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13 jun 2015

La ley mordaza (V): con licencia para matar

Eso tiene “007 al servicio de su Majestad” la dictadora monárquica del Reino Unido, que “sus súbditos” tampoco la han elegido, ¡ni ella lo permite!, que buenos son los dictadores con sus “derechos”.
¿Se concederá eso  a los agentes de las FCSE con la ley mordaza? Algunos mossos ya lo han ejercido sin esperarla. Ojalá sea ésta la primera que se derogue tras la próxima previsible derrota del PP este mismo año. Dice la ley en su “exposición de motivos”: “la regulación de las intervenciones de la policía de seguridad, funciones propias de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad … [incluye la] … adopción de medidas de seguridad por las personas físicas o jurídicas que realicen actividades relevantes para la seguridad ciudadana”.
¿Y quién va a decidir si una actividad de un ciudadano “es relevante para la seguridad ciudadana”? ¿Cada agente según le pete? En esas condiciones ¿qué clase de seguridad ciudadana tendrá el ciudadano si está sometido a las distintas interpretaciones de los miles y miles de agentes de las FCSE cuya deficiente formación en la defensa de los derechos ciudadanos es notoria?
Porque es un hecho notorio que excusa demostrarlo que ¿fruto quizá de una ¿premeditada? deficiente educación recibida, TODOS se creen que son “la autoridad”. ¡No lo son!; sólo son “agentes de la autoridad”, es decir, “unos mandados”; algo con menos “glamour”. “Agente” viene del latín, “agere” y significa actuar. Como indica la tercera acepción del diccionario de la RAE “agente” es ”la persona o cosa que produce un efecto”. No cabe nada más ciego que la “cosa que produce un efecto” con la que se identifica al agente; no actúa por sí sino “como una cosa”, aunque persona, es decir, “sin voluntad propia”.
Así lo precisa la cuarta entrada del diccionario cuando concreta:  “persona que obra con poder de otra”; es decir, justo lo contrario a autoridad, que como nos recuerda el mismo diccionario en su primera acepción es el “poder que gobierna [los agentes no gobiernan] o ejerce el mando [los agentes obedecen al mando] de hecho [es decir, ilegítimamente] o de derecho”.
Se dice que el poder transforma a las personas y no es cierto. El poder sólo revelar la esencia de las personas. La que era decente sigue revelando su decencia en el ejercicio del poder. La que era corrupta “cae de hoz y coz” en la corrupción y en el abuso cínico y chulanganero del poder ¡porque eso era lo que le pedía el cuerpo pero no se atrevía a ejercerlo hasta lograr la ”impunidad” que le da ese poder!
Esa “no transfiguración” es ridícula comparada con la que se revela en una persona que se pone un uniforme, algo que invita a la impunidad. Más aún si el uniforme es oscuro ¡el negro da más miedo!; mucho más si se adorna de instrumentos de castigo, “porras de distintos materiales o dimensiones”, “artilugios eléctricos o electrónicos”, “armas de fuego” de los que se hace pública ostentación; no digamos ya si además del anonimato del uniforme, que anula a la persona racional, se les disfraza ocultando su rostro con un pasamontañas, como el que usan los terroristas, o un casco de visera oscura, similar al de los corruptos avergonzados de que se les vea la cara camino del juzgado, en busca del anonimato, reforzado porque no consta el nombre y si solo unos números, “legalmente ocultos” ¿no es eso un fraude de ley? para dificultar su identificación.
¿Qué les falta ya para amedrentar a la población?, porque ése no es el atuendo propio del agente de la autoridad dispuesto a ayudar al ciudadano con la amable solicitud en la que ha sido educado. Porque está claro que toda esta parafernalia sólo invita a cambiar de acera cuando uno los ve venir de frente. ¡Ah, si!; faltan unas botas de media caña y un disponerse a lo largo de la calle o frente a los ciudadanos con los brazos cruzados en alto sobre el pecho y la mirada - ¡que reveladora es la mirada! - fría y amenazadora dirigida hacia - ¿o es contra? - el ciudadano “al que están así dispuestos a proteger en el ejercicio de sus derechos” como es su obligación constitucional que ahora dice digo donde dijera Diego.
“Ahora cuéntame uno de Calleja”, se decía en mi infancia cuando alguien contaba algo increíble (Calleja era una editorial famosa de cuentos para niños) porque los niños son pequeños pero no tontos.
Recuerdo mi primera visita a Londres. Aquel día por la tarde me acerqué a la Plaza de Trafalgar. La preside la estatua de Nelson conmemorando la derrota sufrida por el ejército franco-español porque un Borbón estúpido (el pobre de Carlos IV no llegaba ni a la categoría de malvado de su hijo Fernando VII) aceptó dejado el mando de la escuadra al torpe de Villenueve teniendo España mejores marinos. Por el camino del Mall iba una manifestación de comunistas flanqueados pacíficamente por unos “bobbies”, los guardias municipales, ¡nada de Policía Nacional!, protegiendo su derecho a manifestarse. En la plaza de Trafalgar había otros agentes que paseaban aburridos mientras subidos a una plataforma los manifestantes ponían a caldo al gobierno. Nada de actitudes intimidatorias; nada de exhibiciones de coches rodando la plaza; nada de una exuberancia de agentes de la autoridad dispuestos a agredir a nadie por la simple razón de que ellos estaban allí para proteger el derecho fundamental a la libertad de manifestación y de expresión.
¡Santo cielo!, pensé, estábamos bajo la dictadura franquista, ¡esto es imposible en España!

¡Santo cielo!, recuerdo, estamos bajo la dictadura monárquica, ¡esto será imposible en España!

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