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16 abr 2018

Libertad de expresión


Hoy estamos asistiendo a un retroceso en la protección de la libertad de opinión. Se necesita volver a sus clásicos defensores para impedirlo. Hay que estar atentos a los vientos que nos azotan, sea el blando céfiro o la gran marejada, para no perder el norte: el hombre, varón o mujer, nació para ser feliz- Algunos se empeñan en que aceptemos vivir callados en el valle de lágrimas que ellos crean.
                El atropello es constante y por eso secularmente se han alzado voces denunciándolo. El caso más triste es el de Sócrates. Le reprocho su suicidó, por eso le ensalza la derecha. Espartaco me parece una reacción más justa que colaborar en la injusticia suicidándose. El juez debería ser quien ejecutara el asesinato.  Y los jueces y fiscales debieran pasarse un mes encarcelados para saber qué significa esa condena que, con tanta alegría, despachan algunos con sus prisiones cautelares y perpetuas revisables.
                No cabe más sensatez en el argumento: “Pero el genuino daño de silenciar una opinión es que es un robo a la raza humana, tanto a la posteridad como a la generación existente, y más a los que disienten de esta opinión que a quienes la comparten. Si la opinión es justa se les priva de la oportunidad de dejar el error por la verdad. Si es equivocada se les arrebata un beneficio casi igual de valioso, la percepción mas clara y viva de la verdad producida por el contraste con el error.
Estos dos párrafos, tomados de “La libertad” de Stuart Mill, debieran ser lectura periódica y obligada, por intemporal, para no perder el norte. Hoy emergen querellas por groserías y la torpeza política se transmutó en judicial. La razón del otro, acertada o errónea, se esfuma con el rechazo al diálogo. Al acuerdo pactado lo ha substituido la confrontación violenta de la maquinaria de la justicia. La razón para ponerla en marcha siempre debe ser la última ratio ¡no digamos ya la justicia penal!
Se debe evitarse la búsqueda de la justicia del juez. “El acuerdo entre las partes, está sobre la ley, porque es más justo; de premio resulta más fácil de ejecutar”. Ningún juez puede superarlo: “un mal acuerdo es siempre mejor que el mejor de los pleitos”. La justicia puesta en marcha rueda lentamente, pero lo apisona todo a su paso; incluso la justicia. Recuerdo la película “Kramer contra Kramer” que debería ser de visión obligatoria cuando alguien quiere divorciarse, para que se lo piense o si sigue adelante para ir con un cuaderno pactado ante el juez para que, simplemente, lo bendiga.
¿Estamos obligados a soportar la mala educación? Aunque siempre habrá quien quiera encarcelar a todos los maleducados, es un dislate. No obstante, todo tiene un límite prudente.
El primero, es la sanción social; Con una sociedad bien educada esa sanción basta.
El segundo, es la indemnización. Debe ser proporcional, mejor progresiva, al patrimonio del ofensor y no al “poder” del ofendido para que la sanción produzca igual daño disuasorio en el ofensor,
El tercero, el penal, se debe prohibir. Eso no protege la dignidad del ofendido ¡que es la misma sea quien sea la víctima! Es un fraude de ley tras el invento de una inexistente “dignidad colectiva”. Con ese fraude se protege a quien ejerce el poder político o social; es decir, se desampara al más débil; al ciudadano más necesario de protección; al que está más indefenso. No cabe mayor injusticia. Sólo se busca “proteger al poderoso”. Desde la infancia se nos lavó el cerebro para que pareciera normal. Una grosería a un compañero merece apenas una admonición; a un profesor implica mayor sanción. La agresión y el daño moral son idénticos. La diferencia es la víctima: un “mindunguis” o “la autoridad”. Así se “educa a los súbditos” a saber que estamos bajo el dictado; que “no somos iguales ante la ley”.
El derecho a la tutela judicial efectiva no puede discriminar a nadie. Si alguien quema, rompe o pisotea una imagen teatraliza su rechazo al representado, sea el cónyuge, el vecino de arriba, el entrenador, el jefe del Estado o algún ser irreal, que hasta eso es delito. Luis XVI lo hubiera preferido a la guillotina, siempre la última ratio. También significa el rechazo a la institución que representa, en cuyo caso ni hay afrenta personal. El argumento de que representa a todos es falso. No representa a los que la queman o rompen; tampoco a quienes aplauden, ni al grupo que apoya en silencio lo hecho.
Que ese grupo silencioso sea mayoritario o no es lo de menos. Si es un delito, ¿deja de serlo si lo apoya la mayoría? Esa es la justicia de Pilatos; esa es la que nos dan. Si hay delito, lo hay aun si se atropella al más “mindunguis”. Pero por eso pasa lo que pasa: la justicia no es igual para todos.
Sólo en una República democrática que de fin al atropello a la libertad de expresión propio de una dictadura se puede lograr que la justicia sea igual para todos y no un arma de represión del poder. Valle Inclán hoy podría escribir Luces de Bohemia escrita bajo aquella dictadura borbónica: el grado de corrupción de las instituciones, las rigen personas corruptas, se ha reproducido; el caldo es el mismo.

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