Desde pequeños se nos ha
educado en el respeto a unos principios elementales de convivencia en el seno
familiar. En algunos casos esos principios eran democráticos; en otros eran
pura dictadura. Uno nace en el país que le tocan los padres que lo engendraron.
¡No hay elección posible! Es la primera lotería que jugamos ¡sin haber comprado
el boleto! El “acierto” contribuirá a hacer feliz nuestra vida; la pérdida
contribuirá a hacerla más desgraciada ¡para nosotros y para todos aquellos con
los que nos crucemos en nuestro camino!
La enseñanza pública con una
Educación para la Ciudadanía puede corregir la mala suerte de esa primera
lotería. La ultraderecha quiere impedirlo en ese país. Durante la versión
militar de la actual dictadura, engendrada por ella, se pretendió alienar las
mentes infantiles con dos asignaturas nacional-católicas. Eran la Formación del
Espíritu Nacional y Religión Católica. Duró casi medio siglo y sigue haciéndolo
en su segunda versión financiada con recursos públicos, lo que es
inconstitucional. Falsean la realidad objetiva e inventan irrealidades
subjetivas. Negaron el genocidio fascistas y también el genocidio teocrático
secular, “al alimón”, contra el gobierno democrático de la república y contra
el sentimiento esencial de libertad humana.
Es un hecho objetivo que tuvieron
éxito. Varias generaciones bajo la amenaza de unas leyes inicuas se abstuvieran
de toda manifestación política. En vez de educar a sus hijos para que fueran
buenos ciudadanos, a la vista de lo que les pasó a los que lo habían intentado
les educaran diciéndoles “no hay que meterse en política”. Se trataba de un
buen consejo – el miedo guarda la viña – pero mal formulado: “no hay que
meterse en esa política indecente”. Hijos y nietos de los golpistas continúan con
esa política indecente, desde el Jefe del Estado, heredero de la monarquía
dictatorial militar hasta el último votante de sus epígonos.
La reacción visceral antes
esas leyes inicuas es no respetarla; la reacción inteligente es cambiarlas. Las
leyes son otra cosa que ésta “cosa”. Son el sentido común escrito. Sto. Tomás
decía “es la ordenación racional promulgada para lograr el bien común por aquel
que tiene la obligación de cuidar de la sociedad”. Es exigible que la sociedad
decida cuál es ese “bien común” y “quien” quiere que sea el que se cuide de lograrlo;
no que selo impongan.
Las leyes nacieron como
costumbres aceptadas por la comunidad. Se educaba en ellas desde el seno
familiar. Al complicarse la sociedad fue necesario un “aparato del poder” para
su gestión. Eso produjo una separación entre el gestor, “el aparato”, y el soberano, “el ciudadano” Y el aparato
inventó las monarquías hereditarias. Los primitivos romanos se desembarazaron
de esa antigualla de la monarquía y se constituyeron en república, pero se encontraron con los
patricios; “los de siempre”, para entendernos. Al estar divididos en tres
tribus crearon unos tribunos que les representaran cuyo ámbito era Roma – lo demás no valía la
pena porque era terreno conquistado – por cuya razón no tenía jurisdicción en
las provincias del imperio.
Una rebelión plebeya para
construir una república animó a los patricios a ceder “sus derechos” – más vale
un mal acuerdo que un buen pleito – para
seguir mangoneándolo todo. Pero el halito vital y eterno de libertad y de
igualdad propio del ser humano sobrevivió a todas las dictaduras: la URSS o China,
Franco, Castro, Pinochet y demás gente indeseable.
Los romanos crearon el tribuno
de la plebe para representar los intereses de los ciudadanos cuyos derechos frente
a los “eternos dueños del cotarro” Así podían hacer oír su voz y hacer llegar
una ”suave amenaza”: somos más; no conviene disgustar a la mayoría. Era una democracia
asimétrica y donde mujeres y esclavos estaban excluidos; pero fue un progreso.
Muchos altos y bajos tuvo ese
camino de conquista de la libertad hasta hacer iguales a los hombres (varones y
mujeres) que en España todavía no existe. Muy alto fue el precio pagado por
quienes, simplemente, querían que se les reconociera que eran hombres (varones
y mujeres) con iguales derechos. Mucha
es nuestra deuda con quienes nos precedieron; aunque la injusticia que domina
el mundo gracias a los “eternos propietarios” nuestra responsabilidad supera a
la de nuestros padres. ¡Esta es, pues, nuestra tarea frente a nuestros hijos!
Por eso las estructuras que
creemos para conseguir recuperar esa libertad e igualdad logradas durante la II
República tienen que ser radicalmente democráticas, respetando a los ciudadanos
al respetar a los Estatutos que sus afiliados se han dado para recuperar la
libertad. ¡Si no, no!
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