Dice el art. 16.1 CE78: “Se
garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las
comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para
el mantenimiento del orden público protegido por la ley” lo que obliga a
impedir que sean las víctimas las que controlen con su afán de venganza, por
legítimo que sea su sentimiento, la imposición de las sanciones que establece
la ley por la comisión de delito.
Añade el art. 16.3 CE78: ”Ninguna confesión tendrá carácter estatal.
Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad
española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la
Iglesia Católica y las demás confesiones”. Eso impide que las confesiones
cuyas “normas “religiosas justifican la venganza rijan el ordenamiento jurídico
y en cambio si lo hagan las normas civiles, o civilizada. Ésta es palabra que
viene de civis, -is, que en latín significa ciudad. Palabra que tiene el
sentido opuesto a silva, -ae, que en
latín significa bosque o selva, de ahí viene salvaje, que son las personas que allí
vivían y se comportaban también como los animales.
Esta pequeña reflexión cultural, el lenguaje es el
mejor exponente de la cultura en que vivimos, viene a cuenta del comportamiento
vomitivo del partido del Gobierno que legalizó la pena indefinida. Esa pena que
atenta contra la certeza de la pena que exige un Estado de Derecho revela que
“esto” no es un Estado de Derecho. Siguen vigentes los principios ideológicos en
la actual dictadura monárquica fascista que recibió su ilegitimidad de la herencia
política del Jefe del Estado, el dictador militar fascista que lo nombró, ilegitimidad
recibida al jurar las leyes fascistas ante ese mismo dios.
La tradición católica, por boca misma del hijo del
dios en el que creen, pero al que parece que hacen poco caso, establece que su obligación
es perdonar a los enemigos: “habéis oído que se
dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os
digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que
seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos; porque Él hace salir su
sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mat. 5, 43-45).
Pero, además, para que quedara más aclaro, cuando Pedro le pregunto “Señor, ¿cuántas veces ha
de pecar contra mí mi hermano y he de perdonarle yo? ¿Hasta siete veces?”. Jesús le dijo: “No te digo: Hasta siete
veces, sino: Hasta setenta y siete veces (Mat., 18, 21,22).
Me resultó especialmente odioso el espectáculo
organizado el otro día en el Congreso. De modo consciente y premeditado los diputados
católicos del PP manipularon a ´las víctimas con la única intención de ganar
votos cuando sabían que tenían perdida la votación sobre su invento de la
cadena perpetua. Disculpo a las víctimas; el dolor, un dolor insoportable y
permanente, exige la disculpa de casi todo lo que se haga bajo su influencia.
Por eso mismo ensalzo a la víctima que, indignada, denunció la burda manipulación
política de la que fue objeto; la única que llegó a darse cuenta del desprecio
que sentían por ella y por su sufrimiento quienes vilmente la manipulaban para
su propio beneficio.
No pediré yo a las víctimas que perdonen a los
agresores o a los homicidas de sus hijos u otros parientes. El odio que sientan
por ellos quizá les acompañará toda su vida; es un cruel dolor añadido. Aunque,
según dicen, el paso del tiempo lo resuelve todo, no lo creo; el dolor no se
olvida, aunque se atenúe su violencia ante la evidencia de la impotencia. Recuerdo
el dolor, un dolor vivo y permanente, de quienes vieron asesinar a sus padres
cuando tenía cinco o seis años, algunas veces en su propia presencia, hace 80
años más o menos. Quizá el odio ha desaparecido; pero no el dolor. Un dolor que
algunos, ¿los mismos que con desvergüenza manipulan en su beneficio el dolor
ajeno?, se empeñan en seguir reiterando; un dolor que dura ya casi un siglo acumulado
al daño sufrido durante todo ese tiempo; un daño propio que, paradójicamente,
es menos doloroso que el del recuerdo dolorido.
Ellos desprecian el dolor ajeno. Ellos impiden
atenuarlo; no ya pidiendo un perdón que nunca pedirán y que, falso como el de
casi todos los asesinos, no merecen. Pero es que se oponen a atenuarlo, ¿no es
eso lo que exige la ley?, con la exhumación de los enterrados en cunetas
conocidas y en campos privados. Campos donde sus propietarios exigen el respeto
al “sagrado” derecho de propiedad para impedir que se exhumen, como si la
propiedad de la tierra fuera más digna de respeto, ¿lo es?, que la propiedad de
los cadáveres de las víctimas y que el derecho de sus deudos a enterrarlos
dignamente.
Qué ruin es el
alma humana de la gente ruin. Es la mejor representación del infinito.
0 comentarios:
Publicar un comentario