo y el nacionalismo independentista”.
Populismo es sinónimo de democracia pero dicho desde el pode que teme perder el
poder. Basta ver cuantos partidos reivindican su esencia “popular” en su
título.
Su clasificación
de que “populistas y nacionalistas
inventan la comunidad ideal (el pueblo, los catalanes, los vascos, etcétera)
oprimida y saqueada por otros (España, la casta)” es sesgada; ignora a los “españolistas de la España una grande y
libre” que están en el poder.
Afirma que “el significado profundo e inicial de nuestra
Constitución, de cualquier Constitución, es la de crear la comunidad política,
el Estado español: artículo primero, apartado segundo, la soberanía nacional
reside en el pueblo español”, pero ahí reside el problema: la soberanía
reside en cada uno de los españoles que la ejercen a través de diversas
instituciones oficiales, Municipio, Diputación, Autonomía, Gobierno del Estado.
Si el ciudadano es parte del pueblo se trata de un truco fascista para negarle
al ciudadano de su soberanía.
“Nacionalistas
y populistas coinciden en inventar imaginarios emocionales pero
intelectualmente falsos sobre el presente y sobre la historia, por supuesto,
reinventada a propia conveniencia”. ¿Acaso hay algún partido que no haga
eso para justificarse?
El autor
también encuentra otros dos enemigos: el
pensamiento de izquierdas que considera que la Constitución es una hija (quizá
no deseada, pero hija) del franquismo y que remite la auténtica legitimidad
democrática a la República. El autor olvida la historia: el último régimen
democrático fue la II República; y es igualmente cierto que el régimen dictatorial
militar y fascista de Franco que fue el que inventó el actual régimen
dictatorial monárquico sin solución de continuidad que con la CE78 dejó todo “atado y bien atado”.
Dice que no
se dan las condiciones para modificar la constitución porque falta “el ingrediente previo y principal, que sí
tenían los constituyentes de 1978: el espíritu de concordia: “Con-cor”, un solo
corazón”. La historia demuestra que nunca existió: el golpe del 123.-F lo
acredito; la no condena de la dictadura militar que engendró está monárquica lo
ratifica y la burla de la ley de memoria histórica termina de acreditarlo. Los
que ganaron la guerra siguen convencidos de que los demás la han perdido.
Que “la única buena noticia es que ... la vieja Constitución resiste”
será buena para los que quieren que todo siga “atado y bien atado” No obstante admite la opción de la freforma y
tiene razón en que “la primera reforma a
acometer es, creo, la del sistema electoral del Congreso” pero no es cierto
que favorece a los partidos nacionalistas autonómicos; a quien favorece es al
PP descaradamente y bastante al PSOE; y no digamos en el Senado donde la comparación
entre votos y escaños es un verdadero escándalo.
Dice que “hay que encontrar una fórmula electoral que deje de privilegiarlos”.
Ya existe y por eso no se aplica; porque acabaría con los privilegios. La fórmula
es: una persona un voto. Con una circunscripción única para el Congreso
- el Senado es mejor que desaparezca -, una
circunscripción para cada Autonomía del mismo modo que hay una para cada municipio.
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