Eso tiene “007
al servicio de su Majestad” la dictadora monárquica del Reino Unido, que “sus súbditos” tampoco la han elegido, ¡ni ella lo permite!, que buenos son los dictadores con sus “derechos”.
¿Se
concederá eso a los agentes de las FCSE
con la ley mordaza? Algunos mossos ya lo han ejercido sin esperarla. Ojalá sea
ésta la primera que se derogue tras la próxima previsible derrota del PP este
mismo año. Dice la ley en su “exposición de motivos”: “la regulación de las
intervenciones de la policía de seguridad, funciones propias de las Fuerzas y
Cuerpos de Seguridad … [incluye la] … adopción de medidas de seguridad por las
personas físicas o jurídicas que realicen actividades relevantes para la
seguridad ciudadana”.
¿Y quién va
a decidir si una actividad de un ciudadano “es relevante para la seguridad ciudadana”?
¿Cada agente según le pete? En esas condiciones ¿qué clase de seguridad
ciudadana tendrá el ciudadano si está sometido a las distintas interpretaciones
de los miles y miles de agentes de las FCSE cuya deficiente formación en la
defensa de los derechos ciudadanos es notoria?
Porque es
un hecho notorio que excusa demostrarlo que ¿fruto quizá de una ¿premeditada? deficiente
educación recibida, TODOS se creen que son “la autoridad”. ¡No lo son!; sólo son
“agentes de la autoridad”, es decir, “unos mandados”; algo con menos “glamour”.
“Agente” viene del latín, “agere” y significa actuar. Como indica la tercera
acepción del diccionario de la RAE “agente” es ”la persona o cosa que produce
un efecto”. No cabe nada más ciego que la “cosa que produce un efecto” con la
que se identifica al agente; no actúa por sí sino “como una cosa”, aunque persona,
es decir, “sin voluntad propia”.
Así lo
precisa la cuarta entrada del diccionario cuando concreta: “persona que obra con poder de otra”; es
decir, justo lo contrario a autoridad, que como nos recuerda el mismo diccionario
en su primera acepción es el “poder que gobierna [los agentes no gobiernan] o
ejerce el mando [los agentes obedecen al mando] de hecho [es decir, ilegítimamente]
o de derecho”.
Se dice que
el poder transforma a las personas y no es cierto. El poder sólo revelar la
esencia de las personas. La que era decente sigue revelando su decencia en el
ejercicio del poder. La que era corrupta “cae de hoz y coz” en la corrupción y
en el abuso cínico y chulanganero del poder ¡porque eso era lo que le pedía el
cuerpo pero no se atrevía a ejercerlo hasta lograr la ”impunidad” que le da ese
poder!
Esa “no transfiguración”
es ridícula comparada con la que se revela en una persona que se pone un
uniforme, algo que invita a la impunidad. Más aún si el uniforme es oscuro ¡el
negro da más miedo!; mucho más si se adorna de instrumentos de castigo, “porras
de distintos materiales o dimensiones”, “artilugios eléctricos o electrónicos”,
“armas de fuego” de los que se hace pública ostentación; no digamos ya si además
del anonimato del uniforme, que anula a la persona racional, se les disfraza
ocultando su rostro con un pasamontañas, como el que usan los terroristas, o un
casco de visera oscura, similar al de los corruptos avergonzados de que se les
vea la cara camino del juzgado, en busca del anonimato, reforzado porque no
consta el nombre y si solo unos números, “legalmente ocultos” ¿no es eso un
fraude de ley? para dificultar su identificación.
¿Qué les
falta ya para amedrentar a la población?, porque ése no es el atuendo propio del
agente de la autoridad dispuesto a ayudar al ciudadano con la amable solicitud
en la que ha sido educado. Porque está claro que toda esta parafernalia sólo
invita a cambiar de acera cuando uno los ve venir de frente. ¡Ah, si!; faltan
unas botas de media caña y un disponerse a lo largo de la calle o frente a los
ciudadanos con los brazos cruzados en alto sobre el pecho y la mirada - ¡que
reveladora es la mirada! - fría y amenazadora dirigida hacia - ¿o es contra? - el
ciudadano “al que están así dispuestos a proteger en el ejercicio de sus
derechos” como es su obligación constitucional que ahora dice digo donde dijera
Diego.
“Ahora
cuéntame uno de Calleja”, se decía en mi infancia cuando alguien contaba algo
increíble (Calleja era una editorial famosa de cuentos para niños) porque los niños
son pequeños pero no tontos.
Recuerdo mi
primera visita a Londres. Aquel día por la tarde me acerqué a la Plaza de Trafalgar.
La preside la estatua de Nelson conmemorando la derrota sufrida por el ejército
franco-español porque un Borbón estúpido (el pobre de Carlos IV no llegaba ni a
la categoría de malvado de su hijo Fernando VII) aceptó dejado el mando de la
escuadra al torpe de Villenueve teniendo España mejores marinos. Por el camino
del Mall iba una manifestación de comunistas flanqueados pacíficamente por unos
“bobbies”, los guardias municipales, ¡nada de Policía Nacional!, protegiendo su
derecho a manifestarse. En la plaza de Trafalgar había otros agentes que
paseaban aburridos mientras subidos a una plataforma los manifestantes ponían a
caldo al gobierno. Nada de actitudes intimidatorias; nada de exhibiciones de
coches rodando la plaza; nada de una exuberancia de agentes de la autoridad
dispuestos a agredir a nadie por la simple razón de que ellos estaban allí para
proteger el derecho fundamental a la libertad de manifestación y de expresión.
¡Santo
cielo!, pensé, estábamos bajo la dictadura franquista, ¡esto es imposible en
España!
¡Santo
cielo!, recuerdo, estamos bajo la dictadura monárquica, ¡esto será imposible en
España!
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