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13 ago 2014

Educación para la libertad: II. La democracia una conquista eternamente robada

Desde pequeños se nos ha educado en el respeto a unos principios elementales de convivencia en el seno familiar. En algunos casos esos principios eran democráticos; en otros eran pura dictadura. Uno nace en el país que le tocan los padres que lo engendraron. ¡No hay elección posible! Es la primera lotería que jugamos ¡sin haber comprado el boleto! El “acierto” contribuirá a hacer feliz nuestra vida; la pérdida contribuirá a hacerla más desgraciada ¡para nosotros y para todos aquellos con los que  nos crucemos en nuestro camino!
La enseñanza pública con una Educación para la Ciudadanía puede corregir la mala suerte de esa primera lotería. La ultraderecha quiere impedirlo en ese país. Durante la versión militar de la actual dictadura, engendrada por ella, se pretendió alienar las mentes infantiles con dos asignaturas nacional-católicas. Eran la Formación del Espíritu Nacional y Religión Católica. Duró casi medio siglo y sigue haciéndolo en su segunda versión financiada con recursos públicos, lo que es inconstitucional. Falsean la realidad objetiva e inventan irrealidades subjetivas. Negaron el genocidio fascistas y también el genocidio teocrático secular, “al alimón”, contra el gobierno democrático de la república y contra el sentimiento esencial de libertad humana.
Es un hecho objetivo que tuvieron éxito. Varias generaciones bajo la amenaza de unas leyes inicuas se abstuvieran de toda manifestación política. En vez de educar a sus hijos para que fueran buenos ciudadanos, a la vista de lo que les pasó a los que lo habían intentado les educaran diciéndoles “no hay que meterse en política”. Se trataba de un buen consejo – el miedo guarda la viña – pero mal formulado: “no hay que meterse en esa política indecente”. Hijos y nietos de los golpistas continúan con esa política indecente, desde el Jefe del Estado, heredero de la monarquía dictatorial militar hasta el último votante de sus epígonos.
La reacción visceral antes esas leyes inicuas es no respetarla; la reacción inteligente es cambiarlas. Las leyes son otra cosa que ésta “cosa”. Son el sentido común escrito. Sto. Tomás decía “es la ordenación racional promulgada para lograr el bien común por aquel que tiene la obligación de cuidar de la sociedad”. Es exigible que la sociedad decida cuál es ese “bien común” y “quien” quiere que sea el que se cuide de lograrlo; no que selo impongan.
Las leyes nacieron como costumbres aceptadas por la comunidad. Se educaba en ellas desde el seno familiar. Al complicarse la sociedad fue necesario un “aparato del poder” para su gestión. Eso produjo una separación entre el gestor, “el aparato”,  y el soberano, “el ciudadano” Y el aparato inventó las monarquías hereditarias. Los primitivos romanos se desembarazaron de esa antigualla de la monarquía y se constituyeron  en república, pero se encontraron con los patricios; “los de siempre”, para entendernos. Al estar divididos en tres tribus crearon unos tribunos que les representaran  cuyo ámbito era Roma – lo demás no valía la pena porque era terreno conquistado – por cuya razón no tenía jurisdicción en las provincias del imperio. 
Una rebelión plebeya para construir una república animó a los patricios a ceder “sus derechos” – más vale un mal acuerdo que un buen pleito –  para seguir mangoneándolo todo. Pero el halito vital y eterno de libertad y de igualdad propio del ser humano sobrevivió a todas las dictaduras: la URSS o China, Franco, Castro, Pinochet y demás gente indeseable.
Los romanos crearon el tribuno de la plebe para representar los intereses de los ciudadanos cuyos derechos frente a los “eternos dueños del cotarro” Así podían hacer oír su voz y hacer llegar una ”suave amenaza”: somos más; no conviene disgustar a la mayoría. Era una democracia asimétrica y donde mujeres y esclavos estaban excluidos; pero fue un progreso.
Muchos altos y bajos tuvo ese camino de conquista de la libertad hasta hacer iguales a los hombres (varones y mujeres) que en España todavía no existe. Muy alto fue el precio pagado por quienes, simplemente, querían que se les reconociera que eran hombres (varones y mujeres) con iguales derechos.  Mucha es nuestra deuda con quienes nos precedieron; aunque la injusticia que domina el mundo gracias a los “eternos propietarios” nuestra responsabilidad supera a la de nuestros padres. ¡Esta es, pues, nuestra tarea frente a nuestros hijos!

Por eso las estructuras que creemos para conseguir recuperar esa libertad e igualdad logradas durante la II República tienen que ser radicalmente democráticas, respetando a los ciudadanos al respetar a los Estatutos que sus afiliados se han dado para recuperar la libertad. ¡Si no, no!

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